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[Historias] El Arco de Ballesteros o la construcción de un símbolo irrompible
Muchos en el pueblo decían que el arco tenía la forma de un yunque, y que esa forma era un homenaje a los talleres metalúrgicos. Otros, que se parecía a un avión visto de frente; como aquel “Gloster Metior” que aterrizó en el año cincuenta, cuando la ruta recién se inauguraba y aún le decían “el pavimento”. Tal vez ambas versiones fueran ciertas y sin contradicciones. Pero hace unos días, y tras ver un dibujo de Leonardo da Vinci (el diseño de un puente para un sultán otomano) este periodista pensó que, acaso el arco de Ballesteros fuese un homenaje de la comunidad italiana a uno de sus artistas universales.
Escribe: Iván Wielokosielek
Necesitaba, entonces, saber quién lo había diseñado y por qué. Pero nadie sabía decirme, excepto, lo que era “vox populi”, que el arco había sido levantado por los conscriptos de la clase ´41; y que muy pocos quedaban con vida para consultar.
Y entonces, alguien me dijo: “Tenés que hablar con el Aldo Straini. Él estuvo a cargo del proyecto y además fue intendente de Ballesteros”. Así que, en una tórrida tarde villamariense, me encaminé en busca de la leyenda.
Aldo me esperaba en casa de su hijo Fabio. Y me sorprendió verlo casi exactamente como me lo acordaba. Le digo que no le doy 83 años ni de casualidad… “Pero los tengo”, me dice Aldo, y se ríe.
“¿Así que querés saber del arco? Tuve que anotar varias cosas para no olvidarme… Así que, mirá si no tendré ochenta y tres” me dice, sacando un papelito amarillo del bolsillo. Pero antes que me diga nada, lo primero que le pregunto es por el diseño.

Un ideograma a rayas
“¿Diseño? ¡Nunca hubo ningún diseño! ¿Sabés cómo fue? Mirá, estábamos un día en el negocio de mi vieja, con el Rubén Mirgone… Y como nos tocaba juntar plata a los de la clase ´41, se nos había ocurrido la locura de hacer un arco… La promo ´39 había hecho el Monumento de la Madre y nosotros no queríamos ser menos… De hecho, queríamos hacer algo más grande todavía… ¡Mirá si no seríamos pavos e ignorantes! (risas)
Y entonces, esa tarde con el Rubén, yo agarré la lapicera como la agarro ahora, y le dije: sí, pero hagamos un arco que no sea redondo… Tiene que ser con líneas, todo geométrico, así… Y entonces tracé algo parecido al arco que hay ahora…
Y Aldo dibuja, con palos, algo muy parecido a la escritura china; acaso el ideograma perdido de «arco de ingreso».
«El Rubén estuvo de acuerdo conmigo y, cuando unos días después presentamos el proyecto, todos estuvieron de acuerdo…”
-Sin embargo, no hubieran podido hacerlo sin un arquitecto o un ingeniero…
-Me acuerdo de un arquitecto o ingeniero de Bell Ville, pero no me sale el apellido… Era algo así como «Maggiolo» o «Maggiaro», pero no estoy seguro… Lo que sí te puedo decir, es que es el mismo que hizo la casa de mi hermano Héctor y Marta Cassi, y el mismo que le hizo la casa al Celso Fraire y la Ana María Mc Cormack…
-¿Y “Maggiolo” o “Maggiaro” los ayudó en el diseño?
-Seguro que sí… ¿Qué íbamos a diseñar nosotros más que estas rayas? Pero, como te dije antes, de lo único que estábamos seguros es que no queríamos algo redondo…
-¿Cómo fue pasar del dibujo al hormigón?
-¡Fue todo un tema! ¡Además, no teníamos idea en lo que nos estábamos metiendo! ¿Vos sabés la responsabilidad que implicaba eso? Además, por ese entonces yo estaba a cargo del escritorio de Zamprogno, en la fábrica de cadenas… Y no me quería meter demasiado… Pero final, me metí…
-¿Y qué hicieron?
-Lo primero que hicimos, fue formar una comisión… Me acuerdo que nos juntamos en el club Talleres y que el secretario era el Julio Quevedo… Y hasta redactó el acta en un cuaderno del colegio… (risas) Al otro día, le contamos el proyecto al intendente, don Orestes Romagnolli: “¡Muy bien! ¡Adelante, muchachos! Pero miren que esto es difícil ¿eh?”…
Don Miguel Davicco, presidente del club Talleres, nos felicitó. Y el doctor Lafourcade, que había sido intendente, nos invitó un “vermouth” en su casa… Y vos no le podías fallar a toda esa gente…


Invención del “pub” a cielo abierto
-¿Hicieron fiestas?
-¡Claro! No nos quedaba otra que arrancar… Había que recaudar, pero no teníamos la menor idea de nada… Éramos unos inconscientes… Así que me agarré una responsabilidad de un año y medio como nunca antes volví a agarrarme en la vida… Yo me había comprometido porque no quería fracasar… Y entonces, formamos la comisión de damas…
Ese fue el acierto más grande, porque las chicas laburaron una barbaridad, mucho más que los varones… De no ser por ellas, hoy el arco no existiría… Así de fácil… Ellas eran más grandes que nosotros, y de las que me acuerdo, están casi todas muertas…
Y sacando su papelito amarillo, Aldo me las lee una por una:
«Amalia Sierra; “Chocha” Romero; “Tuto” Mendina; la “Gallega” Martínez; la Amanda Juárez; una chica López casada con Eusebio; la Ana Juárez, que era hermana del “Quito”, y la “Lita” Latino… De todas las que te nombré, la “Lita” debe ser la única que vive…»
-¿Y cómo arrancaron?
-Hablamos con el Juan Carignano, que era el dueño de la esquina donde ahora está el Club Tiro. En ese tiempo, esa esquina estaba casi abandonada, llena de cajones de la fábrica de Virgolino… Así que le pedimos al Juan si nos alquilaba el salón para hacer fiestas y nos dijo que sí, que no había ningún problema…
Ese mismo día empezamos a laburar gratis sacando los cajones con el Rubén (risas)… Después, hicimos una barra con maderas y una pileta de buffet. Para el lado del callejón era la pista y para adelante, todas quermeses…
-¿Hubo “baile” y “juegos”, entonces?
-Totalmente… Me acuerdo que incluso teníamos una ruleta. Y como no había fichas, pagábamos con caramelos… Pero algunos se comían los caramelos, que era como comerse las fichas… (risas) Así, y casi sin darnos cuenta, empezamos a ganar plata… Y todos los sábados estaba lleno de gente… Nos habíamos convertido, sin querer, en bufeteros y promotores de bailes… En esa pista, muchos se engancharon y se casaron; como el Mario Stadelman con la Angélica Gallo… Era una especie de boliche o “pub” al aire libre de la época. Y eso pasó durante todos los sábados del ´60 y del ´61…
-¿Y la comisión?
-Para ese entonces, la comisión ya casi no existía. Éramos tres o cuatro los que nos ocupábamos, con el Rubén y el Hugo Nieto… Y era lógico porque la mayoría de los muchachos tuvo que hacer la colimba… Entre ellos, el Rubén… Yo me salvé por número bajo y entonces me quedó casi todo a cargo… Como te dije, la salvación fueron las chicas… Laburaban el triple y me hicieron acordar que teníamos que comprar los materiales…
-¿Dónde compraron el cemento y la cal?
– El Rubén Mirgone tenía un tío que trabajaba en La Calera de Minetti. Lo contactamos, e hicimos el pedido. Y un día, apareció la porlan y la cal en mi casa… La mitad del negocio estaba llena de bolsas, que trajimos medio sobre la hora para que no se secara… Al hierro se lo compramos a don Pedro Palmieri, pero no me acuerdo a dónde compramos la arena…
Encofrando Troya
-Dicen que los albañiles son tan importantes como el ingeniero…
-Ahí quería llegar… Porque nosotros contratamos al mejor albañil de la zona, que era de Ballesteros… El “Nacho” Pairetti, un genio absoluto que había trabajado con Bartolotto, uno de los constructores de la iglesia.
El “Nacho” trabajó con su hermano, el “Flaco” y un Brussa casado con una chica Miserandino, que me parece que todavía vive… Y quedé impresionado cuando empezaron a laburar; porque el trabajo que hicieron esos tres muchachos, fue majestuoso…

-¿De qué te acordás?
-De lo que más me acuerdo es del encofrado; un trabajo artesanal y maravilloso… Ese arco, si vos te ponés a pensar, tiene un travesaño que terminan en dos puntas… Y no era nada fácil hacer la caja para esas puntas… Primero, rellenaron hasta una altura de dos metros, y después vino lo otro, que fue lo más difícil…
-¿Por qué?
-Porque en medio de ese lío, el Rubén que tenía un carácter nervioso, se había peleado con Romagnoli. Y el intendente nos tenía que prestar el camión para rellenar todo…. Y yo pensé que nos iba a clavar con la obra a la mitad… Pero yo lo fui a ver y le dije: “Don Orestes, ¿nos va a mandar el camión?” “¡Sí! ¡Quedáte tranquilo que hoy mismo va!”. Y enseguida lo tuvimos… Fue un alivio… Así, en quince días hicimos el arco…
-¿Quince días, nada más?
-Sí, fue bastante rápido… Lo más difícil fueron los cimientos y, como te dije antes, el encofrado… La gente iba a ver cómo rellenaban todo… Porque no sé si sabés, pero el arco tiene más material abajo de la tierra que arriba… Estaban todos muy emocionados; pero no faltaban los que decían que se estaba trabajando mal y que el arco se iba a caer (risas)…
Cuando lo terminaron, el “Gringo” Garella me dijo: “pero pibe, esto parece una bigornia”… Y ahí quedó eso del yunque… Pero el “Gringo” lo dijo para joder, como todo lo que decía…
Arco sin triunfo
-¿Y vos?
-A mí me daba cosa pedir permiso en el trabajo para ver el final de obra, pero a la noche fui… No lo podíamos creer… ¡Ahora teníamos arco! ¡Era el año 62 y por fin teníamos un arco! Me acuerdo que le quedamos debiendo tres barras de hierro a Palmieri, que se convirtió en un “contribuidor forzoso” (risas); y también unas chirolas al “Nacho”, que era lo que más me dolió… Pero el “Nacho” nos dijo: “Déjense de joder, muchachos… Si total, no me lo van a pagar igual…” Y se fue sin querer cobrarnos jamás…
Y entonces, una extraña emoción lo atraviesa a Aldo. Y ya no sé si es por recordar el primer día del arco en el pueblo, o la generosidad de aquel albañil que, aún desde su pobreza, les regalaba una parte esencial de su esfuerzo.
-Contame cuándo fue la inauguración…
-Fue cincuenta años después, pero fue una reinauguración del arco nuevo, el que tuvieron que hacer cuando un camión se llevó puesto al arco nuestro… En serio te digo…
-¿Te referís al 2011?
-Exactamente… Me acuerdo que me llamaron del municipio diciendo que nos iban a consultar por la reconstrucción, pero al final nos invitaron directamente a la ceremonia inaugural… Yo no fui… Me pareció que correspondía que nos consultaran antes, pero ya está… No tengo resentimientos con nadie…
-¿Por qué se cayó el arco, entonces?
-Por una burrada de alguien… Nosotros, con el ingeniero que no me acuerdo el nombre, habíamos hecho un refuerzo que, de paso, servía de cantero… Y cuando entré de intendente en el ´81 e hice pintar el arco, vi que a esos dos canteros los habían sacado, pero no me quisieron decir quién ni por qué… Pero yo me di cuenta enseguida…
Habían querido quedar bien con la estación de servicio que acababan de inaugurar, sacando esos canteros para que los camiones entraran directamente al playón sin tener que dar una vuelta más grande… La falta de ese refuerzo hizo que el arco se cayera al primer choque… Ahora, después de levantarlo, hicieron refuerzos nuevos…
Final de obra
Al otro día de mi nota con Aldo, hablo con Diego Straini, hijo de Héctor, para averiguar el nombre del arquitecto o del ingeniero de su casa y que su tío no me supo decir. Diego habla con su madre, Marta Cassi, y le dice que el arquitecto era un tal Mariñas, de Bell Ville, pero que se olvidó del ingeniero.
Entonces consigo el celular de Ana María Mc Cormack y le pregunto a ella. “Dame unos días y te paso todos los datos, querido”, me dice.
Y dos días después, recibo puntual su mensaje. “Sí, el arquitecto era Mariñas, como bien te dijo Marta Cassi, pero el ingeniero era Maggiora, de Bell Ville, amigo del Celso… Avisame cuando andés por el pueblo así te preparo berenjenas en escabeche…».
Y entonces, en mi oído vuelve a sonar aquel apellido balbuceado por Aldo. Lo busco en internet y leo, en un diario, un homenaje desde Córdoba “al reconocido ingeniero civil de Bell Ville Guillermo Maggiora, fallecido en 2003”. Lo contacto a Aldo y le cuento mis novedades.
“¡Maggiora! ¡Ese es el apellido del ingeniero! ¿Viste que no estaba muy lejos? Agradecele mucho a la Ana María por su memoria…”.
Le digo que sí, que lo haré, pero que, además de Ana María, yo le agradezco a él, a Aldo, no sólo por su memoria sino por todo lo que hizo por el pueblo siendo un chico de veinte años; por todo lo que pudo levantar con un simple dibujo en un papel que, meses después, un albañil encofraba en madera.
Un armazón enorme y maravilloso como el caballo de Troya que, tras desmoldarlo, se convertiría en el símbolo mayor de Ballesteros; un pueblo con leyendas de hormigón que no se parten contra el olvido.
