¿Adulteraje o maridaje?

Todos dicen que la palabra maridaje no queda bien, que no explica suficientemente lo que se quiere decir. Pero igual todos la siguen usando. Algunas mentes imaginativas hablan hasta de «casamiento» entre vinos y comidas pero sin pasar por el Registro Civil. En definitiva, muchas veces nos reímos de las notas de cata y las frivolidades que algunos enólogos y sommeliers utilizan para vendernos lo que no es en realidad.

El término «maridaje» nos sirve a los periodistas para hacerles más difíciles las cosas al consumidor, a los sommeliers para demostrar que saben mucho más que un mortal común y corriente, a los que quieren conquistar a una mujer para darse aires de sabiduría. En fin, el maridaje está ahí, omnipresente.

Hasta hace una década, el «maridaje» era apenas una simpleza como señalar que con carne roja va vino tinto, y con carne blanca, vino ídem. Si maridaje viene de marido, adulteraje surge de adulterio. Ergo, el adulteraje es un maridaje de trampa. Pero encima la palabra es un neologismo porque no aparece en el Diccionario de la Real Academia Española. 

Antes que nada, queremos decir que el maridaje de aguas con comidas es a todas luces una especie de adulterio del sentido común, una estupidez rayana con la hoy de moda agricultura biodinámica y sus componentes esotéricos, el fanatismo vegano y otras pavadas que andan por ahí.

Con la cerveza haríamos un adulteraje trucho, en todo caso. Porque no nos vengan con eso de que la cerveza IPA (o la que se te ocurra) va de maravillas con el asado, porque ni ahí.

Entonces dejémonos de joder con el maridaje porque las más de las veces las explicaciones que nos dan no tienen ningún sustento racional. Es mejor dejarse llevar por el instinto y el gusto personal que por elucubraciones metafísicas.

Nos preguntamos también si son realmente los enólogos los que hablan de maridaje en las contraetiquetas de los vinos. Porque si es real, habría que decir que muchas veces leemos cosas increíbles. 

Viva entonces el adulteraje, que no tiene dogmas, que es mucho más pragmático. Te gusta o no te gusta. Eso mismo le respondió una vez el recordado Ricardo Santos a otro no menos recordado, Miguel Brascó, cuando éste le preguntó si su Malbec tenía sangría. Don Ricardo lo miró con cara de pocos amigos y le dijo a boca de jarro: «Y a vos qué te importa, te gusta o no te gusta».

Nota: bajo ningún punto de vista confundir este «adulteraje» con el de aquellos vinos de damajuana que provocaron 29 muertos y causaron un gran daño a la industria (Soy Cuyano y Mansero). 

Fuente: www.fondodeolla.com – Juan Carlos Fola

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