Odisea en el espacio

Por: Raquel Baratelli

Hoy los pares, mañana los impares. Ayer sólo los azules. Varios más en las zonas blancas, nadie en zonas rojas. Cuadras en cuarentena por acá, testeos por allá, restricciones acullá… Otra que la aventura del hombre allá por los tiempos de Neandertales. Salir a la calle hoy es una descarga de adrenalina difícil de sobrellevar sin perder el aliento entre la boca y el tapaboca, con la nariz o las orejas apretadas según el modelo. El espacio abierto es más seguro, pero ojo con las plazas, ahí la gente se distiende y no respeta la distancia. Las veredas permiten ir en fila india, cuidado, que el de adelante no tosa. Trasladarse en ómnibus es más peligroso que la formula uno, la moto suma una ventaja al tapabocas, el casco es más aislante y puede ser usado aún al bajarse; el auto te permite mayor comodidad pero adiós a los pules;  trasladarse en bici resulta pesado, con el barbijo uno puede desfallecer al segundo pedaleo y  correr no es una opción. Para moverse en grupos lo más conveniente  podría ser la tracción a sangre, que permite una buena circulación de aire entre los pasajeros, quienes usarán agradecidos el tapaboca por aislarlos de los aromas emitidos por el cuadrúpedo traccionador.  Sin embargo, lo más conveniente, en este momento, es trasladase caminando en soledad, aunque sea  más lento, total en estos tiempos no hay apuro,  uno va más atento a los peligros de cruzarse con algún desprevenido y puede tomarse tiempo para atajarse.  Retornar al hogar después de una odisea por el espacio exterior resulta un incordio, desnudarse en la puerta de casa evitando el resfrío, abrir con los codos, recoger la ropa y los zapatos intentando que lleguen al lavarropas sin tener contacto con nada, lavarse las manos agrietadas por el alcohol y darse un baño antes de decir hola a la familia, resulta verdaderamente agotador, viejo, más aun sabiendo que pronto deberás emprender una nueva aventura del hombre aislado en la ciudad. Y bué, es lo que hay.

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