[Historias] Julio Roca y una guerra con Chile que parecía inevitable

Escribe: Julio A. Benítez – benitezjulioalberto@gmail.com

La historia que trascribimos a continuación, es una de las tantas situaciones de enfrentamientos bélicos, que ocurrieron con respecto a los límites cordilleranos y de aguas del sur argentino-chilenos, que han tenido fin cuando en el año 1978 intervino el papa Juan Pablo II. Entonces, envió al Cardenal Antonio Samoré, con cuya invalorable intervención se llegó a un acuerdo definitivo.

Esta narración es de la época de la segunda presidencia de Argentina del general Julio Argentino Roca (1898-1904), siendo presidente de Chile el abogado Federico Errázuriz Echaurren (1896-1901). La guerra con Chile parecía inevitable, una de las tantas posibilidades que ocurrieron a través de los tiempos.

“Los argentinos teníamos el convencimiento de que aquel país la quería, que la venía preparando con premeditación y astucia desde mucho tiempo atrás. Además, estábamos convencidos de que Chile era un pueblo batallador, patriota, celoso y envanecido, educado a la alemana, con su renombrado jefe militar General de División Emil Theodor Körner Henze, (10/10/1846-25/03/1920) que había participado en las guerras Austro-Prusiana y Franco-Prusiana y luego en la Guerra Civil Chilena de la década de 1890, deseoso de mostrar su capacidad como jefe militar en tierras del continente sur de América Latina.

Chile decía ser la Alemania Sudamericana, como poder militar. Su poderosa escuadra, se consideraba superior a la nuestra. Su diplomacia altanera y prepotente, reflejaba el convencimiento de su incontrastable poder militar.

Nosotros, los argentinos, no quisimos admitir o pensar en la posibilidad de que en todo aquello pudiera haber algo de “camouflage”, y así pensando, podíamos tal vez, equivocarnos. Nos pusimos en guardia, preparándonos con toda la rapidez posible para afrontar con honor y con gloria la situación que se nos avecinaba.

Armas a la italiana

Nuestro ejército de tierra se proveyó de armamento moderno y completo, y nuestra escuadra, que en la emergencia debería desempeñar un papel importante, quizás decisivo, y que considerábamos inferior a la de Chile, fue inmediatamente reforzada con cuatro poderosos barcos acorazados, que nuestra querida gran nación amiga, Italia, nos facilitara en venta mediante la influencia del conde Antonelli y que la casa Brin y Crespi allanó los trámites de orden financiero y así quedamos en superioridad respecto de Chile.

Gran parte tuvo también en este éxito, nuestro ministro plenipotenciario en Roma, el doctor Enrique Moreno.

El público argentino supo agradecer el gesto de Italia, y ello acrecentó la excelente amistad que ya unía a las dos naciones, y estábamos en condiciones de afrontar la gravísima situación a la que se nos provocaba.

No teníamos un general alemán Körner, pero teníamos un general criollo, Julio Argentino Roca, presidente de la república por segunda vez, en quien, tanto el ejército y la marina como el pueblo argentino, tenían depositada una fe ciega por su pericia y patriotismo.

La guerra parecía inminente, pero hubo acuerdo entre ambas naciones.

Uno de nuestros distinguidos jefes, querido general Ignacio H. Fotheringham, inglés de nacimiento, naturalizado argentino en su adolescencia, fue una de las glorias militares que tuvo gran actuación en nuestras guerras nacionales y civiles, siempre del lago del orden y del poder constituido, a quien, en uno de los momentos más caóticos de nuestras relaciones con Chile, se le ocurrió escribir un libro titulado “Historia de lo que no ha sucedido”, en el que, imaginando estallada la guerra, describía las batallas terrestres y navales con admirado colorido y al fin de todo, dejaba el triunfo completamente en la penumbra. Nadie era vencedor.

Otro general chileno, ocultándose en el seudónimo, recogió la idea y también escribió un libro titulado “Historia de lo que sucederá”. Altanero y menos galante que el general argentino, no dejó el éxito final en la penumbra, sino que resultaba derrotada la Argentina.

Todas estas pequeñas cosas, además de otras inquietantes de parte de los chilenos, como ser algunas incursiones imprudentes en nuestro territorio y el estrépito bélico del otro lado de la cordillera, contribuían a exacerbar los ánimos, haciéndonos vivir horas de inquietud.

Nuestros recursos inagotables, la perfecta preparación de todo el alto personal del ejército y la marina; la preparación de los estados mayores; la organización de la parte administrativa, que es tan esencial en los ejércitos y la evidente justicia de nuestra parte, que infundía tanto valor moral, todo contribuía a afianzar nuestro derecho y nos aseguraba la victoria.

Preparativos, por las dudas

Estábamos preparados y vivíamos horas agitadas esperando por momentos que una chispa produjera el incendio.

Los argentinos no hemos tenido nunca un espíritu guerrero, ni turbulento, ni agresivo para con nuestros vecinos ni para nadie. Pero cuando algunas veces fuimos provocados, supimos responder con honor, sin que nuestro glorioso pabellón haya sido “atado al carro de ningún vencedor de la tierra”. Y fuimos los que sentamos aquello de que “la victoria no da derechos”.

Con todo, nuestros militares no disimulaban sus ardientes deseos de medirse con Körner, el famoso general alemán.

Nosotros no precisábamos más territorio, Chile sí lo ambicionaba.

Nuestra rápida y formidable preparación militar evitó la guerra. Se realizó aquello de “Sivis pacem para Belum” (Si quieres paz, prepárate para la guerra).

Si Roca hubiera sido un ambicioso de mayores glorias militares de las que ya tenía conquistadas sobre los campos de batalla, hubiera aprovechado la oportunidad que se le presentaba. Pero no; no desmintió jamás su patriotismo.

Ninguna ambición subalterna perturbó su clarísima visión de estadista. Su espada fue siempre civilizadora. Fortalecía su espíritu inspirándose y compartiendo con la opinión del gran prócer Bartolomé Mitre, siempre figura central en los destinos de la Nación, y también con otros hombres de importancia, por más que, en todo caso, a él únicamente le hubiera correspondiendo todo el peso de la responsabilidad.

A los que querían la guerra, les dijo una vez: “no habiendo afrenta ni odio de por medio, la guerra sería un crimen y un error. Tendremos una paz honrosa o haremos la guerra como es debido”.

El arbitraje

Cuando en poder de las cancillerías habíase agotado todo recurso diplomático y seguía en pie el dilema de la línea divisoria, o por las altas cumbres o por el divorcio de las aguas, nuestro Gobierno planteó al de Chile: o someter el asunto al fallo inapelable del Gobierno de su Majestad Británica… o la guerra.

El arbitraje propuesto fue aceptado por el gobierno de Chile, y ambos países echaron a vuelo las campanas…  ¡Triunfaba la cordura y el buen sentido!

Pero esta gran solución debía quedar consagrada con un abrazo de los presidentes de ambos países.

Al efecto, se convino en que las escuadras de cada país, conduciría a sus respectivos Jefes de Estado, que se encontrarían en el Estrecho de Magallanes.

El presidente chileno acude al encuentro de Roca.

La escuadra argentina, anticipó su salida, y en vez de entrar por el Estrecho, dio vuelta por el Cabo de Hornos y esperó a la escuadra chilena en sus propias aguas, acto de audacia, confiado a la pericia del Comodoro Martín Rivadavia, que causó admiración y sorpresa a los marinos chilenos por lo inesperado de la maniobra.

Y tan fue así, que los almirantes de Chile no habían supuesto la posibilidad de esa travesía por considerarla casi imposible y muy peligrosa y que el presidente Errázuriz, después de su primera entrevista con Roca, dijo a sus subalternos. “He venido a firmar la paz con el Presidente argentino. Ustedes no tendrán nada que objetar, puesto que hace pocas horas negaban la posibilidad de que sus naves viniesen por donde han venido”.

Allí, los dos presidentes se abrazaron, histórico abrazo que consagró la paz entre estas dos naciones hermanas, evitando el horrendo crimen de la guerra fratricida (Ver foto principal).

Se efectuaron grandes fiestas oficiales a bordo de las naves capitanas, en una noche espléndida, en que los acorazados de ambas escuadras, fondeadas en el puerto de Punta Arenas, girando sus poderosos reflectores iluminaban el cielo, haciendo “parpadear a las estrellas”.

La floreciente ciudad chilena se asoció también con un gran baile, ofrecido en honor del Presidente argentino. Cuando la fiesta hubo terminado, el Presidente de Chile se fue a descansar a bordo de su nave capitana y el Presidente argentino se quedó a dormir en tierra, en el suntuoso alojamiento que le habían preparado.

Al día siguiente, se encontraron nuevamente, y tras otro efusivo abrazo, Errázuriz le preguntó:

-¿Cómo ha pasado la noche, su Excelencia?

-¡Admirablemente bien! – respondió Roca. He pasado una de las noches más felices de mi vida y soñado con el grandioso porvenir de Chile y el de mi Patria, que de hoy en adelante vivirán fraternalmente unidas y entregadas al trabajo fecundo, para engrandecimiento de esta América, destinada a un porvenir no lejano a ser la maravilla del Mundo.

Errázuriz, respondió: – Ese sueño venturoso será una hermosa realidad”.

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Fuente: Escribió Julio S. Maldonado – Libro “Episodios Argentinos y Anécdotas” –- Imprenta Talleres Gráficos Sucesión A. Biffignandi – Córdoba – Marzo de 1940.

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