Maradona, 60 pirulos y un reinado trágico

Escribe: Germán Giacchero

Ídolo de barro con pies de oro y neuronas de plomo, Maradona volvió de la gordura extrema, de la locura y la muerte. Hartó a muchos y enloqueció a otros tantos, pero demostró que pudo. A su manera, claro.

Objeto de culto del espectáculo autóctono, es una divinidad a quien millones de argentinos y foráneos rinden tributo pagano.

Él, como pocos, sabe que el show debe continuar.

Con 60 pirulos encima, apenas puede caminar y coordinar una oración completa sin trastabillar en el intento. Pero sigue siendo el rey.

Un rey bien argentino, con un trono acondicionado para él en un costado de la cancha y otro más que será eterno en el imaginario colectivo.

Barón de Villa Fiorito, rey de Nápoles, amo y señor en los emiratos árabes, soberano indiscutido en la patria chica del narco mexicano.

Rey de reyes sin corona.

Del planeta entero y de las galaxias vecinas.

Uno de sus apodos más célebres, Dios…

A imagen y semejanza

Maradona no se inventó a sí mismo. La magia de sus botines y su arrebato neuronal aportaron lo suyo, pero él es producto de una planificada creación de la sociedad argentina.

Construido a imagen y semejanza de un pueblo que necesita abrazarse a un manto protector, Maradona simboliza lo que los tótems representaban para las tribus aborígenes de América del Norte y lo que los dioses de barro y oro encarnaban para los pueblos del antiguo Oriente.

¿Dios pagano, mito, objeto de culto? Tal vez. “Barrilete cósmico” fue uno de los tantos apodos que recibió en la tarde que contra los ingleses cada rincón del planeta conoció “la mano de Dios”.

Desde ese momento, si Pelé, el gran ícono del fútbol brasileño, era “El Rey”, el 10 argentino, no podía ser menos que “Dios”.

Diego hace rato que dejó de ser el pibe de Villa Fiorito y el hijo de Doña Tota, y el papá de Dalma y Giannina, que son lo que más quiere. Y ya casi nadie se acuerda cuando destilaba el barro de los potreros.

Desde que se convirtió en uno de los ídolos más sobresalientes del Olimpo Argentino, eso resulta apenas anecdótico o poco importa.

Diego con el trono que le preparó Gimnasia de La Plata.

Cerca del cielo

Los argentinos, al igual que los griegos de la Antigüedad, dotamos a nuestras deidades terrenales con los atributos que jamás hallaremos en nosotros y con nuestros más terribles defectos.

Por eso, no resulta casual el endiosamiento de Maradona. Elevado al nivel de divinidad, en su figura se condensan nuestras miserias y nuestros deseos, nuestras esperanzas y nuestras contradicciones. Y en este juego de paradojas, es venerado, pero también odiado.

Los integrantes del Olimpo no sólo se parecían a los hombres, sino que estaban en contacto con ellos. Divinidades caprichosas, impredecibles, a veces crueles y vengativas, distaban mucho de ser perfectas, pero eran adoradas por su gente. Después de todo, no eran otra cosa que una proyección del pueblo que también parió a Platón y a Aristóteles.

Hace rato que el ex jugador ingresó al Olimpo criollo, pero el aura celestial con que se lo ha dotado puede tener fecha de vencimiento. Como demanda la tradicional necroficilia rioplatense, Maradona no podrá morir pobre, como el resto de los mortales si quiere pasar a la posteridad. Menos aun, abrumado por su exceso de kilos.

Porque el gran pueblo argentino -¡Salud!- se espantó de su gordura, pero no de su adicción a la cocaína.

Ya es un mito viviente, una leyenda de carne y hueso, un patrimonio de la humanidad con sello de exportación argentino.

Un dios plagado de varios vicios y algunas virtudes, amado, venerado, pero también odiado y ninguneado casi en la misma proporción.

Por eso lo queremos tanto. Por eso lo odiamos tanto. Porque es igual que todos nosotros. En nuestros aciertos, en nuestras contradicciones y en nuestras diferencias.

Así las cosas, quizás el fin de sus días no pueda ser menos que trágico. De esa forma ingresará para siempre en la selecta -y atormentada- galería de los eternos mitos argentinos.

Compartir:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *