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La increíble historia de las Jubilaciones de Privilegio: El vicepresidente que murió en la pobreza, pero que nunca la quiso
A última hora del martes pasado, en una maratónica sesión, la Cámara de Diputados dio sanción al proyecto de ley de la nueva fórmula de movilidad jubilatoria. En un acuerdo entre los bloques opositores se suprimió el artículo 11 del proyecto, el cual tenía como objetivo eliminar las jubilaciones de privilegio para presidentes y vicepresidentes. La votación en particular contó con 111 votos negativos, 109 positivos y 15 abstenciones.
Escribe: Julio César Nieto
Renunciar no es una opción
Inmediatamente, frente a una indignación popular, el presidente Javier Milei, emitió, a través de una carta dirigida titular de ANSES, su voluntad de renunciar al derecho a la jubilación especial que tienen los presidentes y vices, que oscila entre 50/60 jubilaciones mínimas.

Ahora, la trampa, más allá de la voluntad del presidente yace en la imposibilidad de renuncia del beneficio, ya que si el jefe de Estado desea renunciar a su jubilación como expresidente deberá enviar al Congreso un proyecto de ley, ya que las jubilaciones de privilegio están reguladas por la ley N° 24.018 y recibirla no es opcional.
Una ironía de la historia
Los antecedentes de esta ley tienen casi un siglo de vida, y su historia nos remite a la curiosa vida de un hombre: Elpidio González.
Microempresario, jefe de Policía, ministro de Guerra y, luego, Vicepresidente de la Nación, Elpidio González fue el hombre de mayor confianza del presidente Hipólito Yrigoyen, algo así como una suerte de punto medio entre el «Peludo» y el «Galerita» Marcelo Torcuato de Alvear, quien no dudó un momento en llevarlo cómo vicepresidente en el período 1922-28, cargo que desempeñó Ad-honorem.

Pero lo curioso de este acontecimiento vino después, tras el golpe de 1930, González, que no venía de una familia acaudalada o patricia, regresó a su viejo oficio de lustrabotas y vendedor de anilinas.
En los relatos de Felix Luna, tanto en «Yrigoyen» como «Ortiz, el presidente ciego» menciona que era común verlo, siempre con el mismo traje oscuro, gastado por el uso y su extensa barba blanca, recorrer los comercios de zapateros, así como la zona de Avenida de Mayo y el Congreso.
Los vecinos y muchos de sus ex colegas lo reconocían y se asombraban de su triste destino. “No se puede creer…”, comentaban. “Es lo que corresponde”, respondía.
Fue por entonces, vaya saber el motivo, que el diputado Adrián Escobar, con la anuencia del presidente Agustín P. Justo, elevó un proyecto al Congreso que contemplaba una jubilación vitalicia para presidentes y vices de 3000 pesos mensuales para aquél entonces, logrando su aprobación en 1938.
“No esperaba esta recompensa, ni la deseo”
Tras la sanción, la Ley que lleva su nombre, resultó una tremenda decepción para Elpidio, quien quebrado financieramente y viviendo esos días en una pensión se negó rotundamente a recibir y/o cobrar tal beneficio.
El 6 de octubre de 1938 le escribió una carta al entonces presidente radical Marcelo Ortiz, en la que señalaba: “Habiendo sido promulgada la Ley que concede una asignación vitalicia a los ex Presidentes y Vicepresidentes de la Nación, cúmpleme dejar constancia al señor Presidente, en su carácter de ‘jefe Supremo de la Nación, que tiene a su cargo la Administración General del País’, de mi decisión irrevocable de no acogerme a los beneficios de dicha Ley”.


Su triste final
Tras renunciar y no gozar del beneficio de una Ley que llevaba su nombre, Elpidio González, continuó en bajo perfil participando en la UCR.
A comienzos de 1951, su estado de salud empezó a deteriorarse, tras algunas intervenciones, no logró recuperarse y falleció el 18 de octubre de 1951, a los 76 años.
En su testamento, dejó en claro que nadie podría reclamar al Estado, en su nombre, ninguna pensión.
Dijo que era su último deseo ser sepultado “con toda modestia”. Y aclaró: “No tengo ascendientes vivos y no he tenido descendientes de ninguna naturaleza, por lo que a mi muerte y de acuerdo a la ley nadie podrá, invocando parentesco ni consanguinidad con el otorgante, reclamar al Estado favor, emolumento, beneficios o pensión alguna”.
Continuó: “Es mi última voluntad, por otra parte, que no se decreten honores ni honras oficiales de ninguna especie. No hago institución alguna de herederos, porque no tengo ningún bien de que disponer”.
Entre sus pertenencias, el único patrimonio que se le encontró al exfuncionario fue un sobre con 22 pesos.
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