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[La infancia de los líderes] Napoléon: El niño de carácter podrido
En este relato, el profesor Luis Luján recupera un momento de la infancia del gran estratega francés para su libro “50 cuentos de pequeños de grandes personalidades – La infancia de los líderes”.
Escribe: Profesor Luis Luján
Carlos y María Letizia era un matrimonio que conformaba parte de la nobleza local, a fines del siglo XVIII, en la isla de Córcega, Italia.
El hombre de la casa, de profesión abogado, fue nombrado en 1778 representante de ese pequeño Estado en la corte de Luis XVI, lugar donde permaneció durante años, por lo tanto, la madre, la figura fundamental de la niñez de sus hijos, adelantada a su época, exigía que sus ocho pequeños se bañaran a diario, cuando lo común era una vez al mes.
Pero lamentablemente para esa mujer tenía un niño que siempre hacía caso omiso a sus órdenes impartida, su segundo hijo.
Siempre creyó la joven mujer que ese muchachito debió nacer ya con algo malo en su carácter porque nadie en su familia poseía actitudes tan rebeldes como ese inquieto hijo suyo.
Pero no era solamente reticente a las órdenes de su madre, sino que no había en el mundo una persona de su edad que le cayese en gracia. Era como si toda la sociedad había nacido para hacerle la vida imposible. El mundo estaba contra él.
Pero lo que no comprendió esa mujer fue que ese pequeño era justamente un claro ejemplo de su carácter y templanza. Cierta tarde, después de todo el rito que poseía el mérito de la madre para lograr que su segundo hijito se bañase, lo vistió con las mejores prendas y le permitió ir a jugar con sus amiguitos.
En menos de treinta minutos ya había regresado con toda la ropa destrozada y mugrienta, con el labio inferior lastimado, con una profunda hemorragia que manchaba lo que quedó de su atuendo.
La mujer no podía discernir en ese preciso momento si asistir a su hijito o darle una tremenda paliza por el estado en que había llegado.
-¡Hijo! ¡Otra vez así! ¡Para qué te puse ese traje nuevo!
-No es mi culpa, madre -respondió el pequeño- sino toda suya.
-¿Acaso es mi error que tú vengas de esta manera?
-Totalmente suya, madre. Usted me obliga a bañarme todos los días en contra de mi voluntad sin ni siquiera preguntarme cuál es mi deseo.
-¡Tú eres mi hijo, tienes recién seis años, y no te consultaré si deseas o no bañarte!
-¡He ahí la cuestión, madre! Usted me ha convertido en la burla de los demás jóvenes de esta ciudad.
-¿Pero qué te ha pasado para que vengas así?
-El joven Piero sonrió irónicamente ante mi presencia.
-¿Acaso se burló de ti?
-No lo sé, pero por las dudas le dejé mis dedos grabados en su rostro. Después vinieron tres más. Antes de darles la oportunidad de burlarse por mi obligado aseo, les comencé a aplicar unos correctivos por las dudas osasen en reírse.
-¡Pero tú no puedes golpear a todos los que se ríen en la calle!
-Madre, seguramente mañana no se reirán nuevamente.
-¡Mira cómo sangra tu boca!
-¡Y si viera usted cómo le quedó la mano al que me golpeó!
-¿Por qué? ¿Por qué siempre traes problemas de conducta?
-¡Porque nadie hace mi voluntad, odio la sociedad, a los hombres, niños, a todos!
-¡Qué voy a hacer contigo! ¡Vete a dar otro baño, mocoso de porquería!
La joven madre no sabía qué estrategias utilizar para enderezar el carácter de su hijo revoltoso. Sabía que no podía contar con la opinión de su esposo, quien cargaba con los compromisos de su gran familia, motivo por el cual sólo se dedicaba a satisfacer sus obligaciones económicas, delegando la crianza de sus hijos a la joven Letizia.
Un día la mujer tomó la drástica decisión de encaminar a su segundo hijo, el que le traía tantos dolores de cabeza.
Para eso decidió inscribirlo en el colegio de niñas de Ajaccio para que la Madre Superiora lo cuidara y lo educara con su régimen sumamente estricto, debido a que el niño aún no tenía edad para ingresar al colegio de varones.
-Hijo, llegó la hora de que aprensas a comportarte como es debido. Te pondré bajo la autoridad de la Madre Superiora para modificar ese terrible carácter que posees. Esto no es de mi agrado, pero prefiero que aprendas a ser más cordial con tus pares.
-Madre, si usted no ha podido conmigo, nadie podrá hacerlo entonces.
-Por lo menos sé que no te estarás peleando entre las niñas.
Pero el plan que astutamente había idea su madre no salió como ella lo imaginó. Muy rápidamente el niño se hizo querer y mimar por las hermanas religiosas.
Esto lo llevó a que el pequeño estuviese siempre de la mano de la Madre Superiora. Él no cambió su carácter, sin embargo, aprendió a ser sumamente autoritario como la encargada del colegio de niñas.
Jamás una personita había sido tan aborrecida por las mujercitas de esa escuela como lo fue ese niño mimado por las monjas.
Desde entonces, el segundo hijo de ese matrimonio se volvió triste y solitario. Nadie en su entorno lo comprendía.
Pero si alguien osaba en mirarlo o dirigirse a él en forma despectiva, rápidamente lo confrontaba con agresiones físicas, motivo por el cual se ganó el apodo de “el moreteado”, por las tantas palizas que recibía el niño de carácter podrido.
Nota de la Redacción: (El resto es historia)