[HISTORIAS] El duro oficio de sereno

Escribe: Mand

El “Chango” Palacios, era un morocho de potente y ronca voz, pelo renegrido y acostado con kilos de gomina “estirada” con Glostora. Uno de sus ojos denotaba a simple vista, falta de alineado. Guitarrero y cantor de oficio, andador de boliches pueblerinos, donde después de varias rascadas pasaba el sombrero. Alguna vez en compañía de su compadre Gismondi, supieron actuar en radios capitalinas.
Por años carpas circenses de remiendos sobre remiendos sirvieron de escenarios y sustento del hombre. Polifuncional en las tareas, de primer actor en una obra, pasaba a boletero la noche siguiente, de pintarrajeado tony de ruidoso cachetazo hasta equilibrista sobre yapada alambre. Precisamente caminando sobre una, con algunos tintos de más que le borraron la noción del equilibrio, le costó cinco meses de yeso del cuello hasta la cintura y un sobrehueso de por vida en el brazo.

Rápido como pocos a la hora de partir de los hoteles sin pasar por caja

Ya con varios “pirulos” encima y no menos golpes de la vida acumulados, comenzó a ganarse el “puchero” con un viejo oficio que aprendiera de chico, zapatero remendón. Acostumbrado a forzados ayunos, soportaba estoicamente la escasez de cueros, para clavar o coser. Decía sonriente “ya terminé la licenciatura en secar yerba a sol”
Los fines de semana, plumereaba el estuche, hacía algunas gárgaras de caña y “picaba” con la bordona a los boliches barriales, allí donde las lamparillas se tiñen con miles de puntitos negros de las moscas y el respetuoso silencio flota, cuando el “amigo” entona una milonga nostalgiosa. Es que el Chango nació con voz vieja, y cargaba en su repertorio temas lunfardos de Edumdo Rivero…. “pucherito de gallina y viejo vino Carlón….” Despuntaba el vicio y algunas chirolas quedaban en el bolsillo del tan antiguo como surcido saco marrón. La situación monetaria se complicó aún más y cada día costaba sobrevivir. Nadie llevaba los timbos para reparar. La moda de las zapatillas también a él golpeó.

La llegada del Ital Park

Allá, a principios del ‘81 se instala frente al hipódromo, el Ital Park, propuesta con los más diversos entretenimientos, que cubría la superficie de una manzana. Perdido y sin “enllante para los intestinos”, como al descuido apareció por el lugar en busca de una changa. De cantor o lo que fuese. Hacía mes y medio que no le alcanzaba para una tirita de falda asada. Conocía a uno de los capataces desde hacía tiempo, vaya uno a saber en qué cruce de caminos o de localidades. Obtuvo el empleo. Tuvo la intención de pedir un adelanto como para entrarle a un sandwich. No se atrevió.
Antes que se cumpliera la semana, apenas despuntaba el sol comprendió lo sucedido. Muy enojado, sale casi disparado hasta una casilla de chapa donde con letras borroneadas se leía “Secretaría”. Golpea y sin esperar respuesta ingresa. Casi ni se dio cuenta que quien estaba sentado no era un capataz sino el propietario del Parque, un portugués de fornido cuerpo. Y con esa voz pastosa que lo identificaba el Chango comienza a los gritos:

– Señor, estoy recaliente con este parque de mierda, aquí son todos unos manga de “chorros”…

-Pare la mano amigo y tratemos de poner las cosas en su lugar –intentó calmarlo- explíqueme qué le anda pasando que está tan enojado.

-Mire, anoche cuando me dormí, me robaron un calentador, el inflador de la bicicleta y las alpargatas que tenía puestas. Como soy de sueño pesado se aprovecharon los hijos de pu…

-Bueno, está bien, no se enoje. Intentaremos darle una solución. Ahora, ¿me podría decir cuál es su función dentro del parque? ¿De qué trabaja?
Ya era tarde, en ese instante el “Chango” comprendió que había metido la pata. Demasiado tarde para no terminar la frase
¡De sereno, señor gerente, de sereno!…

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