La Secretaría de Educación y Cultura de Villa Nueva continúa...
San Martín obtuvo el Torneo Regional Centro – Cuyo Damas...
• Cobrarán beneficiarios de Capital, interior provincial y personas mayores.•...
Por medio de la Secretaría de Servicios Urbanos, se informó...
APROSS inició una investigación interna que el día de ayer...
Se realizó una charla-capacitación sobre Gestión Integral de Residuos y...
[El Deschave] Villa María, donde la exclusión no se detiene: El hambre cuando el sistema te expulsa…
Escribe: Miguel Andreis
Helado prohibido
Plaza Centenario, miércoles veintipico del pasado mes, el sol ya había cumplido su labor diaria de agujerear la existencia humana y comenzaba retirarse. Muy poco movimiento en el centro. Como desde hace tiempo, lo vemos agonizar.
La temperatura, una de las más altas de las últimas semanas. Insoportable aún. Dos cachorros lanudos sin ganas de jugar miraban pasar el día y de vez en cuando ladrando un auto. De a ratos se levantaban y bebían de un charco de agua que estaba cerca de una de las fuentes que da sobre la Santa Fe.
En mi caso, debía esperar un rato a mi señora, instalé el auto en un estacionamiento circunstancial que se ubica sobre la citada calle. Apenas colillas de sombras. En uno de los bancos placeros ubicados en la José Ingenieros, casi esquina, una mujer cercana a los cuarenta aproximadamente se deslizaba como si la estabilidad no le perteneciera.
Casi que se arrojó sobre el banco, seguramente caliente. Daba la impresión de agotada, o con ese agobio donde poco importa lo que depara la realidad. Sobre pecho y espalda la cruzaban en forma de “X” dos tiras de material fosforescentes, esas que se ponen “naranjitas” o cuidacoches. No solo ellos.

En la otra punta de la banqueta una jovencita de secundario que no apuraba el helado, servido en una tacita de cartón plastificado, mirando hacia la nada misma.
La dama de rostro transpirado no le sacaba los ojos de encima. Vaya a saber qué changa había cubierto o si ese día, como tantos, volvía a su casa sin un mango. La adolescente no mostraba entusiasmo.
Quizás solicitó un gusto que no era de su preferencia…
Lo lamía a desgano. A pocos metros y en la misma esquina, hay un basurero de dos colores, paradójicamente sería para separar lo que se tira. Como en la sociedad misma.
Los supuse olorientos, dado el calor insoportable del día. La joven, se levantó como enfadada, con la cuchara en la boca y en la mano el envase. Los arrojó casi como con bronca al sitio de los residuos y, emprendió la retirada caminando sin apuros.
No había alcanzado a cruzar la esquina esperando el paso del semáforo. Mientras esperaba su compañera circunstancial de banco, casi corrió hasta el tacho, no debió hurgar demasiado, sacó la tacita y luego la cuchara.
No pude evitar conmoverme de la manera que buscaba rescatar algún sobrante de esa pasta que alguna vez fue fría y que la imaginé ya caliente. A ella no le importaba el gusto. Giraba sin parar la lengua en el pequeño embalaje a la vez que usaba la cuchara en un intento de rescatar, aunque sean gotitas dulces.
Al observar ese acto, se movilizaba en mi interior una imagen de desesperación que traspasaba la sensibilidad. Esa mujer formaba parte de los miles que soportan la asimetría de una “casta” que diariamente se convierte más en barro.
Podrá ser cierto que el sol si bien sale para todos, pero no a todos ilumina igual. No a todos
Podrá ser cierto que el sol si bien sale para todos, pero no a todos ilumina igual. No a todos. Tal vez necesitaba algo dulce para su boca o, simplemente recordar lo que es el sabor de un helado. Hasta pensé, por pensar nomás, que podía tener diabetes y necesitaba algo dulce. Ya cuando no quedaba nada de la nada, y se lamía sus propios labios, se encaminó hacia el centro de la Centenario en busca de una canilla.
No la perdí de vista. Más de tres veces, seguro, llenó el envase y bebió. Y bebió ya sin apuro. Caminó a paso del abandono por la Santa Fe sin mirar hacia ningún lado. Su acción no merecía vergüenza así debió sentirlo. Pensé cuál sería su cena.
La cena tal vez de sus hijos o de… no mucho más que un mate cocido. De lo que estaba seguro es que de postre… ¡no habría helados!

Cuando te expulsa el sistema
El mismo día, una hora después, por la calle Salta casi al 1000, estaban trabajando para abrir un nuevo negocio. Gente poniendo maderas, otros acomodando mercadería. Como siempre sobran envoltorios. Varias cajas de cartón, madera y otras cosas que, para algunos podían ser de utilidad, eran dejados sobre el cordón de la vereda.
Allí estacionó una «Cangú», algo descangallada, tripulada por un hombre y una mujer. Seguramente -así lo supuse-, marido y mujer. El conductor observó que un grupo de gente estábamos en la vereda, casi pegados a los cartones. Presentí que temió que alguien lo saludara. Que los reconociera.
Movió la cabeza como dando una orden a la mujer. Ella, en movimientos casi eléctricos, bajó y fue tomando las cajas, desarmándolas y con una velocidad llamativa, poniéndolas dentro del vehículo. Lo mismo hicieron con los cables, y otros sobrantes… La operación no duró más de dos o tres minutos.
Ninguno de los dos observó a quienes estábamos en el lugar. Era evidente que se trataba de gente que nunca había hecho tal tarea. Que si logró comprar dicho vehículo sería porque alguna vez, sí, alguna vez, le había alcanzado para adquirir esas cuatro ruedas.
Porque alguna vez sintieron que pertenecían a la clase media. La vergüenza era notoria. Uno de los presentes soltó en forma de reflexión: “otros que se cayeron del sistema… lo peor que esto nos puede pasar a cualquiera”. Pensé, excelente definición para el contexto.
La mujer del helado caliente, tomó con total naturalidad su acción. Comer lo que dejan otros. Muy seguramente eran de los que ya nacen caídos del sistema y los amansaron para la marginación.

Sin embargo, el matrimonio de la «Cangú», sonaba como la expresión social- económica de los nuevos o últimos tiempos. Te quedás sin laburo, la guita huye de tu casa y sobrevivir precisa de una nueva mirada del sol que sale.
Muchos miles que desde el poder han convertido en barro. Esto se da a lo largo y ancho del país
Rebuscársela de lo que y con lo que venga. Cualquiera o la gran mayoría de los laburantes, hoy, somos potenciales cartoneros o buscadores de circunstancias.
Solo basta observar la cantidad de gente que se amontona, cuando la luna ya está nítida, frente a comedores, restaurantes, esperando, esperando que le toque algo que otros dejaron cuando sus estómagos ya estaban colmados.
Nunca, jamás en mis recuerdos aparecen tantos seres de todas las edades al que el sistema los volvió mendigos en transición. Jubilados que salen a la venta de cualquier cosa, o en todo caso ver como se multiplican decenas de mujeres y jóvenes, bolsitas en manos, frente a las panaderías o revolviendo las verduras que se tiran…
Muchos miles que desde el poder han convertido en barro. Esto se da a lo largo y ancho del país.
Viene a la memoria el rescate de un pensamiento y sus consecuencias, me refiero a un momento de los años cincuenta cuando el presidente Juan Domingo Perón en uno de sus recordados discursos dijo: “con la comida que se tira a la basura en Argentina, alcanza para darle de comer a más de medio país…”.
No se equivocaba, su vaticinio se volvió realidad, solo que duele observar cómo sus propios seguidores y no seguidores, hayan hecho realidad semejante atrocidad.
También podés ver:
