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[Historias] Marcelino Arballo, el hombre hecho montaña: Cuando Perón y Evita treparon el Aconcagua…
Corría 1954, enero 3, 4, 5 y 6, jornadas que la historia marcaría como un hecho tan particular como poco conocido. Un villamariense tendría notoria participación en dicha circunstancia. Marcelino Arballo. Su vida estuvo ligada a ese indómito que lo sedujo hasta lo visceral, el cerro Aconcagua. Tuvo cinco ascensiones. No muchos conocieron como él los secretos de vida y muerte que allí se acuñaron. Sobre sus hombros, se cargó uno de los desafíos más fascinantes, llevar a Evita y Perón al punto más alto de la tierra latinoamericana.
Escribe: Miguel Andreis
… Previo a la llegada del verano del ´54, se genera una serie de conversaciones entre distintas autoridades del gobierno de turno. El presidente Juan Domingo Perón comenzaba a desandar un difícil camino desde el poder.
Entre otros proyectos, se analizaba qué podría pasar con las expediciones a la alta montaña. Más puntualmente al coloso de los Andes, el Aconcagua. No se trataba de una excursión más, naturalmente el proyecto encerraba contrapuestas intenciones.
Se comenzó en la conformación del grupo que tendría a su cargo la misión. El nombre elegido para la misma fue “Sargento Miguel Farina”. Varios apellidos más se barajaron, entre ellos el de un militar-deportista que posteriormente se radicaría definitivamente en Villa María: Marcelino Arballo, quien formaba parte de las fuerzas armadas establecidas en el área montañista del sur.
Los organizadores sabían por qué lo invitaban. Su capacidad de trepador superaba los límites de la geografía nacional. La idea era colocar en la cumbre del Akconc Cahuac, (Aconcagua), dos bustos, uno del presidente Juan Domingo Perón, y otro de su desaparecida esposa, Evita.
Tal propósito, obviamente, contaba con la total predisposición y apoyo del gobierno nacional. Así los dispuso Apold, ministro del Interior, uno de los funcionarios más allegados a Perón, quien le trasladó las directivas al jefe de expedición, Felipe Aparicio.
Luego de una minuciosa planificación se planteó llevar: “Dos bustos medidas antropométricas, dos placas bases que se unieran al armarlas, un escudo del Partido Peronista, una placa de bronce con la lista del personal constituyente, un pararrayos de cuatro puntas, enroscable en el extremo, con una lanza de tres tramos, cable de cobre y una plancha del mismo material, la cual se enterraría; una mochila con herramientas, cemento, termos con accesorios, bulones, clavos, etcétera”.


Se había dispuesto de manera que lo transportado entrase en tres mochilas, que la cargarían igual número de hombres. Lo convenido es que cada uno tendría su propio relevo. Arballo aceptó ser parte del grupo, pero, fijó una condición: “al busto de Evita lo llevo yo, y sin relevos”, indicó. Acordaron con la petición. Él sabía por qué. Esa mujer representaba mucho en su interior.
Todo siguió un orden preciso. Ninguno ignoraba que a la montaña no se le pueda dar ventajas, menos con tanta carga. El diario “La Época” del jueves 4 de febrero de 1954, sostenía “Al General Perón y Evita, dedican los suboficiales del Ejército Argentino este esfuerzo, para que la cumbre más alta de América sirva de pedestal y altar intermedio entre el agradecimiento del pueblo y las plegarias…”.

La cumbre, 6986 metros
La primera jornada tenía un punto fijo, y se cumplió, hicieron noche en los refugios denominados Plantamura y Eva Perón (hoy Libertad). Hubo seis integrantes con dos mochilas que quedaron en Nido de Cóndores (5.800 metros), luego, debieron apurar sus movimientos hasta que alcanzaron la cabeza del grupo.
La segunda jornada fue a 6.700 metros, refugio Presidente Perón, posteriormente cambiado por el nombre de “Independencia”.
En la tercera jornada, del día 6, se hizo cumbre, en la víspera no se pudieron movilizar debido al mal tiempo. Ya estaban, tal como se había previsto, en la punta más alta del cordón andino, 6.986 metros de altura.
Hubo elementos que no pudieron utilizar, debido a la dureza de la roca que no permitía la penetración de los clavos de acero (tal vez demasiado gruesos), sin embargo, encontraron la forma de dejarlas enclavadas. La altura multiplica el esfuerzo…
Como la cumbre Norte, tiene la forma de la Provincia de Buenos Aires, con un declive de un 5 a 10 º, la descarga e instalación de los pararrayos, se concretó apisonándolo con grandes piedras para que el viento no lo moviera. Tampoco se pudo enterrar. Hay lugares en que la roca parece de hierro, definen.

Una especial sensación se diseminaba entre el grupo. Más de uno pensaba que tal acontecimiento tendría visos históricos. Los tuvo. El libro de viaje indica que no hubo ningún incidente para destacar, salvo algún apunado o descompuesto, cosa que además de frecuente suele ser normal.
No se trató de un ascenso simple, el equipo pesa y en las alturas ese peso se multiplica. El oxígeno llega a cuentagotas y el físico se exige al máximo. Todos contaban con una preparación adecuada para tal escalamiento. El emprendimiento se cumplió paso por paso.
Al regreso comenzaron los reconocimientos públicos. El gobierno de Perón convocó a los integrantes de la expedición y se le dio amplia publicidad al tema. Cada uno recibió, de las propias manos del Presidente, un reconocimiento que consistía en una medalla de oro.
Cabe destacar que la integración de un núcleo humano de estas características, para una misión como la aludida, guarda cierta complejidad, como lo redactan los periódicos de la época. Es que la altura transforma las conductas. Suelen cambiar hasta lo impensado, cuando el hábitat se modifica. La atmósfera enrarecida modifica conceptos y aptitudes. Los experimentados dicen que es precisamente en tales contextos donde más se necesita conocer al otro, ya que se ingresa a situaciones extremas.
Se generan contingencias que por momentos aparecen como graciosas y en instantes como dramáticas o altamente peligrosas para la vida de cada uno. Aquello fue un acontecimiento que, si bien ocupó importante espacio en la prensa, se trató, para la mayoría de los componentes, más que nada de una satisfacción interior.
Habían colocado los bustos de Perón y Evita, a la mayor altura que cualquier otro plantado en el mundo… Ignoraban lo que vendría poco tiempo después.
1955… destituyen a Perón
El general Juan Domingo Perón es depuesto como presidente a través de un golpe militar. El gobierno militar que asume, bajo la conducción de Pedro Eugenio Aramburu – Isacc Rojas, hace retirar los símbolos representativos del exmandatario y su fallecida esposa, otros son sacados sin orden alguna por la misma gente que no compartía el accionar ni la ideología del mandatario destituido.
En el país no quedan efigies de Perón ni Evita en pie. Situaciones producidas por las pasiones que sólo el tiempo después, ubicaría en un lugar de mayor equilibrio. Aunque la justicia del accionar jamás se reconstruiría.
Desde la cúpula gobernante, con Aramburu a la cabeza, en Buenos Aires, se decide retirar las imágenes que estaban en la cumbre del Aconcagua. Aquellas mantenían una simbología muy especial. Lo sentían como un desafío no fácil de superar.
Se prepara una expedición para viajar a Mendoza y desde allí hasta el pico mayor. Vuelve a conformarse otra comisión, ahora para bajarlas. Para algunos hombres uniformados, que sentían simpatía por el exmandatario, no les sería simple adoptar una determinación de rebeldía.
Estaba claro para ellos que no podían cruzarse de brazos. Varios vivían custodiando lo que denominaban el “Patio de Honor”, el Ande colosal.
Nuevamente Marcelino Arballo, quien no ocultaba su simpatía por el derrocado Presidente y su desaparecida esposa, es convocado por el comandante del destacamento de la Escuela de Mendoza.
Su misión era asesorar técnicamente y guiar la expedición que llevaba un mandato expreso. El montañista sabía que el asumir o no, era voluntario, nadie podía obligar a arriesgar el pellejo, excepto, claro, en tiempos de guerra. Sin embargo, el temor de Arballo pasaba por otro lado.
Los preparativos de la organización, acercamiento, transportes, etcétera, corrieron bajo la supervisión del villamariense por adopción. Este montañista temía que no se respetara el emblema de ambos líderes populares. Que lo destruyeran.
No hubo dificultad en componer la tropa, todo pudo definirse como normal. Los uniformados que desde Buenos Aires llegaron a Mendoza, se sumaron al grupo, condicionados al saber y entender de la experiencia de los montañistas que oficiaban de “anfitriones”.
El factor climático comenzó a jugar una mala pasada, retrasando más de treinta días la misión. Nevó mucho en diciembre, y casi todo enero. Algo parecía indicar que no había que encarar el escalamiento. El desafío ya estaba en marcha. Las órdenes debían cumplirse.
Quienes detentaban el poder no querían que quedaran, en la parte más elevada del continente, esas figuras, simbólicas, modeladas en bronce.
Mirando imponentes sobre el largo y ancho continente. Sin embargo, el 3 de febrero de 1956 son cinco los integrantes que logran la cima, uno de Buenos Aires.
También en esta oportunidad Arballo pidió hacerse cargo del busto que hacía exactamente dos años y 30 días, él mismo había colocado allí; el de Evita.
Lo había subido sin relevos y sin relevos lo bajaría. La mochila en tierra firme pesaba bastante, trepando y con los pulmones al máximo, pesaban mucho más. No importaba. En sus manos estaba seguro que nadie lo dañaría.

Una y otra medalla de reconocimiento
Somos, observando el tiempo pasado, un país curioso, contradictorio, lleno de situaciones que no siempre encuentran explicaciones razonables. Donde lo emocional anula lo racional. Por el ´54, luego de haber cumplido con la misión de enclavarlo en el punto más alto de todo América, a su regreso es el mismo general Juan Domingo Perón quien premia a la expedición, y distingue a Arballo reconociéndolo con una medalla de oro…
Cuando dos años después, bajó la imagen, lo laurearon con el Cóndor Honoris y Causa 1º Categoría de Oro. En esta oportunidad quien hizo entrega de la distinción fue el Teniente General Pedro Eugenio Aramburu, hombre que había llegado al gobierno destituyendo al gobierno constitucional.
Nunca nadie más volvió a colocar el busto de un presidente en la punta del Aconcagua.
Mirando la pared…
Un villamariense dejó su impronta en dos expediciones que ligaron a dos de las personalidades más trascendentes del país. Una y otra circunstancia marca los pensamientos y la acción de hombres que interpretaron la historia tal como la pasión se lo dictaba…
En definitiva, un acontecimiento que sintetiza las antinomias trasladadas en el tiempo. Marcelino cambia el color de esos ojos oscuros, aindiados como sus antepasados, los cambia cuando recuerda que un camarada suyo, con displicencia, arrojó al suelo, casi frente al mismo Aramburu, los bustos de estas dos personalidades.
Por esas cosas a las que cuesta explicar, ambos símbolos de bronce quedaron mirando la pared… una pared blanca, pulcramente pintada, aunque vacía de vida.
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