[Miradas] Redes sociales y la falsa realidad: Herir para existir…

Nos es totalmente familiar ver pantallas que parpadean con urgencia y cada notificación te exige reaccionar ya mismo. En este ritmo vertiginoso, la velocidad reina. No importa si es responder un mensaje, opinar en una discusión o pelear por algo trivial como el sabor de un helado: todo debe ser instantáneo.

De esta carrera surge un impulso oscuro: el placer de exponer al otro, de ridiculizarlo, de ganar no por la razón, sino tan solo para humillar.  

En este artículo, intento explorar por qué la ridiculización del otro es visto como un éxito y cómo la necesidad de ser vistos sostiene una existencia que teme desvanecerse en la intrascendencia.

Escribe: Félix Vera

La tiranía del ya

Fijate cómo funciona: en este ecosistema digital, se premia a quien dispara primero, a quien lanza el comentario más hiriente. Un insulto xenófobo, clasista o un calificativo peyorativo pega como un látigo puede juntar miles de «me gusta» en pocos minutos. Pero esta urgencia tiene un costo.

En esa velocidad, no hay espacio para argumentos sólidos; solo caben frases descalificadoras, dardos que lastiman sin construir. Las ideas no encuentran suelo para arraigar, como semillas en un desierto. Todo se vuelve un páramo donde pensar, es desvanecerse. Ese momento de gloria es fugaz: cada comentario se olvida cuando otro más filoso toma su lugar.

Esta obsesión por la rapidez no es solo tecnológica, sino un impulso visceral, una pulsión. La atención por más de 15 segundos, es un tesoro escaso en esta época, y cada chance de ser visto es una batalla épica.

Herir, insultar, agraviar, descalificar, son las armas más efectivas para obtener visibilidad, porque no buscan convencer, sino aplastar al otro con un golpe que todos noten. El premio no es la verdad, sino el aplauso momentáneo. Un corazoncito.

El placer de la exposición

¿Por qué sentimos esa chispa al dejar en evidencia a alguien? Es como un relámpago que nos hace sentir vivos, relevantes, trascendentes, aunque sea por un segundo. Mostrar el error o la fragilidad del otro ante todos nos da un lugar en ese escenario. Al señalar su tropiezo, parece que tapamos el nuestro, como si humillarlo nos subiera un escalón.

Pero ese escalón es frágil y resbaladizo, porque depende de las risas o los «me gusta» de los demás. En un sistema donde la visibilidad es todo, la validación externa se vuelve una adicción, y la confrontación es la vía más rápida para conseguirla.

La intrascendencia que nos acecha

En esta carrera por destacar hay una sensación que pocos nombran: la intrascendencia. En el tejido digital, un video viral se apaga como una chispa, y una opinión se pierde entre miles.

Existir no basta; hay que ser visto, dejar una marca, aunque sea breve. Si no lo lográs, el anonimato pesa como una sombra. Cada discusión, cada comentario mordaz, es un grito de «acá estoy». Pero ese grito no dura. La validación obtenida al exponer al otro se desvanece rápido, y volvés a necesitar otro destello.

El rol de las plataformas

Ya todos conocemos que las plataformas están diseñadas para mantenernos enganchados, reaccionando sin parar. Los algoritmos premian lo que genera emociones fuertes, no lo que invita a reflexionar. Un comentario que ridiculiza tiene más chances de viralizarse que un análisis profundo.

La confrontación es casi una regla. Cada «me gusta» nos dice que valemos algo; cada compartido es un aplauso. Pero esa validación es un espejismo, porque no construye nada sólido.

El peso psicológico de buscar validación externa todo el tiempo angustia y perturba. Cada vez que exponemos al otro, haciendo uso de la libertad de expresión, ponemos nuestro valor en manos de desconocidos, y hay que esperar el vuelto, algo que cuando sucede, requiere más nuestra atención.

El tema es que la confrontación nos acostumbra a ver al otro como enemigo, y en esa arena, nadie sale indemne. El costo no es solo el mal momento del otro; es algo más grande que se pierde en cada discusión vacía.

Mientras que sigamos dándole el estatus de verdad a la humillación hacia el otro, nuestro vacío estará a milisegundos de distancia.

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