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[Leyendas Urbanas] La enfermera ilustre
Escribe: Profesor Luis Luján
Muchas veces hemos escuchado historias que nos narraban nuestros abuelos en nuestra ya lejana infancia. Si bien eran algo fantásticas, siempre tenían esa cuota de misterio que nos envolvía y nos atrapaba.
Seguramente ellos también las habrán oído de sus ancestros y la transmitían oralmente a la nueva generación. Seguramente esas vivencias no eran personales, sino que siempre les sucedió a otros.
Hoy no sé si creer en esos relatos cargados de fantasías, pero perduran en mi memoria por más que intente negar los hechos sobrenaturales de las narraciones.
¿Pero qué pasa cuando el relator hace referencias a sus propias vivencias y deja asentado por verdaderos los hechos fantásticos, maravillosos o, simplemente, metafísicos o sobrenaturales?
Los que voy a comentar ahora son producto de la experiencia vivida por una enfermera que me contó personalmente lo ocurrido en una clínica en donde ella se ocupó durante varios años, en la ciudad de Villa María.
Trabajó hasta jubilarse siempre en el mismo sanatorio. Me comentó que entró a ocuparse allí como empleada de limpieza cuando tenía recién dieciocho años. Antes de cumplir los veinte, una enfermera la orientó para que hiciese un curso acelerado de enfermería en un tiempo estimado de seis meses, dictado en el Hospital Regional Pasteur.
Durante esos seis meses de preparación, conoció a una joven, dos años menor que ella, la que le llamó abiertamente la atención por su cabellera tan rubia como un trigal, y sus ojos celestes y de mirada profunda como el mar.
Curiosamente, a los cinco años de ejercer esa nueva profesión, ingresó a esa clínica la rubia enfermera que había hecho el curso con ella. En el correr del tiempo ellas se hicieron muy amigas, y hasta fue testigo en la ceremonia de civil en su boda.
Esa otra mujer, cuando cumplió sus treinta años de edad, tenía dos hijitas pequeñas, y estaba en sala de parto esperando a su tercer hijo, en una situación familiar deplorable, pues, su esposo la había abandonado seis meses antes, dejándolas a las tres mujeres muy solas.
Esa mañana, el destino le jugó una mala pasada a la rubia de ojos profundos. Un infarto durante el parto puso fin a su joven vida, enlutando a todo el personal de la clínica, quienes tenían un gran afecto hacia esa enfermera.
Todos sufrieron la pérdida de aquella compañera. La tristeza habitó en sus corazones durante muchos meses. Pero como el tiempo lo cura todo, poco a poco se fueron olvidando de los hermosos ojos celestes que se cerraron para siempre una mañana cualquiera, en un instante tan único.
Todos la recordaron en el primer aniversario de su fallecimiento. Algunas de sus compañeras acudieron a la misa que ellas mismas habían solicitado en su memoria.
Me comentó la enfermera que, al primer día posterior a ese aniversario, fue a la sala 3 a tender una cama que se había desocupado, y curiosamente, la misma estaba tendida. El paciente de la otra cama le anotició que una enfermera muy bonita había realizado esa tarea. Ella simplemente se contentó al saber que otra había adelantado su trabajo, pero no pudo saber quién fue.
Al día siguiente, la misma enfermera fue a cambiar un frasco de suero a un paciente de la habitación 2, y cuando ingresó a la sala, el joven que estaba internado allí le dijo que una enfermera, la cual jamás había visto, de rostro muy hermoso, le había cambiado el frasco vacío por uno lleno.
Entonces se dirigió a otra habitación con la misma intención y también esa extraña enfermera, aparentemente muy hermosa, se le había adelantado en sus funciones.
Preocupada por esto, les preguntó a las otras cuatro compañeras quién era la que realizaba esas funciones que ella misma debería hacer, y no encontró respuesta, sobre todo, porque las otras enfermeras eran mayores de cincuenta años, y acordaban con la descripción dada por los pacientes.
Situaciones como ésas se repitieron en todos los turnos, hasta que el jefe de la Clínica citó a reunión a todo el personal para aclarar lo que estaba sucediendo, pero nadie tenía las respuestas.
Decidieron interrogar a fondo a los pacientes, y todos coincidieron con la descripción de la enfermera fallecida hacía un año atrás. Esto llenó de angustias y pavor a todos los empleados, tanto médicos, como al cuerpo de enfermeras, y personal administrativo.
Como no sabían cómo solucionar la situación, la secretaría de la clínica sugirió la presencia de una persona con poderes de clarividencia con la sana intención de preguntarle al espíritu de su compañera fallecida, el motivo de su presencia en la clínica. Muy a pesar de haber resistencia por parte de varias personas, lograron el cometido.
Un domingo, apenas entrada la noche, se reunieron en cierto espacio de la clínica, cuatro enfermeras, las más allegadas de la fallecida, un médico, y la secretaria, juntamente con una persona con las cualidades necesarias para arbitrar en el conflicto y buscar una solución para que el alma de la mujer descansara en paz.
Tomados de la mano invocaron la presencia del espíritu quien no tardó en manifestarse. Al consultarle sobre los motivos de su presencia en la clínica, el alma de la hermosa mujer de cabellos rubios como el trigal, y de mirada profunda como el mar, les dijo que cuidaran de sus dos hijitas y del bebé, que no los desampararan porque estaban muy solos y muy tristes, y ella jamás descansaría en paz.
Ante esta declaración, la enfermera que me contó esta historia, se presentó ante el Juzgado de Menores, y logró obtener la guarda de los tres.
El tiempo pasó, y cuando esta enfermera realizó su última guardia antes de jubilarse, se despidió de sus compañeras, y entre ellas, estaban de servicio dos jóvenes enfermeras, también rubias, de ojos celestes y profundos como el mar, cuya madre había perecido al dar a luz su tercer hijo, varón este quién había ingresado a cursar el primer año de la carrera de medicina en la Universidad Nacional de Córdoba.