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[El Deschave] Milei- Massa: Un debate que difícilmente cambie un voto ya pensado…
La actual. ¿Una democracia camino a la autocracia?
Escribe: Miguel Andreis
Cuando la “nada” te quiere convencer
Nada de lo que sucedió esta noche de domingo 12, me sorprendió. Excepto las preguntas más importantes sobre la economía que no se hicieron. Tampoco de las causas que involucran al gobierno y que son muchas.
Esperé una estocada sobre Martín Isaurralde. Mucho flanco como para no aprovecharlo. Milei no sacaba una sola mano. Tampoco incursionó en lo de las tarjetas y el Negro chocolate.
Si se hubiese tratado de un combate de boxeo hubiese pensado que estábamos frente a un “tongo”. Un arreglo. En fin, es difícil especular que eso pueda darse. Claro, no imposible. Me aburrió. No creo que nadie que tenga su voto ya definido lo vaya a cambiar frente a tan notoria mediocridad conceptual.
Jamás me había ocurrido, desde el 83 a la fecha, algo similar. Caminar entre el hartazgo, la incertidumbre y el temor por lo que vendrá y, no aludo precisamente sobre los guarismos que se conozcan luego del reconto de las urnas el próximo domingo, sino en lo que comenzará a vivirse, desde mi perspectiva, luego de la asunción de quién llegue a la Presidencia el 10 de diciembre.
Milei volvió a demostrar su amateurismo como cuadro político -falta porfías de café- y Massa un actor chicanero con formación de farsante. Usan dialécticas distintas para expresar las mismas temerarias felonías.
Ambos cobijan en su interior sesgos de autoritarismo que intentan disimularlo, pero los habita a ambos. Llamativamente uno y otro han sido rodeados con la ayuda de los mismos partidos políticos que hasta ayer lo veían como venenosos escorpiones. El poder de olvido es fenomenal.
Seriamente: ¿Pueden cambiar algo semejante personajes? Cuesta creerlo, pero tampoco la clase política ni la sociedad misma discute la esencia de un país camino hacia un abismo, quizás, como en el nunca estuvimos.
Esta “democracia representativa” que nos impone los marcos de legalidad con la que actuamos y nos movemos, es una herramienta fenomenal para los que quieran jugar a ser poderosos. No para la gente. Así nos fue como país. Así nos va.
Hace más de un siglo que “democracia representativa”, siempre dominada por las minorías oligárquicas, nos han convencido que solamente basta que cada cuatro años le firmamos a través algo llamado voto -sin importarnos como los logró y con los recursos de quién-, un documento en blanco para que cada vez nos sometan más como comunidad.
Naturalizamos la corrupción en la misma banquina que la impunidad. Así estamos, reptado como una cofradía parapléjica y aterrada. Quizás indiferente. Tal vez cómoda. Posiblemente cómplices.
Cuando Roque Sáenz Peña pone en marcha la ley electoral, libre, gratuita y obligatoria allá por 1912, fue un gran avance para la estructuración de la democracia. Funcionó unos años y luego comenzaron a encontrarle los intersticios para burlarla.
Lo primero que destruyeron fue la libertad de los poderes. El Legislativo, absolutamente dependiente del político, una fisura del sistema que pintaba como equitativo y, el Judicial, como una ignominiosa capa de impunidad para que la corrupción que establece el sistema presidencial, nunca se vea afectada.
¿A cuántos grandes hombres de la política hemos vistos presos? Menem, solo por citar un simple ejemplo, murió cerca de los 90 absolutamente impune por los fueros parlamentarios con causas de varios años sobre su anatomía. Ejemplos así sobran como para llenar varias páginas.
Más dudas que certezas
Sucede que el próximo 19 y, ante los hechos como se perciben, con más dudas que certezas sobre un posible ganador, todo se torna groseramente incierto. Ocurre que entre los que se subirán al ring por el cinturón (léase Sillón de Rivadavia) arrastraron tras de sí al resto de la mayoría de las otras fuerzas políticas y parte de la población, que no los seduce el amor, sino que los atrapa el espanto.
Los eslóganes son simples y penosos, tanto como los candidatos. “Voto en contra de…” Propuestas ninguna –tal vez mejor-, descalificaciones todas. Un clericó, donde la ideología se destiñó en su sinrazón de ser. Una melange de argumentos de la que es difícil escapar. Especialmente para quien no cree ni en los postulantes y mucho menos con las reglas que juegan.
Probablemente nos lleve un tiempo comprender que es preciso, casi imprescindible, entre otras cosas, comenzar a luchar por una DEMOCRACIA PARTICIPATIVA, donde la sociedad de hecho pueda hacer valer su opinión sobre contextos y actores reales.
Donde el Legislativo cumpla su real función y la Justicia no se transforme en el paraguas de los poderosos. La República. La política es lo que es porque, desde hace años logró poner bajo su tutela a quienes deben hacer cumplir las leyes. Entiéndase Justicia. La corrupción es hija de esta flaqueza, de esta extenuación.
Ni Milei ni Massa cambiarán absolutamente nada. Massa, principalmente es parte de un modelo que irá acentuándose en manejar ese ejército de pobreza y lo que se puede hacer con los mismos. Bueno sería equivocarse o leer mal la realidad, pero pensar en que los óvulos de la violencia ya fueron engendrados puede ser algo que nadie quisiera que ocurra, pero las condiciones nos deben alertar.
Por estos días es frecuente, oír la pregunta a quién votás: ¿Milei o Massa? En lo particular respondo que a ninguno. Que no iré a sufragar. Jamás en mi vida había dejado de hacerlo. Formaba parte de una obligación interior. No me ocurre en este momento. Ya no adhiero, en realidad hace tiempo, a la teoría de que las mayorías nunca se equivocan. Que en este juego al que llamamos democracia, posiblemente por lo que nos permite ver el escenario que tenemos no sea otra cosa que el inicio de un viaje hacia una autocracia.
Si bien, nunca más debemos aceptar un poder con charreteras, es preciso no olvidar los setenta y, si tomamos en cuenta lo que se observa en la vidriera de las ofertas, donde ninguno habla de la elemental alternancia de los diferentes prismas partidarios, indefectiblemente vamos camino a un retroceso infinito.
Es de esperar que al menos, no fuese bajo un fanatismo aterrador o que se multipliquen las grietas. No creo en el aporte del voto en blanco al poder ¡Qué cada quién decida por quién quiera, o lo que quiera con su derecho! El que no se sienta seducido está en su juicio de no avalar en lo que cree. Es voto es y debe ser una expresión de convicción individual.
Lo otro, es una auto vejación. No estaría mal que comencemos a pensar no, en no votar, sino a transitar hacia nuevas reglas de juego… como, por ejemplo: la Democracia Participativa.