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[Miradas] El alma buena de Sezuán: Sobrevivir a cualquier costo
En los últimos tiempos, una sensación de agotamiento flota en el aire, en cada frase que emana del espectro político. Por otro lado, la lucha diaria por la supervivencia de la mayoría de los ciudadanos se ha vuelto una constante, algo que ha ido moldeando una moral que, hasta hace no mucho tiempo, condenaba algunas acciones, que hoy son moneda corriente.
Escribe: Félix Vera
Con estos cambios aparece una pregunta difícil: ¿somos una sociedad que ha perdido el sentido común, o este se ha vuelto un lujo que ya no nos podemos dar?
La respuesta quizás no reside en la maldad o la falta de empatía inherente de las personas, sino en un comportamiento social que nos empuja a la deshumanización.
Este proceso de cambio, de una complejidad fascinante y a la vez desoladora, a su vez me invita a una reflexión, que me conduce a Bertolt Brecht, quien afirmaba que «un fascista no es más que un pequeño burgués asustado».
Esta frase, lejos de ser una simplificación, revela una verdad perturbadora: el miedo al despojo, la angustia ante la incertidumbre económica, se convierte en el germen de respuestas extremas.

Ese temor que, cuando son actos de poder sobre el otro, desata una crueldad brutal, como una herramienta cruel para asegurar la propia supervivencia. En esa lógica retorcida, se instala la creencia —casi como un acto de fe desesperado— de que el sufrimiento ajeno servirá de bálsamo para la desolación existencial que habita en las profundidades de quien lo ejerce.
La indiferencia, o incluso la brutalidad hacia el prójimo, no es entonces una elección moral. Es, más bien, un mecanismo que se justifica como defensa en un entorno que exige dureza para subsistir, una vuelta a ese descarnado «estado de naturaleza» del que hablaba Hobbes.
La Lógica de Sezuán
Esta dinámica nos remite a la obra de Brecht, “El alma buena de Sezuán”. En ella, la protagonista, una persona bondadosa, se ve forzada a crear un alter ego despiadado para poder subsistir en un entorno que castiga la compasión y explota la generosidad, que parece ser el espejo de lo que observamos hoy: la sociedad es conducida hacia una «nueva moral» donde el egoísmo y la competencia no son defectos, sino virtudes para «salir adelante».
La solidaridad hacia un desconocido, se percibe como una desventaja, y la vulnerabilidad como una sentencia que lleva la calificación de estúpido.
En nuestra realidad, la idea de la supervivencia individual se impone como única verdad, como una versión distorsionada de la aquella «voluntad de poder» de la que hablaba Nietzsche, donde la auto-superación no se busca a través de la creación de nuevos valores, sino en la imposición sobre el otro o la justificación de la propia dureza como única vía posible.
Ya no se trata de trascender, sino de sobrevivir a cualquier costo, aun si eso implica pisotear lo que antes se consideraba ético.

La Hegemonía del Miedo
El agotamiento desgasta y reclama como atajo la deshumanización, que termina siendo el caldo de cultivo perfecto para la instalación de una hegemonía. Ya no importa si está bien, lo que importa es que me sirva.
Aquí, la idea de Gramsci cobra una relevancia crucial: el poder no se impone solo por la fuerza, sino por la construcción de un consenso. Y en tiempos de crisis como el que nos toca vivir, ese consenso puede moldearse sobre la base del miedo, la incertidumbre, que conduce a la desesperación.
Cuando un sector desconectado de la verdad histórica asume la dirección del Estado, y con ella el control de los canales de comunicación, tiene la capacidad de «adoctrinar», señalándonosque es verdad y que no. Los valores de la supervivencia, la dureza y el individualismo extremo se elevan a la categoría de «sentido común», legitimándose la desconfianza, se justifica la precariedad como «necesidad» para alcanzar el paraíso y se deslegitima cualquier expresión de respeto como «debilidad» o «un curro».
En este tablero, los verdaderos «intocables», no son los que dan la cara, que siempre prefieren operar en las sombras, tejiendo las redes de poder económico y mediático para conseguir privilegios.

Ellos eligen a un «rey» para que ocupe el trono visible, un líder que debe ser el más despiadado —e ignorante— para ejecutar las medidas necesarias. A la vez, es el más vulnerable, ya que su poder es delegado y su exposición lo convierte en un descartable y este «rey» será reemplazado sin contemplaciones, cuando deje de servir a los intereses de quienes realmente son los verdaderos arquitectos
Este es el mecanismo; una progresión que va desde el miedo individual hasta la crueldad institucionalizada y normalizada, comoen una danza macabra donde la ética se omite para justificar la acción, y donde la alienación de la gente se convierte en la materia prima para la construcción de un poder que se beneficia de la deshumanización.
Gran parte de nuestra sociedad actual, parece ser el espejo de Sezuán, donde la bondad y el respeto hacia el otro es una carga y la supervivencia, una excusa para la crueldad.
