Sociedad hipócrita: ser gordo, uno de los peores pecados

Somos una sociedad de gordos, reales y en potencia, que se espanta de la obesidad y festeja, ya no de manera tan encubierta, el culto a la extrema delgadez y a los cuerpos fitness.

Envases tan irreales como poco frecuentes; figuras idealizadas por el mismo sistema mediático y publicitario que promete la salvación con un estilo de vida saludable, pero oferta comida basura todo el tiempo.

Cuerpos que la mayoría de los argentinos no podrá alcanzar jamás. Pero, se comportan como si los tuvieran, por su forma de denigrar y estigmatizar a las personas obesas o con exceso de peso.

Escribe: Germán Giacchero

El término “gordo”, definido por el diccionario de la Real Academia Española como “de abundantes carnes”, adquiere distintos matices de sentido según la situación. Y se ha transformado muchas veces, por decirlo de alguna manera, en una especie de insulto, en vehículo de agravio fácil o en una mala palabra, de esas que se usan para herir sensibilidades o causar daño a la autoestima.

Salvo que sea utilizado como apelativo cariñoso a un familiar, amigo o conocido, con los consabidos “Gordito”, “El Gordo” o “Gordis”, por citar solo unos casos, el mote viene acompañado por otros epítetos para nada sutiles que refuerzan el carácter grosero: el “gordo puto”, hacia los varones, y el “gorda chancha”, para las mujeres, se han convertido en lamentables voceos repetidos hasta el hartazgo por chicos y grandes de indistinto grosor corporal.

En un sentido valorativo, en una sociedad hipócrita, con el doble discurso en la manga todo el tiempo, obsesionada por la belleza a cualquier costo, consumista al máximo, casi resulta peor ser gordo que corrupto, narco o con prácticas sexuales al límite de la aberración.  

Basta un trillado ejemplo: durante gran parte de su gloriosa vida deportiva, Diego Maradona fue un febril cocainómano. Pero, de la mano del exitismo y los grandes resultados, a la sociedad argentina poco y nada le preocupó.

Con su figura de campeón deformada, el ídolo recibía pésames de todas partes.

Nos pusimos al borde del llanto desvergonzado cuando su antigua figura atlética desbordaba redondeces. Nos preocupó más un Maradona gordo, que uno drogón, enfermo, depresivo.

Cómo podía ser que el mayor ídolo criollo ostentara sin tapujos su suculenta enormidad corporal. Con su figura de campeón deformada, el ídolo recibía pésames de todas partes. Si Maradona, abrumado por su exceso de kilos, pero no por su adicción a la cocaína, provocó espanto entre sus coterráneos, qué queda para el resto de los comunes mortales obesos.

Cifras que asustan

En una ya lejana visita a Villa María, el doctor Alberto Cormillot, una de las personalidades más serias en la materia, había advertido que, si los argentinos seguíamos comiendo mal y mucho, y nos movíamos poco, para el año 2050 seríamos todos gordos. Además, había remarcado que la obesidad representa la segunda causa de muerte en el país.

Las cifras oficiales del gobierno nacional exponen que más del 50% de la población argentina tiene exceso de peso: 6 de cada 10 adultos presentan esta condición, mientras que, de los niños y niñas en edad escolar, el 30% tiene sobrepeso y el 6%, obesidad. Por lo menos, así era antes de la pandemia.

Seis de cada 10 adultos tiene problemas de sobrepeso en nuestro país. Sin embargo, nos espantamos de la obesidad.

Según el Ministerio de Salud, esto aumenta el riesgo de tener más de 200 problemas de salud, como, diabetes, hipertensión arterial (presión alta), enfermedades respiratorias crónicas, enfermedad de los riñones, del hígado y algunos tipos de cáncer. Y representa un alto factor de riesgo en tiempos de Covid 19.

En contrapartida, Argentina forma parte del escalofriante podio en cantidad de afectados por bulimia y anorexia a nivel mundial. Y los casos van en aumento.

¿De qué nos espantamos, entonces?

Sociedad enferma

¿Cuál será el destino trazado de una sociedad «gordofóbica» que reproduce valores a contramano de su realidad, que hace culto a la estética de la escualidez y que no desconoce que la mayor parte de su gente multiplica en kilos de manera exponencial al modelito de turno?

Y, al final, en este juego hipócrita, condena sin vergüenza propia a obesos como anoréxicos. Son enfermos, diagnostica. Y los margina. Eso después de haberlos inducido a adoptar desde pequeños valores ajenos y contradictorios, entre la forma de alimentarse y el camino a recorrer para cumplir con los estándares de belleza esperables, poder agradar a la mirada ajena y encajar con el resto.

«Mujeres reales» se llamó una campaña publicitaria. Una manera de reconocer que, en general, usan estereotipos alejados de la vida real.

El frenesí del look “descarnado” o de la moda fitness o de la cultura light casi no reconoce fronteras sociales. Ricos y pobres se hermanan haciendo dieta. Unos, por obligación o por gusto; otros, porque no les queda otra.

En un país con la mitad de sus habitantes en la pobreza y con estómagos a media máquina, se practica el ayuno por obra y gracia de las dietas salvadoras paridas por gurúes graduados como influencers en Instagram o falsos profetas “doctorados” en prácticas de vida saludable. Mientras, el vómito inducido hace estragos.

En un país con la mitad de sus habitantes en la pobreza y con estómagos a media máquina, se practica el ayuno por obra y gracia de las dietas salvadoras paridas por gurúes graduados como influencers en Instagram o falsos profetas “doctorados” en prácticas de vida saludable. Mientras, el vómito inducido hace estragos.

Suena mal decirlo. Pero suena peor saber que no queremos ver que, en términos generales, somos un país de gordos y pobres. Y renegamos de ello. Y nos creemos lo que no somos.

Pobres las personas (valga la redundancia) que concentren en sí mismas estas dos condiciones tan denostadas por una amplia franja de la sociedad. Ni hablar si también las catalogan como “negros”. Esa descalificación vergonzante tan nuestra.

“Hay un mundo mejor, pero es más caro”, rezaba un viejo graffiti. Hay una realidad distinta, pero es mentira: las chicas plastificadas, sexis y ultradelgadas de las pasarelas y las publicidades; los bebés y nenes rubiecitos y de ojitos celestes, siempre sonrientes y simpáticos, que promocionan pañales insobornables.

Las exgorditas superstars que gracias a “Ser cero grasas” ahora son felices; las chicas y chicos que tonifican glúteos en los gimnasios y vigorizan rostros con toneladas de cosméticos, inyecciones o cirugías que no siempre terminan bien. Más los avisos para bajar de peso que nunca ponen modelos talles XL.

En una sociedad donde los verbos más conjugados son parecer, aparentar y adelgazar, resultará titánica tarea revertir la situación. Sólo cuando nuestras barreras mentales y la tosquedad de nuestras neuronas lo permitan, podremos ver que no todo pasa por las redondeces en exceso, productos de una enfermedad, un modo de vida nada saludable y un sistema de consumo que hace estragos entre nosotros. En cuerpo y alma.

Ahí, nos daremos cuenta de que la calidad de ser buenas personas no se mide en función del volumen de un abdomen o del grosor de una cuenta bancaria; de que hay cuestiones más trascendentes que un “buen” par de tetas siliconadas y un trasero cementado; y de que aún nos falta un buen trecho para dejar de ser hipócritas, discriminadores y, sobre todo, ilusos, con complejo de superioridad.

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1 comentario en “Sociedad hipócrita: ser gordo, uno de los peores pecados”

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