[Historias] Morir por la salchicha no era honroso: Pasteur y un duelo especial

Muchos fueron los importantes personajes de la historia que intentaron lavar una ofensa a su honor a través de un duelo. Estos hechos determinaron circunstancias que marcaron la existencia de muchos apellidos ilustres.

Escribe: Miguel Andreis

Muchos fueron los importantes personajes de la historia que intentaron lavar una ofensa a su honor a través de un duelo. En Argentina se recuerda entre otros, al de Lisandro de la Torre e Hipólito Yrigoyen.

Estos hechos determinaron circunstancias que marcaron la existencia de muchos apellidos ilustres. Por entonces la palabra empeñada tenía una consideración distinta, seguramente el honor de lo pactado era mucho más sólido que cualquier compromiso que en la actualidad lleve una firma.

Lo mismo ocurría en diferentes partes del mundo. La ofensa, injuria o agravio se pagaba con la vida.

El célebre duelo entre Yrigoyen y De La Torre.

Uno de quienes vivió una situación muy especial fue el científico Louis Pasteur. Este gran investigador francés, al parecer, era un individuo muy abocado a la investigación, pero portador de un carácter fuerte al momento de hacer valer sus ideas.

Se ha escrito sobre él de entreveros donde no faltaron los golpes de puño. Tal los investigadores, Pasteur tenía cierta debilidad por las mujeres y, si eran ajenas, mejor. Su nombre ya era una carta de presentación que le abría muchas puertas y dejaba una “stella” de heridos corazones.

Así fue que en una oportunidad un caballero de la alta burguesía parisina, Marcel Casagnac, tan socarrón como cazador de damas, mantiene con el investigador un entredicho que se va elevando de tono con acusaciones recíprocas.

Muchas de las cuales tenían que ver con inclinaciones particulares. Es que ambos se disputaban una bella joven quinceañera que tenía a maltraer a más de cuatro.

Casagnac, hombre acostumbrado a dirimir sus diferencias por medios de las armas, injuria duramente al científico y no conforme con ello, lo reta a duelo.

Sin esperar ni dudar un instante, Pasteur, más allá de ser consciente de sus limitaciones sobre el uso y manejo de armas, tanto de las de fuego como de las blancas, de las que no tenía ni la mínima idea de cómo usarlas, aceptó sin demostrar preocupación alguna.

Como el ofendido era él por esa supuesta Ley de honor, le correspondía tener la opción de elegir con qué se definiría la contienda. Casagnac había atravesado airosamente varios trances. Cada uno envió sus padrinos.

El investigador ya más calmo, comprendió que no había tiempo para retroceder

Antes que médico era hombre. Pensó una alternativa y decidió un desafío muy particular: la confrontación sería gastronómica.

Propuso que cada uno se comiera una salchicha: una de éstas, sólo una, se encontraba altamente infectada con bacterias de triquina, de tal modo que un bocado era suficiente para comenzar una interminable agonía hasta llegar al desenlace final.

La triquinosis en distintos pueblos se instauraba como una de las enfermedades más temidas. A los altos picos de fiebre les seguían las convulsiones… por entonces no había ningún medicamento que al menos atenuara los insufribles dolores.

Casagnac, a quien hasta aquel momento se lo consideró un valiente imbatible por su osadía y habilidad en el manejo de las armas, se lo vio absolutamente cercado frente a la original propuesta.

Al parecer, la historia íntima advierte que todo se había generado por Charlotte. Llamada “la niña de ojos de agua” por sus colores. 

Apenas apareció el sol, el día fijado para el reto, Pasteur se encaminó al lugar fijado con su padrino, un amigo enano de su niñez y varios amigos conocidos más.

El silencio acompañaba al cortejo. Una vieja cabaña pegada a un angosto río. Pasó la hora fijada y todos comenzaron a observarse sorprendidos. Casagnac no concurrió a la cita.

Solamente llegaron al lugar los padrinos de Marcel presentando sus disculpas. El caballero que no les temía a las armas, había desistido de dar lucha aun a sabiendas que eso le significaba un tajo a su honorabilidad y apellido.

Además, aquello le costó su indefectible alejamiento de París y de la bella mujer que le quitaba el sueño. Así fue. Galopó vergonzosamente sobre su dignidad.

Casagnac nunca se enteró de la verdad. Todos festejaron el “triunfo” y aún más la huida.  Antes de retomar el camino al pueblo, el médico frente a la mirada atónita de los presentes se comió una salchicha y luego la otra.

El enano rompió en llanto suponiendo que perdía al entrañable amigo. Pasteur sonrió y explicó que las salchichas estaban libres de triquinas y mientras se secaba la boca con una servilleta dijo: «Jamás me perdonaría que por mi culpa alguien perdiese la vida. Mi lucha y mis estudios son para salvar vidas… nunca para acercarlas a la muerte”.

Charlotte vivió por años un romance a escondidas con Pasteur, uno de los grandes benefactores de la humanidad.

 

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