Córdoba tuvo, hasta la fecha, el mejor fin de semana...
Este jueves 13 de febrero el Mercado de Abaratamiento estará...
La Agencia ProCórdoba presentó el informe de comercio exterior de...
La Secretaría de Salud ofrece la posibilidad de completar las...
El Instituto de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de...
El intendente Eduardo Accastello recibió al ministro de Cooperativas y...
[Humor] El temido «Negro» Talco…
Ballesteros Sud acunó en su geografía, personalidades de lo más pintorescas, que con el tiempo se diseminaron en todo el país. Algunas con relevantes cargos profesionales y políticos. Comarca de señoriales hombres y matreros de humeantes dagas. Entre estos últimos, un morocho, bien tostado, de nombre Talco Pereyra. Muchos todavía lo recuerdan en su tobiano pasuco, recorriendo los boliches con la guitarra colgada en la espalda.
Escribe: Mand
Respetuoso por naturaleza, cocinaba algunas grapas y luego iniciaba su ritual de caricias a la bordona. Sólido en las payadas, aceptaba desafíos de ilustrados verseros llegados de vecinas comarcas, que en contrapuntos de cantos y violas se extendían días y noches enteras sin aflojar.
“Los Patos”, afamada pulpería de la zona, era la cita obligada donde los domingos por la tarde mezclaban bochas, tabas, trucos y algunas cuadreras mano a mano, como para estirar los petisos. Cuando el sol buscaba la «cucha» se encendía el farolaje, y ganaban espacio los acorde de chacareras, zambas y milongas. El alcohol mordía el equilibrio y las acriolladas voces escapaban disonantes. Allí el “Oscuro” con gárgaras de tonadas, cuerpeaba la atención de la audiencia. Comentario de sobremesa lo mostraban como guapo de sola pieza, y que por el campo, cerca del algarrobal, dos cruces cubrían difuntos de su voluntad.
Había temor en pronunciar su nombre de pila, nadie sabía sí era propio o un burlesco apelativo por el color de su piel. Preferían hacerse los distraídos llamándolo «don Pereyra”. El beneficio de la duda en estas circunstancias parecía más saludable. Los murmullos risueños florecían cuando su presencia era lejana. El gringo Cuviello (pariente del «Pepo»), «manyín” de larga data, simpático y desaforado, recaló un día en el lugar montado en su embarrado «Ford A», apenas cuando las estrellas comenzaban sus danzas de titilantes movimientos. El ruido del bólido inquietó a la caballada, parte atada al palenque, parte a la arboleda. Pantalón (marrón) ancho con tiradores, en el bolsillo de atrás la gorra orejeras, botamangas dentro de las medias, camisa azul prendida al cuello y alpargatas blancas con cordones. Chapurreando un jeroglífico castellano saluda a la paisanada…

-Ehhhpe, eheppe, buene noche a tode el munde¿come anden?
-¡Bien gringo! (se escuchó al unísono)
Era un tipo querido por todos, gauchazo y servicial.
-¡Má, qué pase!, ¿están aburridos?, no hay músique, no hay cante.¡Ehnegre, haguemos une payade!
-Meta amigazo -respondió Pereyra-. Una vuelta para todos, el que pierde paga.
El «Rengo» Cerioli, propietario del lugar, dejó de bombear los “sol de noche» y alcanzó una viola (con una cuerda menos), para que el «Taño» rascara. Afinaron oídos, baldearon las gargantas de blanco líquido y listos para largar…
-Es para mí un gustazo encontrar este amigazo, que a nado cruzó los mares, pá venir a estos lugares, donde los oscuros somos zares que compartimos manjares».
-Bien diche, con gran razón, moroche de corazones sos oscure, ma no zare,
y yo crucé lo mare, pa viviré en compañía,de un negreguitarére, que siempre paya forte,ma nunca nos dijiste, por qué a vos te llaman «Talque»…
El silencio cubrió a los presentes, con algún disimulo no pocos miraron la puerta (por las dudas) temieron que el aludido desenvainara el acerado. La voz serena del hombre, vibró las pajas del techo.
Dejó quieta la sonora madera sobre una silla y respondió mirando el suelo, como avergonzado de su propia historia…
-Yo sabía que algún día alguien se iba a atrever a preguntarme, ¿por qué ese nombre? ¿Por qué? Mi madre era una criolla algo débil de salud, dicen que desde muy niña fue enferma. Al nacer yo, la cuestión se agravó. Pasaron tres días y ya cuando sentía morirse, llamó a mi padre y le dijo: «¡Robustiano, te pido un favor, al nene, al nene poneletalco! Así fue cómo el pobre bruto y despistado del «tata», me puso talco… pero de nombre…».
