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[Miradas] La era paleolibertaria: Mercado versus estado, una nueva forma de dependencia
Vivimos un tiempo donde las ideas tienden a ser uniformes. Se viene instalando un pensamiento que repite, sin decirlo abiertamente, que la democracia fracasó. No nace de los partidos, sino de vendedores de ideas, casi todos del mundo financiero y tecnológico, convencidos de poder rediseñar la sociedad.
Escribe: Félix Vera
Sam Altman, Peter Thiel, Elon Musk y Curtis Yarvin son algunos de ellos. No son solo emprendedores, sino quienes están escribiendo los nuevos mandamientos del capitalismo digital.
Peter Thiel, cofundador de PayPal junto a Musk, escribió hace años que la libertad y la democracia ya no son compatibles. Propone que las decisiones estén en manos de una “comisión” de empresarios que sepan lo que conviene, una versión elegante de las viejas dictaduras.
Altman, por su parte, asegura que la inteligencia artificial hará desaparecer el trabajo y sugiere una renta básica anual de 13.500 dólares por persona, pensada solo para Estados Unidos.
En su lógica, ese ingreso compensaría la pérdida de empleo y permitiría disfrutar la vida, pero en realidad reduciría drásticamente el poder adquisitivo de los trabajadores norteamericanos.
En cambio, para alguien de África o Sudamérica, esa cifra sería una salvación. Altman mira el mundo como quien mira una pecera y confunde su entorno con el planeta entero.

Lo más inquietante es que nunca aclara qué mundo imaginan gobernar. El modelo no contempla la diversidad política y cultural de Rusia, China, India o Medio Oriente o incluso América (no solo EEUU, ¿se entiende?). Solo funciona dentro de la burbuja de Silicon Valley, donde se confunde una aplicación con la civilización.
Curtis Yarvin empuja aún más esa fantasía. Propone eliminar la democracia y gobernar con la lógica de una empresa. Fundó la plataforma Urbit, inspirada en Borges, donde imagina una sociedad eficiente, pero sin ciudadanos plenos, sino consumidores.
En su mundo no hay sindicatos ni elecciones, solo usuarios que consumen lo que producen las compañías de la elite gobernante. Un modelo que, en nombre de la libertad, termina pareciéndose a las autocracias que dice combatir.
Ninguno de estos ideólogos nació en un mundo libertario. Todos se formaron dentro de la democracia liberal que ahora desprecian. Viven de la estructura que los hizo posibles, igual que un virus que necesita del cuerpo que lo sostiene.
La versión argentina
En Argentina estas ideas tienen eco. Se repite que el Estado sobra y que la política es un obstáculo. Si Thiel desprecia la democracia, Milei ataca “a la casta”. Si Altman sueña con automatizarlo todo, acá se promete modernización despidiendo trabajadores. Si Yarvin imagina gobiernos-empresa, acá se pretende administrar el país como si fuera una hoja de cálculo.
Nuestro país forma parte de ese laboratorio. Tenemos políticos, empresarios y trabajadores, incluso los más precarizados, que repiten frases de Silicon Valley como si fueran verdades universales.
Los partidos históricos parecen detenidos en una foto vieja donde la clase trabajadora todavía existía como bloque, y siguen pensando que el mundo del trabajo aún es analógico.
Hoy mundo del trabajo se fragmentó en freelancers, repartidores y trabajadores remotos, todos autónomos, persiguiendo un ideal artificial de superación individual o porque están a punto de caerse del sistema.
Lo cierto es que, sin una idea que los vincule con su realidad y necesidades concretas, el precio de su trabajo será siempre será negociable.

Mientras tanto, los dueños de las plataformas deciden qué es lo bueno y qué es lo malo, qué leemos, qué compramos y hasta de qué hablamos. Son los nuevos intermediarios de la realidad, los que escriben los guiones invisibles de la vida cotidiana.
Es la misma fe en los algoritmos, la misma ilusión de que el mercado puede reemplazar al Estado. Se vende como independencia, pero termina siendo una nueva forma de dependencia.
Pero ningún algoritmo puede reemplazar a un pueblo despierto. Cuando la realidad se terceriza, cuando todo se vuelve mercancía, la única revolución posible es volver a decidir juntos qué tiene valor.
No hay independencia sin comunidad, ni libertad sin responsabilidad compartida.
