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Docentes, solos y presos de la extorsión de todos nosotros
Escribe: Germán Giacchero
No es fácil ser docente en este tiempo.
Nunca lo fue, pero menos ahora.
Presos de la extorsión de la sociedad que les exige cada vez más, porque ella no pueda dar las respuestas que debería.
Así, los maestros fragmentan su cerebro, su cuerpo y su corazón para cumplir roles, funciones y especialidades para los que no fueron preparados porque, en principio, no les compete. Pero igual las desempeñan, como pueden.
Extorsionados por dirigentes políticos de todas las banderas que se llenan la boca al grito que hay que defender la educación pública, proteger a los docentes y cuidar a las generaciones de pibes que vienen, pero luego les convidan mezquinos porcentajes en las paritarias, no cumplen con los acuerdos firmados, los someten a operaciones políticas y los ningunean porque reclaman por un salario digno.
Extorsionados por funcionarios, tecnócratas y agentes de la propaganda y el marketing político que tejen acciones tendientes a demonizar el reclamo y la protesta, incentivan el descrédito social del trabajador de la educación, fogonean el temor por el deterioro de la calidad educativa y manejan a su antojo descuentos arbitrarios e incrementos engañosos en los salarios.
Extorsionados por los burócratas que reducen toda la problemática a una planilla de Excel o se espantan con las estadísticas y los indicadores negativos, y que terminan depositando toda la responsabilidad del fracaso de la escuela en la figura docente.
Extorsionados por los grandes teóricos de la educación o intelectuales al servicio del poder que tienen una visión gran angular del problema, pero que nunca en general han pisado un aula, y sin embargo les exigen todo el tiempo que sean docentes todoterreno, porque el escenario educativo ha cambiado, la sociedad no es la de antes, las escuelas son volcanes en ebullición y la atención de la diversidad es el nuevo lema de moda que hay que cumplir a rajatabla sin los recursos suficientes y sin el respaldo necesario.
Son los mismos que les piden que estén a la vanguardia todo el tiempo, con herramientas del siglo pasado, con recursos más bien escasos, con instalaciones no siempre preparadas y con sueldos nunca tan bien pagos.
Extorsionados muchas veces por los propios gremios que los usan como botín político para resolver las diferencias partidarias y la puja de poder con los gobiernos de turno.
Representantes gremiales que sentados en la mesa chica terminan arreglando, tantas veces, según la propia conveniencia y no el interés común de los de trabajadores.
Extorsionados por los medios de comunicación que los suelen mostrar como culpables directos de la falta de educación de los millones de niños y jóvenes cuando reclaman por su salario o sus derechos a través de un paro.
El mismo coro mediático que reproduce los argumentos del oficialismo de turno respecto de que el salario promedio no es tan bajo y que solo un mínimo porcentaje gana poco.
Extorsionados por supervisores y directivos con amenazas veladas o directas para que no hagan paro o lo piensen bien antes de tomar una decisión que podría traerle aparejadas algunas consecuencias, de las cuales el descuento de haberes es una de las muestras que más duele, porque impacta en el bolsillo.
Extorsionados por los propios padres, un tanto desbordados, algo desesperados y otro poco superados, por lo que reclaman límites y sanciones en la escuela, pero a la vez se transforman en sindicalistas de sus hijos, así que la culpa o responsabilidad la tiene casi siempre el otro.
Extorsionados, un tanto bastardeados, otro poco ninguneados, otro tanto castigados por un sistema que valora desde la hipocresía del discurso la trascendencia social del docente y ensalza su figura, pero que en terreno de la realidad niega toda posibilidad de un salario digno desde el vamos para evitar disputas estériles, desconoce o incinera sus derechos, y expone a maestros y profesores a jugar al tiro al blanco con ellos en cada comienzo de clases.
No es fácil ser docente en este tiempo.
Nunca lo fue, pero menos ahora.
Todos los trabajadores tienen los mismos derechos a reclamar. Los docentes, también.
A veces, hay que ponerse un momento en el lugar del otro.
Para aprender a hacerlo, no hace falta ni siquiera pasar por el aula o las enseñanzas de un maestro.
Pero, claro, exige un poco de esfuerzo. Como el que siempre le pedimos a ellos.
A la maestra, al profe, a la seño.
Por lo menos, alguna vez, habría que ponerse en su lugar.
Nota: Con algunas ligeras variaciones de forma, este texto fue publicado hace 6 años. Como se observará, poco y nada ha cambiado desde entonces. Una pena.