[La infancia de los líderes] Sarmiento, de alférez a maestro

Recordamos su figura en este relato incluido en el libro “50 cuentos de pequeños… De grandes personalidades -La infancia de los líderes”, del escritor Luis Luján. Se trata de un libro aún inédito que por su gentileza El Regional presenta en distintas notas.

Escribe: Prof. Luis Luján

Era muy joven. No era un niño, pero tampoco tenía la templanza de un hombre. Sólo llevaba en su piel la luz de sus tiernos diecisiete años y, en el espíritu, el deseo de vencer. Podría estar en una finca de campo disfrutando su juventud, o en un colegio con sus amistades y, como aquéllos, leía a Platón, a Séneca, y a muchos otros pensadores.

También solía apreciar la belleza una mujercita que anidaba ya en su corazón, pero no fue ese dichoso estudiante, no era el eterno enamorado, ese joven era un Alférez de las milicias provinciales. Tempranamente para él debió levantar el sable para doblegar al enemigo, aunque no sabía bien quién era aquél.

Vio a la montonera acercarse en demasía y muy en su interior el instinto le decía que debía replegarse. Vio a cada uno de sus camaradas caer bajo la espada inquina y a un río de sangre bañar su tierra. Los unitarios sanjuaninos estaban siendo masacrados bajo las garras de la bestia indocta que no sabe disimular sus iniquidades.

-¿Qué hacemos, Alférez? –preguntó el doctor Narciso Laprida- ¡Debemos huir ahora porque no nos queda tiempo! ¡Vamos hacia San Juan!

El Alférez, de apenas diecisiete años, miró de reojo a quien fuese presidente del Congreso en Tucumán, por allá, aquel lejano 9 de julio de 1816, más de una década atrás, y presintió el frío de la derrota.

El dolor de la herida en su pierna no se asemejaba al dolor de las heridas del alma

El dolor de la herida en su pierna no se asemejaba al dolor de las heridas del alma. En ese preciso momento tomó certera conciencia que ya nada podía hacer en el campo de batalla.

-No hay un lugar seguro en la faz de la tierra en donde encontrar la paz –contestó el Alférez.

-Entonces nosotros elegiremos a partir de ahora nuestro propio destino, y será hacia San Juan en donde nos llevará el viento zonda.

Debía tomar una decisión, con apenas diecisiete años debía tomar la decisión más importante de su corta vida. Contempló a Laprida dirigirse hacia San Juan con algunos pocos soldados, y el Alférez presintió que ése no era su destino.

Desistió de acatar la orden de Laprida y huyó hacia otro camino en dirección a Mendoza.

-Quizás algún día me arrepienta de esta decisión, –dijo el Alférez- pero presiento que ese no es el camino correcto a seguir. De cualquier manera, nos perseguirán hasta darnos muerte a uno por uno.

Nadie hubiese creído que la astucia de su espíritu inquieto le hubiese salvado la vida al joven Alférez.

En ese niño viejo, ese hombre joven, un profundo dolor sucumbió su alma

La montonera rápidamente dio alcance a las tropas de Laprida, y los pocos hombres que habían sido tomados prisioneros fueron masacrados sin piedad. Cuando la noticia del asesinato del doctor Narciso Laprida llegó a oídos del Alférez de diecisiete años de edad, de ese niño viejo, de ese hombre joven, un profundo dolor sucumbió su alma.

Sabía que pronto la montonera iría por él. Astutamente el muchacho huyó con su tío hacia tierras puntanas y, en la región de San Francisco del Monte, en el corazón mismo de San Luis, colgó su sable y lloró amargamente por el destino que lo recluía en un lugar insólito de su patria.

Muy en su interior el joven, que aún no había cumplido sus dieciocho años de edad, sabía que habría un antes y un después a partir de ese preciso momento. Miró hacia todo lado buscando un vano una respuesta.

Sentado en una deplorable silla de vieja madera contempló los primeros rayos de sol que ingresaban a la fría y pequeña pieza de adobe y paja. La incertidumbre se apoderó de su alma. No quedaba en él un solo vestigio del uniforme aquel que prendía las jinetas de Alférez.

Era otro ser, tal vez ya era un hombre, un hombre nuevo. Mientras oía los pasos de siete hombres que se acercaban a la puerta un sobresalto perturbó su cuerpo. Las imágenes de la última batalla lo atormentaban. Las dudas y los temores carcomían por momento su piel.

Respiró profundamente en tres oportunidades. Sabía que cuando esa puerta se abriese el destino marcaría con fuego la templanza de su alma. Ya no era un niño, algo en su interior le decía que el hombre se había encarnado en él.

No atinó a manotear el sable. Miró hacia la única mesa y cogió en sus manos la pluma empapada de un tintero. La puerta se abrió sigilosamente y ante el joven de casi dieciocho años de edad hicieron su aparición siete hombres, todos mayores que él, y en un tono muy amable de voz le dijeron:

-¡Buenos días, maestro Sarmiento, somos sus primeros alumnos en llegar!

Ilustración: Sabina Bompani

(Domingo Faustino Sarmiento, -1811/1888- político, escritor, docente, periodista, militar y estadista argentino, presidente de la Nación entre 1868 y 1874)

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