[A 111 años de su muerte] El niño y el ombú, una historia del Santo Cura Brochero

Este 26 de enero se cumplió 11 años del fallecimiento del Cura Brochero, canonizado en octubre del año 2016 por el Papa Francisco. En este relato del escritor Luis Luján, incluido en el libro “50 cuentos de pequeños… de grandes personalidades – La infancia de los líderes”, se presenta un momento de la niñez del cura gaucho.

Escribe: Prof. Luis Luján

Los niños jugaban plácidamente en el enorme espacio arbolado que existía en ese pequeño poblado. Era la seis y el calor agobiaba sobre esa tarde cordobesa en momentos en que las campanadas de la iglesia llamaban a misa vespertina. No quedaba sobre los árboles una sola ave cuando el bronce repiqueteaba moviendo hasta los cimientos de las estructuras más seguras de toda la comarca de Santa Rosa.

José se echó a la sombra del viejo ombú y allí se quedó como tantas otras tardes meditando cuestiones muy profundas de su niñez. Había algo en él que perturbaba la paz de su espíritu, por eso le era menester que a su corta edad se tomase el tiempo necesario para experimentar ese extraño llamado a su ser interior.

Prontamente se acercó su vecino, de apenas diez años, de la misma edad que la suya, y lo saludó de manera algo irónica como para romper el silencio ensordecedor que habían dejado las campanadas de la iglesia.

-Hola, Pepino, ¿otra vez aquí?

-Ya te dije, y te lo repito, si me vas a llamar por mi apodo, hazlo de forma correcta.

-¡Pero es lo mismo decirte Pepe o decirte Pepino!

-¡Para mí no lo es! Mi nombre es importante porque pertenece a un hombre que ha sido grande entre otros hombres.

-¿Y quién ha sido ese otro gran hombre?

-¡El padre de Jesús!

-Pero él se llamaba José, no le decían: “¡vení Pepe a ver a tu hijito!”.

-Pero Pepe es la inicial del título con que se conoce al padre de Jesús. Por su afinidad con la Madre María él es Padre Putativo de su hijo, y de allí es que se le dicen Pepe a todos los que se llaman José.

-¿Entonces crees que tú también serás un gran hombre?

-No lo sé, pero siempre vengo a las sombras de este ombú en donde descansó hace unos años atrás el chasqui de nuestra independencia.

 -¿Y cómo sabes eso tú?

-Se lo escuché decir al sacerdote de la iglesia, y el nombre de ese patriota me quedó muy grabado.

-Y supongo que ahora me lo dices.

-Sí, se llamaba Calisto Ruiz de Gauna, no sé por qué razón cabalgó y corrió entre Salta y Buenos Aires, y en esa acción casi perdió sus piernas por hacerlo. Y cuando pasó por aquí, descansó bajo las sombras de este árbol.

-¿Es por eso que tú siempre vienes aquí?

-Sí, porque estoy en una encrucijada.

-¿Y cuál es esa cosa que dices?

-Creo que estoy llamado a ser alguien importante que luche también por los demás.

-Y eso es bueno…es muy bueno, puedes ser un santo o un patriota.

-La iglesia ya tiene muchos santos, y no pretendo pasarme la vida comienzo hostias.

-Entonces puedes ser un gran patriota.

-Tampoco deseo estar en los cuadernos de historia que se enseñan en las aulas de los conventos. Simplemente deseo trascender ayudando a los demás.

-Ya sé, así como socorriste a todo el pueblo en la última crecida del Río Primero.

-¡Sí, sí, así, estás en lo cierto!

-Entonces, amigo Pepe, ¿cuál es tu dilema? No necesitas ser santo ni patriota, simplemente sé tú mismo, así, como cada día de tu vida.

-Mi dilema es grande, querido amigo mío, y creo que pasará muchos años hasta que descubra ese llamado interno a ser un verdadero siervo.

-No lo creo, Pepe, tú ya estás hecho así, levántate, vamos a llegar tarde otra vez a misa.

-¡Ves! ¡Éste en mi momento! Estoy como en una duda existencia entre la fuerza que me da la sombra de este ombú, que aún contiene el espíritu luchador de Calisto Ruiz de Gauna, y entre las campanadas de la iglesia que me mueven hasta los huesos. Creo que algún día encontraré mi respuesta, lo sé.

-Seguro, José Gabriel, seguro que sí, pero vamos a misa o nuestras madres se enojarán, como cada domingo en que llegamos tarde.

El resto es historia…

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