Argentina, ese rico país pobre: Los números rojos de una realidad que duele

Del grosero error de no saber cuánta pobreza había en el país porque el gobierno kirchnerista de turno no la medía, con todas las consecuencias negativas en materia de políticas de estado para combatirla, pasamos a la promesa trasnochada de Macri de la “pobreza cero” y a la falsa ilusión albertista de heladeras hasta el tope de asado. De allí, sin escalas a la propuesta mileísta de la “Argentina potencia” que aún no llega. La pobreza tiene estadísticas que van y vienen en mayor o menor medida. Pero siempre está. Ahora, alcanza a más de la mitad de los argentinos, la cifra más alta en los últimos 20 años.

Escribe: Germán Giacchero

Ni el superávit fiscal, ni las bondades de la macroeconomía, ni la oleada política libertaria, ni la apuesta al bendito mercado, ni la motosierra antiestatal pueden con ella.

Pasan los gobiernos, cambian los trajes y los vestidos en el sillón de Rivadavia, vuelan los presidentes, pero ella siempre está.

Podría ser la inflación. Pero, no. Está íntimamente relacionada con el fenómeno inflacionario, claro, se llama pobreza. Y es un problema histórico en Argentina, más allá de algunos momentos de bonanza, es un flagelo que ningún gobierno ha podido debilitar. O no lo ha querido hacer con todas las ganas que se debería poner al asunto.

Los resultados están a la vista.

Hace falta algo más que políticas efímeras y acciones aisladas para no seguir creando nuevos pobres y con la finalidad de dar batalla a la pobreza estructural.

Ese monstruo que abraza a los pobres de siempre, los que ni con algún socorro monetario o alimentario estatal pueden dejar de saborear el trago amargo de la miseria.

Y a ese escenario tristemente conocido, se suman los nuevos actores de reparto de la pobreza: los desempleados recientes o mal pagados, los alcanzados por la pulverización de los salarios, la clase media no tan media y la clase baja cada vez más baja que no aguantan el sacudón de los tarifazos, los recortes y la crisis generalizada.

Datos que duelen

El final del gobierno de Alberto Fernández y el comienzo de la gestión de Javier Milei coincidió con un nivel de pobreza del 41,7% de las personas y una indigencia de 11,9%. Eran los datos oficiales del segundo semestre de 2023 difundidos por el Indec.

Entonces, 4 de cada 10 argentinos eran pobres y 1 de cada 10 vivía en la indigencia.

Tres meses después las cosas cambiaron para peor. Dos de cada 10 argentinos es pobre y 1 de cada 5 es indigente, según datos de la Universidad Católica Argentina (UCA),

De acuerdo con el informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina, elaborado a partir del análisis de la base de microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec, la pobreza trepó al 54,9% de la población, mientras que la indigencia se ubicó en 20,3%.

En pocas palabras, más de la mitad de un país que siempre se creyó condenado a la riqueza, vive sumida en la pobreza. Y lo que más ha crecido es la indigencia: no les alcanza ni para la comida.

La situación empeora si hablamos de las infancias. El 70% de los niños, niñas y adolescentes vive en hogares alcanzados por la pobreza, mientras que el 30% se encuentra en la indigencia.

Por supuesto, estos guarismos muestran un promedio. Los indicadores en algunas regiones provocan escalofríos. El distrito más pobre del país es Gran Resistencia, Chaco, con 79,5%, seguido por Formosa, con 72,1%, y La Rioja, con 68%.

En nuestra provincia, el Gran Córdoba y Gran Río Cuarto muestran niveles semejantes a la media nacional, pero con incrementos respecto de mediciones anteriores.

En la capital cordobesa y alrededores, el índice de pobreza escaló a 50,7%, mientras que en el Imperio del Sur y zona aledaña Río Cuarto registró 53,5%. En términos generales, la mitad de la población en ambos distritos es pobre.

La imagen es de una esquina céntrica de Villa María.

En Villa María, los últimos datos disponibles corresponden al segundo semestre del año pasado y, como suele repetirse en cada medición, resultan más alentadores que el resto del país.

La información relevada entonces por el Centro Estadístico Municipal -que resulta comparable con los mismos indicadores que publica INDEC para los aglomerados del país- expuso una incidencia de la pobreza de personas estimada en 28,1 %, mientras que la incidencia de la indigencia era de 3,9 %.

Paradojas y contradicciones

Argentina es un país infectado de paradojas, fagocitado por contradicciones y plagado de dualidades.

Destila opulencia desde su mismo nombre, que significa plata, pero su historia está marcada por la escasez.

Es el reino de la abundancia y de las riquezas que desvelaron a conquistadores e inmigrantes europeos por igual, pero su destino parece trazado por la ausencia, la carencia y la necesidad.

En el “granero del mundo” que podría alimentar a buena parte de la población mundial, hay niños y niñas que se mueren de hambre.

Argentina ocupa posiciones de privilegio como productor de semillas y sus praderas, cada vez más concentradas en menos manos, figuran entre las más fértiles del globo.

Pero los millones de hectáreas de soja sembradas no pueden saciar el hambre de su gente.

Se encuentra entre las naciones líderes como productor mundial de carnes y cuenta con millones de cabezas de ganado, pero la carne es casi inaccesible para bolsillos insolventes.

Genera miles de toneladas de lana cada año, pero abrigarse en invierno insume todo un presupuesto.

Sobran las contradicciones entre el país que quiso ser y el que es en realidad, la oposición entre su abundancia y escasez, su anhelo primermundista y su realidad de callejón.

Singularidades de un país que se creía condenado al éxito, que como Narciso terminó enamorado de su propia imagen falsa y que, debilitado de tanto espejismo, terminó dándose de lleno contra la implacable realidad.

Una realidad que, más allá de algunos aciertos y varios tropiezos, quizás nos dé márgenes para poderla cambiar.

¿Podremos?  

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