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Diez años sin Cerati: Gustavo, no te mueras nunca…
“Separarse de la especie por algo superior no es soberbia es amor. Poder decir adiós, es crecer…”
Escribe: Germán Giacchero
No nos basta con que sea uno de los músicos más exquisitos del planeta, un creador incansable, una estrella brillante en el cosmos rockero argento y latino, un transformador cultural y un llenador serial de estadios, plazas y hasta de la avenida más ancha del mundo, cuando la 9 de julio se superpobló con más de 250 mil almas.
No nos alcanza con que haya batido todos los récords, que solo muy pocos colegas pueden alcanzar alguna vez, que haya vendidos millones de discos, generado infinitas emociones, y matizado con sus canciones y su dulce y eterna voz la banda sonora de nuestras vidas.
No nos basta con saber que hizo lo que quiso, que experimentó con su música y se convirtió en vanguardista de sí mismo.
Que tocó con todos, o casi todos, y eso incluye a talentos como Roger Waters, Mercedes Sosa o The Police.
Que era venerado por quienes lo seguíamos, millones en el continente, y ninguneado por algunos sectores más tradicionales o duros del rock & roll criollo.
Entre ellos, los que pedían que se muriera en medio de un recital de “la competencia” de Soda Stereo y los que parieron la eterna disputa con los Redondos.
No nos alcanza que haya coqueteado con la muerte, tentado por las sustancias que prometen la felicidad eterna o se recetan como el mejor ataque contra tristezas crónicas, y haya así rendido culto al arte del reviente, tan bien pregonado y cultivado por muchos de sus pares.
Ni nos basta que su vida se haya convertido en una gran sala de espera durante largos cuatro años en los que estuvo ausente, entubado y sedado en una clínica de alta complejidad, mimado cada día por la ilimitada esperanza de una madre que parecía indestructible y por los deseos de recuperación de millones de seguidores, que, como yo, querían que se repusiera, que volviera a acariciarnos con su voz y a hacernos temblar con sus canciones.
No nos alcanza que nos sorprendiera la desdicha de su lenta muerte, porque queríamos que no se muriera nunca. O como reza el mandato popular, tan ejercitado por muchos argentinos, que tuviera una muerte trágica, fiel a nuestra afición por la necrofilia, para que su nombre quedara estampado para siempre en la galería de personajes con finales tormentosos e inesperados.
Y convertirse por efecto de la alquimia inmortal en una celebridad eterna y perfecta, sin arrugas, excesos ni pecados.
Pero, no le hizo falta. Y aunque pareciera que nada nos basta ahora para comprender el fantástico legado que nos dejó el ídolo, el artista, el ser humano, Gustavo Cerati no morirá jamás, porque no lo dejaremos ir.
Esta sigue siendo la ciudad de la furia. El país de la furia…
Por eso, Gustavo, seguí dando vueltas por el universo…
Y, por favor, no te mueras nunca.