El final de una mentira: Latinoamérica no existe

La hermandad latinoamericana es verso. Pasamos casi todas nuestras vidas creyendo en los manuales de historia y en los planos cartográficos, en los tratados de sociología y en los discursos políticos. En el 12 de octubre, como Día del Respeto a la Diversidad Cultural. Pero, ya no más.

Escribe: Germán Giacchero

Latinoamérica no existe, señoras y señores.

Por más que muchas veces nos empeñemos en creer lo contrario. Si no para todos, por lo menos para una gran masa de argentinos. No soy un desencantado, aunque algunas veces me gane el pesimismo, ni tampoco utopía ha pasado a ser una palabra vulgar en mi vocabulario.

Pero ya no creo tanto en los versos de “Hermano americano”, ni en la fantasía bolivariana ni en el ideal mutilado de San Martín.

Ni siquiera ellos pudieron ponerse de acuerdo.

Y no se trata de una revelación ni mucho menos. Pero no basta con unos pocos trazos en un mapa para encerrar un sentimiento de hermandad. No basta el sueño de los próceres de América para desterrar con sangre las disputas de la geografía y las heridas de la historia.

No basta con el legado trágico de las madres patrias que parieron a nuestros países, ni con que un puñado de burócratas divida la Tierra a su antojo y les asignen su lugar en el universo. Tercer Mundo, No Alineados, Alianza para el Progreso, ALCA, Subsecretaría de “Asuntos Latinoamericanos” y demás.

Tampoco alcanzan la belleza unificadora del lenguaje y la tristeza crónica de la pobreza; el amor-odio por el Che y García Márquez o Galeano, y el espanto por Trump, Videla y todos los milicos al servicio del imperialismo.

Ni la pasión por el fútbol, ni la vanidad por las mujeres más ardientes y los culos más lindos del planeta, ni la atrocidad de nuestras dictaduras continentales, ni la postal de latino-narco-chorro-corrupto-criminal tan típica de las películas bienintencionadas de Hoollywood o de las series Ultra HD de Netflix.

Tampoco, mal que nos pese, los “cinco siglos igual” de los pueblos originarios. Iguales de pobres, iguales de sometidos, iguales de olvidados.

¿Latinoamérica fue, entonces, solo un sueño loco y atormentado de San Martín y de Bolívar? ¿Es la tierra fértil para abonar la revolución como soñaron Fidel, el Che y tantos otros? ¿Es el delirio afiebrado de Correa, Maduro y su lucha contra el Imperio? ¿Es la doncella virgen para que los secuaces del sistema financiero mundial hinquen sus dientes, hagan sus experimentos y desangren a millones de seres humanos? Quizás sí. Tal vez no.

Sin latinoamericanitis

América Latina, la de las venas abiertas, la de los puños cerrados, la de las manos encadenadas, la de los pies destrozados, la de las almas desaparecidas, la de las riquezas devastadas, la de los corazones fusilados.

Nos apretuja una antología completa de tragedias compartidas. Pero no las sentimos totalmente nuestras. América Latina no existe en nuestras entrañas, no se hizo carne en nuestra cultura, ni se grita a viva voz en nuestra ideología diversa.

Es una gran coraza de agua y fuego, de selva y desierto, de hambre y abundancia, pero con un corazón ausente, exiliado. No existe el sentimiento latinoamericano.

Falta mucho de eso que Sandino, el libertador nicaragüense, llamaba “latinoamericanitis aguda”. No hay idea de familia, no existen lazos sanguíneos que actúen como excusa, no hay un alma compartida. Nos sentimos separados, diferentes, distanciados.

No pregonamos el amor con ninguno de nuestros vecinos cerca y para cada uno de ellos tenemos un mote descalificador: bolitas, paraguas y demás. No nos sentimos parte del mestizaje criollo que predomina desde Tijuana hasta Usuahia, es más, lo despreciamos. Ni el MERCOSUR nos resulta tan amigable. En los hechos nos peleamos por los aranceles aduaneros y por las ventajas comerciales que nos saca Brasil. Y ni hablar de fútbol.

¿Dónde está?

Latinoamérica no existe. Si hasta el gentilicio nos han birlado. Ellos, los grandes cuatreros de la historia, aseguran ser los auténticos americanos. América es la Tierra Prometida, pero del Trópico de Cáncer para arriba. Americanos dicen ser Trump, Biden, Bush y Obama. Republicanos o demócratas lo mismo da. A fin de cuentas, el resultado siempre es igual. Parafraseando a Perón, para un (norte)americano no hay nada mejor que otro (norte)americano”.

Y si es que existe, ¿dónde se encuentra Latinoamérica?

¿Está América Latina en la Cuba de Fidel, en la recordada prisión de Guantánamo o entre los cubanos de Miami Beach?

¿Está en la miseria del Altiplano, de las favelas o de nuestras villas, o en la riqueza subterránea de Bolivia, Brasil y Argentina?

¿Está en el petróleo negro de Venezuela o en el negro destino de miles de venezolanos? ¿Está entre los palacetes y las tiendas de moda en Recoleta, o en los basurales de las grandes capitales?

¿Está con Maduro o Guaidó, con Evo o sus enemigos, con Bolsonaro o Lula? ¿O prefiere quedarse con otros nombres y en otra parte? ¿Es la de los comandantes aprendices de la Escuela de las Américas, la del subcomandante Marcos o la de los colombianos paramilitares?

¿Está en sus ríos envenenados, en su Amazonia despedazada o en sus acuíferos codiciados? ¿Es la de los indios, negros, pobres, sudacas, chicanos, mojados, sintierras y esclavos, o la de los ricos, estafadores, ladronzuelos, patrones y narcos?

La respuesta es obvia. Está en todo eso. Es todo eso y mucho más.

Pero no deja de ser, más allá de sus tremendas coincidencias, una especie de ilusión óptica en el planisferio, un capricho de la naturaleza, una abstracción de nuestra psicología.

Por lo menos, es una mentira de manual escolar para millones de nosotros, argentinos, que memorizamos de taquito eso de la hermandad latinoamericana sin siquiera haber aprendido primero a hermanar nuestra argentinidad.

Eso que, pareciera, sería mucho pedir.

Foto: El Tiempo

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