Natasha M. (17) es alumna en 5° año de Economía y Gestión del I.P.E.M. N° 275 y, a un mes de terminar las clases, decidió (hasta el momento) abandonar la escuela y no terminar su año escolar, debido a una situación vivida el pasado miércoles 15 de noviembre con sus compañeros, dentro del aula y en presencia de un docente. “Esto que sucedió, me golpeó muy fuerte. No quiero volver a esa escuela”.
Escribe: Carolina Durand
El bullying (entendido como la conducta de persecución física y/o psicológica que realiza un estudiante contra otro de forma negativa, continua e intencionada), la violencia psíquica, emocional y física, es moneda corriente en la sociedad.
Se minimiza, se sigue sosteniendo la frase retrógrada, “son cosas de niños o adolescentes”, se espera la acumulación de cientos de situaciones violentas para “tomar cartas en el asunto” y sigue siendo una materia pendiente, reconocer de qué manera, puede afectar a una persona emocionalmente, el destrato, la burla, el filo de las palabras y la falta de acción, por parte de quienes presencian esos hechos.
Natasha es alumna del Colegio Nacional y “tras sentirse atacada” por las expresiones de sus compañeros, en el marco de una actividad, guiada por un docente, pidió a su padre (de manera telefónica), ser retirada de la institución y desistió de volver a clases.
Luis (padre) asegura que no recibió la respuesta y el gesto que esperaba de la institución.

Ante la impotencia, la tristeza y la desazón de lo ocurrido en el aula, la joven escribió la siguiente carta, relatando lo que vivió y, su padre, la hizo extensiva a este medio para visibilizar un hecho que, llevó a su hija a querer dejar la escuela.
En palabras de Natasha…
“Esto lo tuve que vivir en la materia de Formación para la Vida y el Trabajo con el profesor C. M. (Nota de la Redacción: originalmente figuraba el nombre completo) y, continuó (por parte de mis compañeros) en la materia de Historia con la profesora Demo.
Estaban jugando a debatir y opinar sobre “el otro” (consigna dada por el docente) mientras el profesor miraba y escuchaba.
Una chica, la cual me agradaba, dijo mi nombre y todos empezaron a gritar y reírse, me llamó creída, me dijo que me hago ver y que, según yo, yo sé todo.
Preguntaron, quiénes más opinaban lo mismo y, todas las chicas del curso levantaron la mano, empezando a criticarme, entre ellas. Les dije que me nombraran alguna situación en específico y, nadie decía nada, sólo dos o tres.
Con J, aclaré las cosas (me dijo que le hablé mal y que me hacía ver superior, porque ella me había tocado el hombro y le dije que no lo hiciera, pero lo exageró); con R no (mencionó sobre una vez que, pronunció mal mi nombre y según ella, le respondí groseramente, diciéndole que es «Natasha» pero, luego lo pronunció mal nuevamente, así que no tuvo sentido, ya que ella me hacía burla y yo nunca le respondí mal); y L, me dijo que, según ella, la insultaba pero, nunca mencionó algún momento y, estoy segura de que, ella habla mal de mí cuando se le da la gana, al igual que todas las demás que se quedaron calladas.
Luego me dijeron que, me creo mucho porque hago los trabajos sola. Será porque ninguna quiere ser mi amiga, porque tengo desacuerdos con mi compañero de lado y, porque los varones con los que, a veces me junto, no hacen nada. Con las que intentaba juntarme, cuando era nueva, me dejaron de hablar y empezaron a tirar mierda sobre mí.
(Volviendo al aula) Cuando intentaba defenderme, ante todas estas cosas, decían que yo estaba faltando el respeto porque son sus opiniones ante mí y que, así es “el juego” que, según recuerdo, nunca acepté jugar, que así son las opiniones que, nunca pedí sobre mi personalidad y mis gestos. No puede ser que les moleste todo de mí, cuando nunca me vinculo con esas personas.
Nunca nada de lo que hice afectó a nadie. No tenían el derecho a humillarme como lo hicieron, de ser tan falsos que, hasta me seguían en redes sociales (Instagram). No es mi problema que, se sientan inseguros de sí mismos como para criticar de esa manera a alguien que no conocen.
Otra situación que ninguna mencionó fue, cuando M.A (compañera), me sacó de las manos mi boligoma, sin pedir permiso y fue a pegar su hoja, aunque, yo le estuviera diciendo que me la devolviera.
Nunca agredí a nadie verbal ni físicamente, sin embargo, todo el curso, excepto unos varones, estuvo contra mí.
A todo esto, el profesor, me preguntó qué tenía para decir ante todo esto, cuando claramente, ya no sabía cómo comunicarme porque todo lo que salía de mi boca era una falta de respeto para todos, en especial para L (otra compañera).
Al terminar de opinar sobre mí, tuvieron el descaro de preguntarme quién me cae mal y dije que nadie. Claramente, no voy como jurada ni crítica al colegio, voy a estudiar y, esto que sucedió hoy, me golpeó muy fuerte mentalmente.
Cuando fueron a retirarme (mis padres), el preceptor de turno, aclaró que la preceptora (Daniela), estaba ausente y, por lo tanto, en estas situaciones, tenía que hablar con el profesor presente en el aula, pero, el profesor, hasta opinaba de todo lo que decían mis compañeros.
Después, los preceptores dijeron que la directora no estaba presente y los recibió la vice. Mi papá le preguntó a la secretaria y ella, dijo que estaba ahí (la directora). Sin embargo, parece que nadie se quiere hacer cargo de estas situaciones, ni de la institución, los baños están como están (dan asco), sucios, las puertas rotas y los inodoros, llenos de mierda, que en algunos casos llega a quedar en la pared.
No quiero volver más a ese colegio, quiero terminar la secundaria sin tener personas detrás de mí, opinando y criticándome todo el tiempo, sin conocerme”.

La palabra del padre
Tras leer el descargo, en palabras de su hija y la angustia, Luis, expresó sus sensaciones y consideró “falta de empatía” del cuerpo docente a cargo, al momento del episodio.
“Este es el relato de mi hija, con solo 17 años, sufrió bullying de todo el curso completo, incluido los dos profesores que no detuvieron la situación. Cuando nuestra hija nos llama, vamos urgente a la escuela. La encontramos bañada en lágrimas, pudimos ver ese dolor en su alma y “nadie sabía nada”. Hablamos con los preceptores y desconocían lo que pasaba en “la escuela en la que trabajan”, los profesores presentes en el aula, nunca se hicieron presentes ante nosotros y la vicedirectora de la institución, dijo que la directora no se encontraba (y Natasha la había visto en la escuela)”.
“Nos dijeron que, querían organizar una reunión el miércoles 22 de noviembre, una semana posterior. Mi hija necesitaba contención en ese momento, la cual no fue brindada por las autoridades”.
Y agregó, “Atacaron a mi hija psicológicamente y a un mes de terminar quinto año, no quiere volver a esa escuela”.
Tras el descargo, Natasha contó a su padre que, existieron otros episodios de destratos por parte de sus compañeros en los cuales, la alumna se defendió y terminó minimizándolos, aunque influyeron en su estado anímico. No obstante, nunca dejó constancia verbal ante las autoridades escolares.
Respuesta de autoridades
Tras ser consultada, la vicedirectora a cargo, el pasado miércoles en el turno de la mañana, Gabriela Climaco, discrepó con parte del relato y la secuencia del episodio manifestado por el padre de la alumna. Sin embargo, prefirió por el momento, no ampliar su declaración.

Violencia descontrolada
Las escuelas (primarias y secundarias), en las últimas décadas, han tenido un giro de 180 grados en el cual, ya no solo se limitan a enseñar y educar sino que, se vieron absorbidas por un sistema que debe hacer pasar de año a los alumnos que no han interiorizado los contendidos correspondientes a su ciclo escolar; a la obligación de contener desde lo psicológico, lo alimenticio y lo intrafamiliar a jóvenes que, van a clases cargados de problemas (en ocasiones, externos a la escuela), de violencia y de indiferencia a las autoridades; a ser, muchas veces, un espacio sobrepasado de alumnos por falta de políticas públicas que, no han sabido generar infraestructura para la educación de calidad con el efecto de matrículas colapsadas (haciendo muy difícil el aprendizaje de los alumnos y el seguimiento de los docentes)
No obstante, y sin ánimos de ofender, en las aulas, aún existen docentes que siguen pensando que, “la violencia es la nueva forma de comunicarse entre jóvenes”, que “el bullying no existe como tal” y que, ante un problema en las aulas, no deben intervenir.
A su vez, los gabinetes escolares se ven desbordados por conflictos personales de alumnos que llevan las peleas a las aulas y que, muchas veces inician fuera de las instituciones, por whats app o redes sociales.
El rol de los docentes es uno de los mayores condicionantes para un estudiante, para bien y para mal. Son los responsables de transmitirles los conocimientos en sus cátedras, pero, también, los que pueden detectar e intervenir a tiempo ante el acoso psicológico (o físico) a un joven.
Quizás, requiera de nuevas pedagogías, estrategias y actividades escolares. Quizás, es preferible perder una hora de matemáticas (o cualquiera materia), cambiar la clase y, enseñarles, cuánto daño puede hacerles a sus propios compañeros con palabras denigrantes y burlas.
Nos llevamos hasta el timbre a marzo
La sociedad toda, no queda exenta. La familia, no queda exenta. Reproducimos una violencia expandida en la calle, en nuestras casas, en el tránsito, en los medios de comunicación, en las redes sociales que, naturalizamos ante los niños y adolescentes. Después, escondemos la mugre bajo la alfombra y señalamos a los otros de violentos.
El estado, a través de sus políticas educativas, debe contemplar en sus curriculas que, las instituciones educativas tengan las herramientas para abordar estas problemáticas, las cuales luego son noticas (o no) a través de suicidios, patoterismos en manada, golpizas y en el peor de los casos, homicidios en grado de tentativa.
Cuando no queremos hacernos cargos de la realidad, ponderamos la exageración ajena, sin embargo, en el 2020, la ciudad marcó un precedente nacional, con tres exalumnas del colegio secundario Rosarinas, las cuales fueron a juicio oral, acusadas de lesiones leves por un caso de bullying, en el que la víctima fue una compañera de curso escolar.
Quedaron absueltas, ya que la Justicia consideró que por ser menores de edad al momento del hecho (2013), el acoso no trajo consecuencias a la víctima. ¿No las tuvo?

El caso más reciente, ocurrió en el polideportivo municipal, a fines de octubre, dentro de la hora de gimnasia de un establecimiento secundario local, donde un niño de 13 años con síndrome de Asperger fue agredido físicamente. En palabas de su madre “un compañero le dio un rodillazo y le reventó el prepucio (el pliegue de piel que cubre el extremo del pene)”.
Podría seguir enumerando casos resonantes de violencia urbana, escolar e institucional. Pero, no se trata de enumerar hechos y realidades que nos atraviesan a diario, sino de hacernos cargo de lo que nos toca y, respetar los contratos sociales y morales de los cuales, todos somos parte, si queremos bajar los niveles de violencia que atraviesan a nuestros jóvenes.
La violencia no se combate con violencia.