El Poeta Y La Maravillosa Invasora O Una Noche Para Un Poema (1972)

Escribe: María Celia «Puqui»Charras

El poeta recibía la apertura de un alma que lo besaba dulce, febril y callada. ¿Se daría cuenta ese duende de la medida de su amor? ¿Sabría el regalo que le hacía cada vez que se presentaba ante él?

Cuando el poeta recibía su mensaje, se emocionaba y renovaba  sus pensamientos.

Nada tan envidiable como su presencia que le abría la vía de la elevación espiritual donde su realidad se congregaba con el ensueño.

Ellas es todo aquello que neutraliza la amargura, es el íntimo calor amparador que le ayuda a evocar los períodos de silencio y concentración para meterse dentro de sí mismo, para atesorar o ver más de un ambiente lírico en un sendero de locura a disolverse en el rocío y en la noche.

Cuando ella aparece, la comunicación con el mundo se hace perfecta y allí el poeta tiene el privilegio de ser un ejecutante del más fino y bien templado de los instrumentos y así describir el instante de un árbol que brota, la dulzura de una tarde que cae o la caminata por una plaza.

El poeta tiene devoción a ese ser al que hay necesidad vehemente de jurarle cosas por lo más sagrado, porque no está en juego nada más que una verdad muy pura.

Dios la bendiga a ella, era el pensamiento del poeta, pero… luego se levantó de su silla y caminó lentamente. ¡Cuánto la amaba! Cuánto amaba él la POESÍA. Cuánto gozaba la pura llama de esa pasión…, pero esa noche el verso no le salía.

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