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[HISTORIAS] No confiar en los relojes de marca
Escribe: Mand
El “Gitano” Luna, es uno de esos tantos personajes a quienes la vida les quitó la posibilidad de disfrutar una niñez normal, pero lo dotó de una serie de particulares anticuerpos, entre ellos, la picardía y la buena onda para resistir las contingencias más adversas. A mediados de la década del ochenta era frecuente encontrarlo por las tardes en el Salón Municipal de los Deportes de la ciudad. Allí compartía charlas y mates con un grupo de amigos. No había temas fijos, se hablaba desde política con argumentos desopilantes hasta las cautivantes carreras de galgos, de la cual el Gitano era un activo cultor.
La mínima expresión conceptual se transformaba en detonante de largas e interminables discusiones, donde todos aportaban sus opiniones. Uno de los habitué a estas rondas era el “Oso” Rabinotti, morocho excedido en peso que oficiaba de medio albañil en una obra casi frente a la entrada del Salón. “Gordo”, laburador como pocos, no le esquivaba al “yugo” y durante varias horas al día, verano e invierno, se las pasaba revoleando baldes, haciendo mezcla o acomodando ladrillos para juntar unos “pesitos”. Muy pocos si se la compara con tan sacrificada tarea. Una siesta de invierno, como tantas, el constructor aparece con el “pulóver” arremangado hasta el codo del brazo izquierdo mostrando, casi “disimuladamente” un enorme y brilloso “Orient”, adherido a la muñeca.
Todos observaron el detalle más nadie abrió la boca
Ni la mínima mención sobre tan costosa adquisición. En la segunda ronda de mates manipula exageradamente la cuerda, mientras limpiaba el vidrio con el revés de la manga derecha. No aguantó más la indiferencia de los presentes y sólo incursionó hablando sobre la marca, precio e innumerables cualidades de la flamante compra: cronómetro, “wuaterloque” e “incabloque” (sumergible y antigolpe según su pronunciación), calendario…
Se encargó de especificar que había hecho una entrega y el resto, que no era poco, en 12 cuotas mensuales. Un dineral para recursos tan escasos. Agregó que haría changas los domingos a la mañana y con eso se acercaría bastante al valor de la cuota.
El “Gitano”, a quien le encantaba generar polémicas entre los “materos”, no encontró mejor idea que decirle desafiante:
– ¿¡¡ Cuánto lo “garpaste”!!?… Te vieron la cara “Gordo”, ese reloj es berreta… lo traen de Paraguay. Te aseguro que si lo metés en el agua tenés que ponerle un salvavidas para que no se “ahogue”. Entendelo, es truuuuuchoooooo. Te engancharon como un gil.
– Mirá Gitano, sabía que ibas a decir eso, los tipos como vos, son todos iguales. Los come la envidia. Lo único bueno y que sirve es lo de ustedes, lo de los demás es porquería –respondió el Oso Rabinotti que tenía más ganas de meterle una piña de continuar la convesación-. Lo habían tratado de gil delante de todos.
– No te “calentés” conmigo, te cobraron un “toco” de guita por semejante porquería. Esos son copias, falopas que traen por dos pesos. Los originales sí son buenos, insistió el Gitano mientras al propósito lo salteaba con el mate…
A los originales los conocés enseguida. No se rompen ni por joda
– Claro, seguro que el tuyo es mejor, murmuró el albañil –tremendamente fastidiado-
El Gitano portaba un antiguo reloj a cuerda, con no menos de cuarenta años, una malla de cuero a punto de cortarse, y una caja amarilla toda veteada. El vidrio una sucesión de rayas que no permitía ver los números
-Este es viejo, pero de los buenos –indicó levantando el cuello-, son contra golpes en serio, no como ése, que es pura chapa y una garúa le da pulmonía.
El marcador de presión del “Oso” estaba en línea roja; disimulaba… La andanada siguiente fue más profunda, tenía olor a complicidad de los demás…
-Mirá, vociferó el provocador Gitano mientras llenaba otro mate, te hago una apuesta; tiramos los dos, el que quede sano, gana y se lleva el otro. Así de simple y nos sacamos las dudas cuál es bueno cuál no.
El intento del albañil por desviar la charla fue en vano. Las cargadas y miradas de los presentes sangraban su dignidad y orgullo. No tenía escapatoria. Una marca tan famosa debería mostrar sus méritos. Aceptó el desafío. De última, Orient siempre fue un gran nombre. Se desprendieron las “máquinas” de las muñecas, y un tercero ofició de jurado. Dále dejálos caer al suelo –dijo el albañil-, rápidamente el “contrincante” respondió:
-Noooo noooo noooo, pará pará que esto no es para cagones; si es bueno tiene que aguantar un buen golpe, vamos afuera y los tiramos en contra de la pared, desde el medio de la calle…
Las cuotas
Un cosquilleo de angustia invadió al nuevo propietario, pensó que todavía le faltaban 12 cuotas. Un año… todo por mostrar el reloj –pensó-.
Vamos, vamos, sacudilos fuerte contra la pared. La orden brotó de la garganta arenosa del Gitano… El “árbitro” tomó distancia y con todas sus fuerzas los estampó contra el viejo murallón de cemento. Un estallido de vidrios, estrellitas, agujas, engranajes y destellos saltaron hacia todos lados. El “Oso” fue el primero en acercarse y levantar lo que quedaba, los números habían desaparecido, la caja estaba absolutamente pelada… El Gitano alzó el suyo, la malla colgaba de un solo lado de la cadavérica y amarillenta caja… miró al amigo, que con ojos humedecidos continuaba infructuosamente tratando de rescatar las pocas piecitas que se observaban desparramadas por la vereda y partes en la calle y le gritó:
-¡Empatamos “Oso”! ¡Empatamos! ¡Qué le vamos a hacer, ninguno de los dos relojes sirve pa´ mierda!
Recién a los quince días el albañil, se reintegró a las rondas de mates. Nadie tocó el tema. Todos se encargaron en hermético pacto, de ocultarle al “Oso” que el reloj del “Gitano” tenía una sola aguja y hacía más de un año que no funcionaba, sólo, sólo lo portaba como adorno…