[Opinión] La mediocridad política endémica y la deuda eterna con el pueblo argentino

Desde hace más de dos décadas, la clase política argentina —en sus tres niveles de gobierno: municipal, provincial y nacional— ha forjado una mediocridad endémica que no solo estanca el desarrollo de la nación, sino que activamente la sumerge en la precariedad.

Escribe: Abogado Carlos Cafure

La sensación generalizada es que, independientemente del color partidario, el ejercicio del poder se ha transformado en un fin en sí mismo, alejado de cualquier vocación de servicio genuino.

La historia reciente, es un eco constante de promesas incumplidas y una gestión que parece diseñada para beneficiar a la casta política, no al pueblo que dice representar.

Analizando las políticas implementadas, la conclusión resulta sombría: cada medida de ajuste o reforma parece cebarse sobre los eslabones más vulnerables de la sociedad.

Los trabajadores han sido víctimas recurrentes de ajustes salariales que pulverizan el poder adquisitivo, de la perpetuación de un oneroso Impuesto a las Ganancias sobre salarios que son ya de por sí magros, y de reformas laborales regresivas que buscan flexibilizar y precarizar el empleo en lugar de generar trabajo de calidad y con derechos.

Se impulsa, en la práctica, un modelo de subsistencia donde el empleo de calidad, se reemplaza por la urgencia del rebusque en la economía de plataformas, como ser choferes de Uber, Didi o Cabify.

Los jubilados, quienes dedicaron su vida a aportar al sistema, son tratados con una crueldad particular. Sufren recortes y ajustes en sus haberes que los condenan a ingresos de indigencia, a la pérdida constante de cobertura de salud y a la humillación de tener que mendigar por lo que les corresponde por derecho.

La verdadera medida de la decadencia de una clase dirigente se encuentra en el destino de los más indefensos.

Las cifras son lapidarias: seis de cada diez niños en Argentina son pobres. Esto no es un simple dato estadístico; es una condena generacional impuesta por la inacción y la mala praxis política.

A estos niños se les arrebata el futuro, la posibilidad de ascenso social a través de una educación y una nutrición adecuadas, hipotecando el desarrollo del país.

Del mismo modo, las personas con discapacidad enfrentan un muro de indiferencia. La falta de acceso al trabajo, el flagrante incumplimiento de las leyes de cupos laborales y la persistencia de un aislamiento y una discriminación estructural, demuestran que, más allá de la retórica inclusiva, no son una prioridad real para quienes nos gobiernan.

Una de las características más hirientes de nuestra dirigencia es la ostentación de la ineficiencia por diseño. La mayoría de los gobernantes, en un acto de cinismo institucional, utilizan el Estado como una agencia de empleo para familiares, amigos y allegados sin la menor preparación para los cargos que ocupan.

Esta práctica, conocida como nepotismo y amiguismo, no solo es un acto de corrupción moral, sino que garantiza la incompetencia en la gestión pública, lo que impacta directamente en la calidad de la salud, la educación y la seguridad.

El resultado de esta gestión crónica y deficiente es la paulatina destrucción de lo público. La educación pública y la salud pública, pilares de la movilidad social ascendente, se encuentran en estado de emergencia, desfinanciadas y degradadas.

En el contexto actual, bajo la administración de Javier Milei (con el apoyo de gobernadores e intendentes que actúan como correas de transmisión), el país parece haber acelerado su caída hacia un nuevo estatus de colonia o factoría.

La narrativa de «destruir el Estado» parece traducirse, en la práctica, en destruir la industria nacional, el empleo de calidad y la soberanía económica.

El desguace de lo público, la apertura indiscriminada y la priorización de intereses financieros por encima de la producción y el bienestar social, refuerzan la percepción de que el país se está transformando en un mero exportador de materias primas y mano de obra barata.

Argentina, por su potencial geográfico, productivo y humano, está llamada a ser una potencia. Sin embargo, este destino permanecerá inalcanzable mientras persista la actual dirigencia.

El pueblo está sumergido en el hambre y la necesidad, y esto no es un accidente, sino la consecuencia directa de una clase política que ha fallado sistemáticamente en su deber.

La transformación solo será posible cuando la ciudadanía logre sacudirse esta lacra dirigencial, incluyendo a una parte del sindicalismo que actúa como cómplice silente o activo en la perpetuación de este statu quo.

Es imperativo que la sociedad exija y promueva el ascenso de líderes con verdadera vocación, capacidad técnica y, sobre todo, un compromiso ético inquebrantable con el bien común.

Solo a través de una profunda renovación moral y profesional de la clase política y sindical, Argentina podrá dejar de ser una nación de potencial frustrado y finalmente saldar la deuda histórica con su pueblo.

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