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Día de las Infancias: Compartimos un cuento para los niños
Pájaro negro, pájaro rojo
de Gustavo Roldán
Esa mañana las luciérnagas, los tucu tucus y todos los bichitos que habían iluminado el monte se fueron apagando. Había llegado la hora de descansar. Los pájaros, los yacarés, los monos, los piojos y las pulgas, los venados, las iguanas, los tapires, los pumas, las chicharras y mil animales más se fueron despertando y comenzaron a cantar, a volar, a correr y a hacer toda clase de ruidos.
– Hace mucho que no nos cuenta cosas de la gente —dijo la hormiga colorada, mirando con asombro como el sapo desparramaba semillas de mburucuyá por todas partes.
– ¿Por qué hace eso? —pregunto el yacaré.
– Para que no nos ataquen los tigres de Bengala, que son muy peligrosos.
– Don sapo -dijo el piojo-, en este monte chaqueño no hay tigres de Bengala.
-¿No se lo estoy diciendo? Las semillas de mburucuya clan buen resultado.
-Nos estaba por contar algo de la gente la hormiga colorada.
-Sí sí sí, cuente algo, que yo escuche contar que usted les conto y después a mí me contaron… -pidió la pajarita carpintera.
-Bueno, se me ocurre una cosa, y creo que vale la pena decirla. Casi todos los hombres y mujeres tienen una cicatriz en la parte de abajo del mentón.
-¿Y eso que quiere decir? —pregunto el ñandú.
-No sé y me gustaría saber. Yo lo dejaría dando vueltas para que alguien to investigue.
-¿Y usted cómo sabe eso? —preguntó el yacaré.
-Todo cambia según desde donde se mire. Y alguna ventaja tiene tirar desde abajo.
No había terminado de hablar el sapo cuando el mono pego un grito:
-Miren! ¡Miren todos! ¡Allá, allá arriba!
Todos miraron y allá arriba, muy arriba, vieron que el halcón negro daba vueltas y vueltas alrededor de un pájaro muy rojo.
-Ese es el halcón negro —dijo el picaflor—, pero no sé qué pájaro es el otro.
-Nunca había visto un pájaro tan grande y tan rojo —dijo el coati.
-¡Es hermoso! ¡Es un pájaro de fuego! ¡Es el pájaro más hermoso del mundo! —dijo la pulga—. Bueno, digo, junto con el tordo y la calandria y el picaflor y la cotorrita y la garza blanca y el sietecolores y el carpintero y el Martin pescador y el zorzal y el cardenal y el naranjero y el quirquincho…
-Está bien, está bien —dijo el yacaré—, es cierto que es muy hermoso, pulga, planea como el halcón, que es la cosa que me da más envidia. Pero el quirquincho no es un pájaro.
-Algunos dicen que a don sapo le gustaba volar con el quirquincho.
Y mientras todos hablaban entusiasmados, allá arriba, cerca del cielo, el pájaro negro y el pájaro de fuego volaban cada vez más alto.
Por momentos parecían perderse y eran apenas un punto negro y otro rojo, pero volvían a aparecer y acercarse.
-¡Eh, los pájaros voladores! -gritó el monito, que se había subido a la punta del algarrobo-.
-¡Bajen a visitarnos!
El halcón negro hizo una especie de saludo inclinando las alas.
El pájaro rojo hizo un raro giro y comenzó a caer dando vueltas y más vueltas.
-¡Que le pasa! qué le pasa! —grito el piojo ¡Parece que está herido!
Y ante la desesperación de todos los bichos, que miraban sin poder hacer nada, el pájaro rojo seguía cayendo. De repente pareció planear nuevamente, como si se hubiera compuesto y de inmediato volvió a girar y siguió cayendo.
El halcón negro volaba siguiéndolo, tratando de ayudarlo, pero tampoco podía sostenerlo para impedir la caída.
-¡Ay ay ay! —dijo la pulga—. No quiero mirar. Esta por pasar la catástrofe más grande del mundo.
El pájaro rojo seguía y seguía en picada. Ya estaba cerca de la punta del quebracho más alto cuando se enderezo y planeo otro poco y fue cayendo suavemente en medio de la rueda de bichos que to miraba con asombro.
iAy ay ay! —dijo la pulga cerrando los ojos. ¿Estará muerto?
-No —dijo el sapo—, no está muerto.
-Pero no se mueve…
-Ni respira…
-Ni aletea…
-Digo que no está muerto porque nunca estuvo vivo.
¿Cómo que no estuvo vivo? —dijo el yacare—.
Lo vimos volar junto al halcón negro, y para volar de esa manera tan hermosa hay que estar muy vivo. El halcón negro, que también había bajado, comenzaba a entender to que decía el sapo.
-Ahora les explico —dijo el sapo—, y esto viene muy bien para lo que ustedes estaban preguntando. ¿Querian saber cosas de la gente?
-Si, si, queremos saber —pidió el yacaré.
-Aquí tienen una de las cosas buenas que hacen los hombres
-¿Los hombres hacen los pájaros de fuego? —pregunto la pulga.
-No es un pájaro ni es de fuego. Pero vuela tan lindo como un pájaro. Este seguramente se vino volando desde Saenz Peña o desde Castelli o de Buenos Aires, o desde las sierras de Córdoba, o tal vez de aquí nomas, de Fortín Lavalle, que son los lugares donde se hacen los barriletes más lindos.
-Barriletes… ¿Qué son los barriletes? —pregunto la cotorrita verde.
Eso que estan viendo. También se llaman pandorgas, cometas, papalotes, o, o, o…
-¿Para qué sirven? pregunto el monito.
-Para nada y para todo, que es para lo que sirven las cosas hermosas, nos ponen contentos. Y un barrilete es una de las cosas que saben hacer los hombres.
-¿Qué le paso? ¿Por qué se cayó? ¡Nos pegó el susto más grande del mundo! -dijo la pulga.
-Le pasó algo que les suele pasar a las cosas hermosas: a veces se les corta el piolín y se escapan sin que nada las pueda parar. Pero en algún momento vuelven, y a veces alguien tiene la suerte de que le caigan al lado.
-Entonces nosotros tuvimos mucha suerte -dijo el piojo-. ¿Y ahora que vamos a hacer?
-Creo que nos conviene colgarlo aquí, en este yuchán florecido, para que podamos mirarlo todos los días.
-Bueno, don sapo —dijo la hormiga colorada—, pero usted nos iba a contar algo de la gente.
-¿Parece que no dije nada?
-Y… yo me quedé esperando.
-Lo que pasa es que ustedes estaban esperando que hable mal. Pero la gente también tiene cosas buenas… por lo menos alguna gente.
No me había imaginado —dijo el monito—. Cuéntenos alguna cosa buena.
-¿Pero no se dieron cuenta?
-Yo no —dijo la hormiga.
-Yo no —dijo el coatí.
-Yo no —dijo el oso hormiguero.
-Yo tampoco —dijo el picaflor.
-Bueno, se las voy a repetir: primero, les conté como hay que hacer para que no nos invadan los tigres de Bengala, y eso es algo que escuche contar a la gente; segundo, todos vieron esa maravilla voladora que es un barrilete; y tercero… bueno, la tercera cosa importante no se las conté, porque con esto ya alcanza…
-Cuéntenos, don sapo, cuéntenos… —dijeron todos.
-No, solo les voy a decir de que se trata. Es otra de las cosas hermosas que saben hacer los hombres: se llama trompo.
-¿Y nos va a dejar con la duda de que es eso? —protesto el piojo.
-Si, porque es bueno quedarse con alguna duda. Además también les conté que tienen una cicatriz debajo del mentón, pero eso es otra historia.
-Todas esas cosas -dijo el bicho colorado-, ¿para qué sirven?
Para no olvidarse de lo más importante, y lo más importante es encontrar la alegría.
-¿Y la alegría y la felicidad estan en los cuentos? -dijo el picaflor.
-¿Y en los barriletes y en los trompos? -pregunto el monito desde arriba del árbol.
-Más o menos, y en algunas cosas más. Eso es algo que cada uno tiene que ir descubriendo. Y lo primero que hay que hacer es ponerse a buscar.
-¡Lo vamos a hacer ya mismo! -dijo el yacaré-. Yo me voy a buscar lo que tengo que encontrar -y se zambullo en lo más hondo del Bermejo.
-Y yo.
-Y yo.
-Y yo… dijeron mil bichos.
Sin perder tiempo se fueron volando, se treparon a los árboles, se metieron al río, hicieron una cueva en la tierra, se fueron corriendo, así así y asá.
Ahí andan dando vueltas, porque no es fácil encontrar la alegría. Pero cada tanto pasan frente al pájaro rojo que está colgado del yuchán, para no olvidarse de las cosas hermosas donde puede estar un pedazo de felicidad.