[Historias] La veda: Cuando estaba “prohibido” comer carne vacuna

Esta nota recupera una particular situación del país con la imposición de una veda para el consumo de carne vacuna a comienzos de los años 70. Negocios, falta de stock, baja en el consumo, precios elevados y otros ingredientes hacen que este hecho no haya perdido actualidad a pesar del paso del tiempo.

Escribe: JULIO A. BENÍTEZ – benitezjulioalberto@gmail.com

Frente a la nueva disposición del gobierno de establecer los períodos de veda para la carne vacuna, se reactualizan diversos aspectos que hacen fundamentalmente al desarrollo en el comercio de carnes y ganados.

Otros factores han incidido para que nuestro país se haya visto afectado por una sensible disminución de su stock ganadero, que gravita lógicamente en la atención del consumo interno y la exportación.

Ello, naturalmente, ha producido el aumento de los precios de la hacienda en pie, repercusión notada también por el incremento de los costos de los diferentes rubros indispensables para la explotación de la actividad, especialmente el referido a las cargas impositivas.

Esta circunstancia traerá aparejada la delicada situación que constituye el lucro de industriales, comerciantes mayoristas y minoristas, que, aprovechándose de la disposición no escatiman “esfuerzos” en poner a la venta los productos sustitutos de la carne a precios que no guardan ninguna relación con los anteriores que regían a la fecha de la veda.

El control anunciado por las dependencias de gobierno, responsables en la materia, no se ha cumplimentado ni remotamente, por lo que la influencia en la canasta familiar es notoria.

Si el gobierno pretende la disminución del consumo interno para posibilitar la exportación, debe evitar la especulación con los precios de los elementos sustitutivos. Adecuándolos a los reales costos, deberá concretar una dieta de carne que permita la reposición del stock ganadero en los volúmenes normales.

Intermediarios

No resulta desconocido que, en todos los órdenes, por lo menos así ocurre en nuestro país, la intermediación también se observa en el comercio del ganado y de carnes.

En este especial caso comienza con la venta de los ganaderos a los consignatarios de hacienda (el consignatario cobra un 6% (3 vendedor y 3 comprador) este último dividido en 2% de comisión y el 1% para el fondo compensador.

Luego la hacienda es comprada por el matarife, quien la sacrifica y la vende, en algunos casos, directamente al carnicero o bien prefiere la operación comercial a una nueva intermediación, que se produce al vendérsela al abastecedor y este al carnicero.

Es indudable que cada etapa arroja sus beneficios para los intervinientes, pero las características tan propias de este comercio, agravado por la especialísima circunstancia que atraviesa, determina que esos beneficios se salgan de sus cauces naturales. La responsabilidad material de quienes actúan en esta comercialización, es otro factor que debe tenerse muy presente.

Los movimientos registrados por parte del consignatario de hacienda en lo que hace a las deudas con los productores y ganaderos y a los créditos otorgados a matarifes, no guardan en ningún sentido relación en los capitales de cada una de las firmas ni responden tampoco a sus bienes de activo.

Las previsiones para protegerse de la falta de pagos tienen que efectuarse necesariamente, ya que los créditos otorgados individualmente suman elevados importes.

Cuando el ganado llega a poder del matarife, es entonces que se produce una distorsión en los precios de la hacienda como en las ventas al consumo interno, lo que los obliga a que esas diferencias sean cubiertas por una mayor evolución de sus negocios en lo que hace a volúmenes y lo que obliga a una concesión por parte de los ferieros, de aumentar las sumas primitivas otorgadas en carácter de créditos, creándose una desenfrenada carrera hacia un final que todos conocemos y que es el terminar sin pagar sus cuentas a los consignatarios.

Resulta, pues, que la etapa de intermediación es la que perjudica y distorsiona el mercado de las compras de hacienda y el mercado de ventas del consumo interno.

Tomar medidas

Es menester que se arbitren las medidas para que todo aquél que incursione en la materia y especialmente en los exportadores, que reúnan las condiciones esenciales de responsabilidad material, que respalde cualquier maniobra, y si las autoridades exigieran para actuar de matarife o abastecedor, un estado del activo, podría llegar el caso que en los actuales momentos algunos son poseedores de un voluminoso crédito que responde a la suma de lo que individualmente le han otorgado las firmas consignatarias.

La última etapa, es decir la venta de carne del carnicero al consumidor, que es la más importante, tiene también su gravitación.

En épocas de abastecimiento normal, el carnicero ha vivido con su trabajo regular y permanente. Ahora, reducido el consumo en un 50%, se mantiene el mismo número de negocios, que luchan por subsistir.

Para ello, resulta muy fácil aumentar el precio de venta al consumo, en la misma proporción en que ha decrecido su venta.

Aquí también hace falta un reajuste y que muy bien podría aplicarse en el volumen de venta para habilitar un negocio.

Fuente: periódico Centinela Nº 52 –  30 de setiembre de 1971

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