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Una trampa para el tramposo

Ricardo Harro es de esos tipos que pasaron por los mil oficios e insólitos laburos… Visitador médico, empleado en una pilchería, propietario de una agencia de loterías y PRODE, apasionado por el casino y patrón de un “tungo” ganador de pocas, perdedor en muchas. Portador de ciclotímicos bolsillos que por meses aparecían “buchones” de verdes y otros simplemente raquíticos de esperanzas.

Escribe: Mand


Hoy, junto a su esposa Leonor (la flaca) y los tres chicos, son unos habitantes más de la “Docta”. Hasta avanzado en los treinta mantuvo la osamenta en línea, los años de casorio estirándole el abdomen y ensanchándosele el traste. La cabellera es un nostálgico recuerdo. Aun así, su figura continuaba siendo atractiva para el sexo opuesto. Simpático, verborrágico y audaz sin techo lo predisponían a frecuentes y circunstanciales relaciones amorosas. –Siempre tengo carne para el gancho- gustaba deschavar a los amigos. Cuando le ocurre el suceso que aquí describimos, aún habitaba nuestra villa.
Su mujer, conocedora del paño, no apretaba en demasía las marcas, soltando el hilo hasta que lo consideraba conveniente, cuestión esta que el hombre no ignoraba ni subestimaba.
Una morocha para mirar hasta gastarla, cuyo consorte oficiaba de asesor político en la urbe capitalina, desnucó sentimentalmente al “dogor”. Las salidas se sucedían de lunes a viernes, generalmente sólo en horario de siesta, ya que luego de las 16 hs, regresaba el seudo ñoqui. Octubre se plasmaba en frondosos follajes sobre los árboles de la céntrica plaza, allí como escapándose al influjo lunar dejó el 404 borravino, donde cientos de maldecidos tordos descargarían su artillería de pegajosa y blanca bosta. Sólo estaría minutos en la reunión hípica, suficientes para la imprescindible y necesaria coartada del raje.
A cada instante miraba las agujas, a su alrededor nombres de caballos saltaban entre distancias y montas. Ansiosamente deseaba otro lugar. Carlos, el doctor, se acerca y despacio le susurra al oído…
-¡Gordo! ¿Anduviste con alguna mina?
-¡No, me piro ahora! –respondió sorprendido- ¿Por qué me lo preguntás?
-Tenés la camisa, en el cuello, toda manchada de lápiz de labios…
Un raro escalofrío invadió su cuerpo, perfilóse contra el viejo espejo y observó en silencio. Saludó apresurado y partió. Estacionado en la acera de enfrente, un rojo Fiat Europa lo esperaba. Ella al volante.
El intenso rouge contrastaba saltón sobre el verde agua de la tela de la prenda de vestir.
¿Quién carajo me la manchó, si recién me la pongo? Pensaba altamente preocupado.
La falta de “efectivo”, como tantas veces, los encaminó hacia el parque de Villa Nueva, allí se anudarían sobre los reclinables asientos de pana. La mancha incomodaba, daba vueltas en su cabeza, el rostro reflejaba fastidio ¡Justo ahora que venía la mejor parte….! , la impotencia hizo presa de la anatomía del “robador”. -¿Qué carajo digo en mi casa?, ¿cómo le explico?, ¡dónde mierda se manchó! Se lo explicó a la amante, que entre dudas, decidió ayudarlo a salir del paso.
La dama recordó que su esposo dejaba en el baúl, un detergente para lavar automóviles. Se movilizaron unos metros hacía una precaria pileta que por entonces estaba ubicada frente a la confitería del Parque villanovense. La dama se bajó, y en el rudimentario piletón mojó la camisa, hasta llenarla de espuma; con movimientos cuidadosos y hábiles refregó la mancha hasta que esta desapareciera. El Gordo, en cuero, observaba en silencio todo desde el auto de ella. Iban en el Fiat porque había muchos del mismo color. El Peugeot borravino era único y marcadamente delator. La calefacción funcionó perfectamente, en menos de una hora estaba seca la Dufour, una marca diferente. Ellos deshidratados.
Tiempo transcurrido donde no se dispensaron ni la mínima caricia. No era momento para pensar en intimidades húmedas. La despedida fue rápida, sin citas adelantadas, aquella había sido una noche negada en sexo y de gran preocupación. Se habían expuesto demasiado.
Leonor como todas las mañanas mandó a los chicos al colegio, programó el lavarropas y mientras cebaba el tercer “amargo”, pregunta como el descuido…
-Ricardo ¿qué te pasó anoche en la camisa? –Mientras observaba las tostadas.
-Nada, nada ¿por qué? –sorprendido y seguro de haberla dejado sin huellas.
-Preguntaba, preguntaba simplemente, me acordé que ayer mientras, la planchaba se me cayó el lápiz labial y le manché todo el cuello…

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