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Adiós
Escribe: Mónica Fornero
Sube con los ojos cerrados, despacio, titubeante, para comenzar desde arriba hacia abajo, recién ahí los abre y el ático la recibe. Era su lugar favorito.
Su techo, bien en v invertida, bien a dos aguas, es de pinotea y pino Oregón sin tratar, rústico, con las huellas de la sierra. Igual las tablas, solo que con media madera. Las acaricia, luego roza el pulgar con la yema de los otros dedos, los lleva a la nariz, entorna los parpados y aspira profundamente. El perfume aún se percibe intacto, se cuela por sus intersticios.
Recorre el lugar, vacío, interrumpido por telas de colores, rosa, verde, naranja. Ha leído “Taller de danza” en la entrada.
Gira en redondo y vuelve hacia las escaleras, también de pinotea. Los escalones, aunque descoloridos, conservan el color primigenio. ¡Cuánto, ochenta, noventa o quizá cien años!
Allí vivió su abuelo desde que se casó. Su madre hasta que se casó. Y ella hasta que se cansó. Se cansó de los crujidos, de los rezongos, que, de noche la casa profería.
Y en un adiós definitivo, suspiró muy hondo. Con paso lento recorrió otra vez toda la estancia. Se persignó y bajó lentamente como había subido.