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El Festival más grande del país abre su corazón más allá de las peñas

El viernes 11 de febrero es el punto de partida de las cinco noches del Festival más grande del país.  Con algunos nombres primerizos y otros que se repetirán sobre el escenario, el evento busca consolidar su perfil convocante, popular y más ecléctico que nunca. Las peñas le otorgan un marco especial al folclore, que no será mayoría en el Anfiteatro.

Escribe: Germán Giacchero

Villa María se sumó hace años al trío que lleva la delantera en materia de festivales en la provincia de Córdoba y en el país. La divina trinidad tiene al Festival de Peñas, desde hace años rebautizado con el mote de internacional, como uno de los vértices sobresalientes junto con Jesús María y Cosquín.

El folclore dio el puntapié inicial y durante años fue la excusa perfecta para que cada febrero el festival parido a orillas de las aguas del Ctalamochita resurgiera para dar vida a las noches de peñas.

Hasta que en los 90 comenzó a tomar otro perfil. Con una propuesta más “ecléctica”, según la organización privada, término inclusivo que permitía justificar presencias tan disímiles y hasta antojadizas sobre el escenario Hernán Figueroa Reyes.

Esta modalidad de grilla artística se consolidó con el paso del tiempo con el municipio al frente de su organización. Y a medida que se fue “globalizando” su programación, el universo folclórico se vio reducido a expresiones mínimas dentro del coloso de cemento.

Con el tiempo, la diversidad se fue convirtiendo en un sello artístico del Festival.

Es cierto. Ya no contará con presencias internacionales de renombre en el coloso de cemento. Artistas de la talla de Ricky Martin, Maná, Luis Fonzi y tantos otros, por ejemplo. Pero se mantiene ese paisaje heterogéneo en la grilla festivalera, en razón de nombres, estilos, géneros. La biodiversidad musical ya es un sello distintivo del Festival de Festivales villamariense.

Aun más que en años anteriores las turbulencias financieras y los vaivenes económicos atentaron contra el mayor desafío de la gestión municipal: el deseo y la necesidad de mantener la programación de élite que se había forjado en los últimos años. 

Ya en la anterior edición, la previa había estado marcada por algo de incertidumbre respecto de las posibilidades de contratar a artistas extranjeros que no defraudasen o no cumplieran las expectativas generalizadas del público.

En esta edición no habrá artistas internacionales consagrados del nivel de otras ediciones, pero la propuesta tuvo aceptación.

En esta ocasión, no habrá artistas consagrados provenientes de distintas partes del continente o allende los mares. Pero, a pesar de una propuesta calificada como insuficiente o desinflada por un público más tradicional y con nombres prácticamente desconocidos en los dos primeros días para un público que supera los 40, a juzgar por las tres noches ya con entradas agotadas, la aprobación por esta programación está a la vista.

Hasta pocas horas antes del inicio del megaevento solo quedaban algunas butacas para las jornadas inaugural y la del cierre.

Tradición y renovación

Vale decirlo, la progresiva internacionalización fue en desmedro de la mística criolla: la grilla contempla escasas muestras de sonidos y cantos telúricos. El folclore tradicional y las nuevas olas renovadoras tienen una intensa presencia en las carpas peñeras que serpentean la costa. Pero, muy poca en el escenario mayor.

En el recorrido ribereño se puede degustar sabores típicos –y no tanto- y sonidos de esta tierra, a diferencia de la mole de cemento techada, donde solo habrá contadas muestras de la música campera.

Otro matiz que fue cambiando la esencia histórica de este festival es el proceso de juvenilización. Más que nunca aparecerán en escena músicos y cantantes veinteañeros y muy pocos logran superar los 50 años. Y esta avanzada sub30 viene de la mano de nuevos estilos como el trap, el rap, el dance y un pop más edulcorado.

El Festival villamariense se ha convertido en el más grande del país en muchos sentidos.

Como sea, este nuevo perfil, le otorgó mayor visibilidad en la geografía argentina y en el resto de América del Sur. Le abrió nuevas puertas y lo proyectó más allá de los límites trazados por una propuesta exclusivamente tradicionalista.

No será Viña del Mar, claro. Pero en Argentina no existe hoy, ni en los últimos años, otro festival que se le parezca tanto, por su calidad y por la variedad de su propuesta artística.

Sin dudas, en este sentido, el Festival de Festivales, es el más grande del país. Y Villa María y la región tienen el privilegio de tenerlo.

A disfrutarlo.

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