[La Guerra] Raíces y evolución del conflicto ucraniano (2014-2022)

Escribe: Marcelo Montes (Doctor en Relaciones Internacionales)

Para quienes piensan que la guerra en Ucrania se inició con la “operación militar especial” ejecutada por el Kremlin el pasado jueves 24 de febrero, los párrafos siguientes parecerán refutarlos.

En efecto, esto hubiera sido así si este tipo de conflictos no fueran entendidos como “procesos”, pero en Política Internacional, con cada vez mayor frecuencia, los “hechos” no pueden ya interpretarse de manera aislada y sin nexo alguno con el pasado y en dinámica evolutiva.

Por el contrario, la guerra se inició pues, hace 8 años, con el “Euromaidán”, que lejos de ser una “revolución democrática de abajo hacia arriba”, como opinan muchos liberales ingenuos en el mundo, fue un verdadero golpe de Estado, tramado por fuerzas exógenas a Kiev, aunque no precisamente europeas.

Ese cataclismo sociopolítico, que no puede desconectarse tampoco de la “Revolución Naranja”, una década antes, detonaría no sólo una ola de inestabilidad que catapultaría a los crimeanos de nuevo al seno originario ruso, sino desencadenaría, fruto de las torpezas del gobierno provisional de Turchinov, el malestar y posterior intento separatista violento del sudeste ucraniano.

Claramente, estímulo externo, pero problema de naturaleza endógena, conllevaría a este drama que recuerda a otros en suelo europeo, como la prolongada guerra de los Balcanes en los noventa y la breve georgiana en agosto de 2008.

Todo lo que vimos después es conocido. Tanto el gobierno electo de Poroshenko (2014-2019) como el del “antisistema” Zelensky (2019 en adelante), no pudieron no supieron o no quisieron controlar la situación de guerra civil, provocando 14.000 muertos de ucranianos rusoparlantes, además de depositar en manos de bandas paramilitares de extrema derecha, supremacistas y nacionalistas reivindicativas del héroe ucronazi Stepan Bandera, nada menos que parte del monopolio legítimo de la fuerza estatal.

Desde noviembre de 2021, terminada la pandemia, Zelensky empezó a sentir la presión externa (de Estados Unidos) e interna, para intentar acabar la revuelta del sudeste a sangre y fuego y eso incluyó numerosas solicitudes a favor de la intervención de la OTAN.

Tal argumento convenció a Putin de actuar, toda vez que se aseguró que el apoyo de la OTAN a Kiev no incluiría el uso directo de la fuerza militar y tecnológica, visiblemente superior a la de Moscú.

Tras dos meses de conflicto, los dos grandes perjudicados son ambos contendientes, aunque Rusia lleva claramente la iniciativa estratégica en el terreno y sólo avizora triunfo militar y política porque no cabe otra alternativa, dada su enorme ventaja bélica.

Ya sea reforzando la presencia en el sudeste como cortando todo acceso ucraniano al mar, por el sur, en cualquier negociación posterior, Rusia no admitirá repliegue alguno y entonces, Ucrania, estará limitada por un buen tiempo, a Kiev y al oeste, que tarde o temprano podrían caer en manos de Polonia.

El 9 de mayo, el día del gran desfile militar anual en homenaje al Día de la Victoria sobre los nazis en la Gran Guerra Patriótica, podría ser el anuncio de dicho triunfo, dotado de una enorme carga simbólica para Rusia y Putin mismo.

Quedará archivada la opción de una Tercera Guerra Mundial, porque todos sabemos que esa opción, posible pero no probable, no entra en la lógica de un orden donde la OTAN no intervenga de manera directa y amenace a Rusia con misiles a disparar y caer en 5 minutos sobre Moscú.

Tampoco serán útiles ya las sanciones que desde hace 8 años golpean sobre la economía rusa. Esta sale indemne una y otra vez, con el nivel de reservas que posee, con los lingotes de oro que respaldan al rublo, con el equilibrio fiscal con que la ortodoxia liberal del Banco Central ruso impone y domestica a los agentes económicos locales y sobre todo, con las triangulaciones que tras bambalinas, opera con chinos, árabes, turcos, israelíes, indios y hasta europeos -tras bambalinas-, para evitar cierres totales de espacios aéreos o desabastecimientos de alimentos y por supuesto, embargos petroleros y gasíferos.

Por el contrario, tras la anuencia de cuatro países de la UE para pagar importaciones energéticas en rublos, hay otros diez en la cola, esperando para poder cumplimentar con tales operaciones.

Tampoco tendrá sentido la guerra mediática donde claramente el triunfador moral es Kiev. El primer conflicto llevado adelante con el reinado de las redes sociales, viendo en vivo y en directo, derribos de helicópteros o lanzamiento de drones y misiles impactando sobre casas u objetivos estratégicos, le dan la venia a la supuesta víctima ucraniana, pero todos sabemos que el arte hollywoodense del montaje y la simulación también operan a favor de Kiev.

Los rusos con su actitud típica de país ofendido, no parecen conmoverse por ver todo el mundo en su contra. Son un sexto de este planeta y se han visto toda su historia, agredidos o invadidos. Cualquier demonización mediática les termina dando la razón, según el prisma de su altivez y orgullo milenarios.

Es la normalidad que comprobé “in situ” estando dos semanas, incluyendo las dos Santas, la católica y la cristiana ortodoxa, en Moscú. La vida activa de siempre, con moscovitas yendo y viniendo, de sus trabajos, con los típicos embotellamientos a las 18 horas, los supermercados abastecidos, los desfiles de modelos callejeros, con muy pocas tiendas de marcas cerradas, “por razones técnicas”, pero con sus productos adentro y con los lamentos de los vendedores de souvenirs porque las tarjetas de crédito de bancos europeos, anglosajones o latinos no operan, aunque sí las chinas y centroasiáticas.

Esta guerra ha puesto aceleradamente a Rusia, del lado oriental, la torpeza de Biden le ha dado la razón al Profesor Dugin y por fin, Moscú cae en manos de Beijing, aunque no sabemos por cuánto tiempo. Todo ha sido un gran error a pesar de que Putin ya lo había anticipado hace exactamente 15 años, ante los Blair, Cheney y Merkel, en la Conferencia de Seguridad de Münich.

Un mundo unipolar donde todos siguiéramos como hace Europa a pie juntillas, los caprichos geopolíticos americanos, es mucho más inseguro e incierto que aquél donde todos operan de manera concertada.

La UE puede pagar un altísimo precio por mantener obcecadamente los dictados de Washington el próximo invierno cuando no pueda reemplazar el suministro de gas ruso.

Serán las consecuencias lejanas, pero crueles al fin, luego de meses -y hasta años- donde la diplomacia, sobre todo, cuyo epicentro es Bruselas, perdió la oportunidad de su vida, en resolver un problema, de raíz geopolítica típicamente europea.

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