[Historias] El día en que San Martín fue salvado por sus enemigos

Recopilación: Julio A. Benítez – benitezjulioalberto@gmail.com

Texto: Felipe Pigna

A través de su hermano Justo, don José de San Martín conoció en París a Alejandro Aguado, nacido en Sevilla en 1785, miembro de una rica familia de terratenientes y negociantes vinculados al comercio con Cuba. De allí nació una amistosa relación y Aguado ayudó económicamente a nuestro Libertador.

Hasta la caída de Sevilla en manos francesas a comienzos de 1810, Aguado había estado al servicio de los reyes Borbones y de la Junta Central, pero, luego, juró fidelidad a José Bonaparte, al igual que muchos otros oficiales de ideas liberales.

Aguado, como coronel de lanceros, siguió hasta el final de la guerra en el bando de los “afrancesados” que, con la derrota de 1813, debieron exiliarse en Francia.

Allí comenzó a dedicarse a los negocios de importación de especias, naranjas y aceitunas andaluzas y productos cubanos y de tal forma empezó a acumular una pequeña fortuna que luego se convirtió en grande y en las paredes de su palacete podían admirarse antiguos gobelinos y cuadros de Tiziano, Leonardo da Vinci, el Tintoretto, Rembrant, El Greco y Murillo.

El General San Martín en 1848, al cumplir sus 70 años de vida.

Entre las figuras que gozaron de su mecenazgo que frecuentaban sus mansiones se encontraban Víctor Hugo, Lamartine, Delacroix, Balzac y el célebre músico italiano Gioacchino Rossini, autor del Barbero de Sevilla, quien compuso y estrenó una opereta para el bautismo del segundo hijo de Aguado, Olimpio Clemente.

La amistad crecía y eran frecuentes las visitas del Libertador a la casa de Aguado, donde el general disfrutaba de su enorme y selecta biblioteca y se extasiaba frente a los cuadros de pintores que él admiraba y participaba de las veladas con aquellas celebridades parisinas.

Un viaje inesperado

En 1842, cuando San Martín tenía 64 años, su amigo Aguado le propuso que lo acompañara en un viaje a España y la oferta le pareció excelente, ya que podría visitar a su hermana María Elena y recorrer algunos de los lugares en los que habían transcurridos sus años de adolescencia y su primera adultez. El general no era afecto a los trámites y dejó que su amigo se encargara del asunto.

Cuando todo estaba a punto para emprender la travesía, Aguado le informó que el reino de España no le permitía ingresar a su territorio como General de las Repúblicas de Argentina, Chile y Perú; pero sí como un simple particular dado que, pese a las influencias del sevillano para solucionar la cuestión, para España,  San Martín seguía siendo un subversivo.

Cuando se enteró de las novedades, San Martín le dijo a su amigo, que, lejos de ocultar su condición de general insurgente, deseaba exhibirla porque era uno de sus mayores blasones el haber luchado por la libertad de sus hermanos americanos.

Lo que no sabía el general es que, además de dejar claramente a salvo su dignidad, estaba salvando su vida.

Casa Museo de San Martín, en Boulogne Sur Mer, Francia.

La muerte al final del camino

Aguado lo comprendió, lamentó que su amigo no lo acompañara y partió en diligencia hacia Asturias a inspeccionar sus industrias mineras y ya cerca de Gijón, lo sorprendió una tremenda tormenta de nieve que hizo que el carruaje, con su voluminoso equipaje, quedara varado.

Contra todos los consejos, Aguado insistió en seguir viaje a pie y cuando llegó a Gijón estaba casi congelado y en un hotel pidió comida caliente, y cenando murió, aparentemente por un ataque de apoplejía, el 12 de abril. Tenía 56 años.

Tras el funeral en el cementerio de Père Lachaise en París, el notario de Aguado le leyó el testamento a San Martín, donde lo declaraba oficialmente como tutor de sus hijos Alejandro, Olimpio y Onésimo, asignándole un sueldo de 4.000 francos mensuales y un legado a compartir con los deudos, de sus joyas de uso personal, y de 30.000 francos.

Fuente: Clarín.com – Viva

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