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Historias Mínimas: «Mentiras necesarias»
Estaba en el último año de la escuela primaria. Un señor robusto, de gruesos bigotes, bien empilchado y con un perfume que inundaba la casa, nos explica a mi mamá y a mí las ventajas de hacer un curso de unos cuatro meses para aprender computación.
Era la prehistoria de internet y Whatsapp, y lo más inteligente no era un celular, sino la calculadora científica Casio. Al darse cuenta de que no íbamos a poder pagar el curso ni en cómodas cuotas, de repente escribió en un formulario de inscripción “100% becado”.
El señor se llevó su sobredosis aromática y me dejó una gran alegría. Había hecho, quizás, su buena acción de la jornada.
Al otro día, el curso fue el comentario entre mis compañeros. Uno de los temas fue la forma de pago. Los padres de unos pocos habían cancelado el total. Otros, en varios montos. Yo, no sabía en cuántas cuotas decir. Pero algo inventé. Me daba vergüenza contar que me habían becado, por no poder pagarlo.
El curso no lo terminé porque no me gustaba. Era peor que chino básico. Me comí el reto de mi viejo, pero gané unos momentos agradables con algunos compañeros viajando a dedo o en colectivo, porque, encima, era en el pueblo vecino.
En la primera clase, el joven profesor repasaba a nuestro lado los nombres y la forma de pago. Cuando estaba por llegar mi turno, un compañero que había leído lo que decía en mi renglón, se adelanta y le pregunta: “¿Qué significa 100% becado?”.
No era una pregunta ingenua. Yo no sabía dónde meterme. Había mentido.
El profesor, sin inmutarse y casi sin levantar la mirada, le respondió: “Significa que ya pagó todo”.
No recuerdo su nombre, ni su cara. Pero ese gesto, quizás repetido o ensayado varias veces en otros casos similares, fue inolvidable para mí.
Me evitó la vergüenza y, en cierto modo, mantuvo mi dignidad preadolescente en pie.
No solo hay mentiras piadosas. A veces, hay otras que, sin dudas, resultan necesarias.
Foto ilustrativa: Red Users