[Historias] Los jeans, ícono popular y símbolo de lo pobre que somos

Los jeans, como el fútbol, la Coca Cola, Nike y Los Beatles, solo por citar algunos casos, son, a esta altura, patrimonio de la humanidad. Objetos de consumo transculturales, presentes en cualquier rincón del globo. En Argentina, ha pasado de ser un objeto de culto a gozar de alta popularidad. Pero, también es una muestra de cómo la inflación devasta la economía y empobrece cada vez más.

¿Sabés cuánto necesita un argentino promedio para comprar un pantalón de jeans? En principio, mucha plata. Tanta que no guarda relación con el sueldo que cobra o el ingreso que tiene la mayoría de la gente. Pasa lo mismo con un par de zapatillas, ni hablar con un celular.

Según la empresa Focus Market, para comprar un par de jeans, los argentinos necesitan trabajar 111 horas, lo que equivale a más de 13 jornadas laborales de 8 horas. Este número coloca a Argentina en el segundo lugar de la lista en América Latina, solo superada por Venezuela, donde se requieren 2400 horas de trabajo para adquirir el mismo producto.

En pleno contraste, Chile y Uruguay necesitan bastante menos tiempo, 21 y 29 horas respectivamente.

Pero, no es el único bien inalcanzable, según datos de la firma especializada en marketing. Para comprar un par de zapatillas se debe trabajar 131 horas. En el caso de los celulares se necesita trabajar 872 horas para adquirir un dispositivo de 256 GB.

Argentina se ubica así en la cuarto posición en América Latina, a pesar de que el costo en dólares de este producto es relativamente más bajo en Argentina que en otros países de la región.

Estos bienes básicos, más allá de los alimentos, se encuentran cada vez más inalcanzables para nuestros bolsillos. La inflación, la devaluación del peso, la caída real del salario y un escenario plagado de incertidumbre y especulación en los precios facilitan esta indeseable situación.

Por suerte, en materia de indumentaria, existen algunas opciones menos costosas, aunque a veces de dudosa procedencia, menor calidad y en versiones truchas o piratas de grandes marcas. El caso de los jeans es uno de esos.

Historias de un ícono sociocultural

Hoy como ayer, los jeans revelan las diferencias sociales y económicas. Si bien es una prenda básica, que todo el mundo posee y usa, el precio, las marcas, la moda y los estilos contribuyen con la grieta entre los jeans top y los más baratos, que son la inmensa mayoría. A pesar de la apariencia de uniformidad y hermandad que portan.

La masificación de este pantalón se fue acentuando con el paso del tiempo y hoy es un básico infaltable en la vida cotidiana, se lo usa para trabajar como para asistir a fiestas. Tanto se han impuesto que usarlos rotos ya no es una postal de pobreza, sino de moda, y tendencia. Tanto, que cuando más roto, mejor.

Cuando éramos niños, en los 80, no usábamos tantos jeans. Pensar en un vaquero ni se me ocurría, en parte porque no eran aptos para consumo de cualquier bolsillo, no existía tanta variedad y no gozaban de la celebridad de hoy. La que hace imposible pensar la vida sin uno de esos. Tan insustituibles como la Coca Cola, tan populares como Los Beatles.

Si Levi Strauss pudiera ver en el ícono de la moda planetario en que se ha transformado su lejano invento de un pantalón resistente para mineros y buscadores de oro borrachines, se caería de espaldas. O de culo, para hablar más de entre casa y hacer honor a la gran sorpresa que se llevaría el tipo.

La ropa de marca, cheta o careta -la denominación va en gusto- era en nuestras vidas una especie de cross al hígado desde la adolescencia. Sobre todo, si no tenías guita. La competencia era atroz.

Aparecer enfundado en un Nasa o en un This Week, como ahora lo sería con un Kosiuko, un Levi’s o la marca de moda, y antes con un Far West, un Lee o un Wrangler, era exponerse a la envidia y admiración ajenas.

Solo eran unos pocos los privilegiados que podían enfundarse en uno de esos. Más o menos como ahora, pero menos todavía.

La aparente igualdad

En las primeras salidas, los primeros boliches, las primeras chicas, había que pelearla para tener unos jeans a la altura de las circunstancias. Tremenda disputa que hasta no hace mucho largaba con el acné y la pubertad, pero que ahora comienza, un poco más, apenas la partera pega un par de cachetazos para que lloriquee el bienvenido a este mundo.

Resulta entre increíble y canallesco que los bebés gocen de privilegios que nosotros con granos en la cara y hormonas alteradas no hubiéramos ni soñado. Esos raros objetos del deseo son tan comunes en los primeros años de vida que hasta los chicos de jardín de infantes parecieran tener un posgrado en tipos de jeans.

Son capaces de diferenciar con precisión de ingeniero nuclear uno común, de un Oxford, un chupín o un mom. ¡Estábamos tan lejos de someter a eternas torturas la billetera de nuestros viejos para poder empilcharnos!

Al tiempo, aparecieron las versiones truchas de las grandes marcas y ahí se consiguió algo de aparente igualdad. A su modo, la lucha de clases se resintió un poco, aunque el mercado de las falsificaciones recién fue mejorando con el tiempo y ahora hay montada tremenda industria paralela a la legal que factura millonadas.

La misma que permite que muchos pibes puedan tener un jeans “de marca” como su primer jeans, pero con un descuento generoso por no portar “altas etiquetas”.

Pensar en ese jeans que nos vuela la cabeza, para bien o para mal, puede parecer una simple cuestión de espíritu consumista, frivolidad o esnobismo. Pero también es un insolente muestrario de lo “pobre” que somos la gran mayoría de la población argentina.

Nos guste o no.

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