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[La infancia de los líderes] Cartas que nunca llegaron: Horacio Guarany
Escribe: Prof. Luis Luján
Un indiecito procedente del chaco correntino, sin nombre cristiano aún, y de apenas unos diez años de edad, fue solicitado por un arriero para que le ayudase a trasladar un ganado en pie más o menos unos doscientos kilómetros de distancia.
El padre del menor no puso mayor oposición, debido a eso era una práctica bastante común entre los lugareños. Partieron una madrugada por campo traviesa trasladando al ganado, y el patrón tuvo un altercado con uno de sus empleados.
Esto llevó a una discusión mayor que terminó lamentablemente con la vida del arriero. El patrón temió ser alcanzado por la mano de la justicia y huyó del lugar abandonando al indiecito en el campo de unos chacareros españoles, de apellido Rodríguez, quienes adoptaron al niño dándole el nombre de José.
Allí creció ese indiecito hasta convertirse en hombre. Fue hachero de profesión y trabajó para la empresa La Forestal. Conoció a una mujer inmigrante, procedente de León, España, de nombre Feliciana Cereijo, y con ella tuvo catorce hijos y vivieron siempre en el monte.
El 15 de mayo de 1925 nació Eraclio Catalín Rodríguez, decimotercer hijo del matrimonio, en pleno Chaco santafesino, quien fuese bautizado en Las Garzas, Departamento de General Obligado, aunque, en honor a la verdad, nació cerca de Guasuncho, o de Intillaco, es decir, era hijo del monte y de la naturaleza.
Eraclio vivió en carne propia la penuria de la pobreza. Sus pies eran cubiertos con pieles de animales, como también la de sus hermanitos. Y muy a pesar de tantas carencias fue feliz, a su modo, compartiendo la vida del monte y la libertad que sólo otorga el corazón de la madre naturaleza.
Si bien su padre era hachero de la empresa británica La Forestal, y con su sueldo traía el sustento a casa, Feliciana horneaba el pan de cada día mientras que sus hijos cazaban en los montes y recogían frutos de los árboles.
No obstante, los niños cuando llegaban a edad escolar, se trasladaban en sulky hasta la escuelita en donde aprendían las primeras letras y las cuatro operaciones fundamentales de la aritmética.
Fue así como Eraclio aprendió a escribir y a leer de corrido desde muy temprana edad. El haber descubierto ese universo de las letras fue determinante en su infancia. Con el tiempo comprendió que él también podía crear cosas a través de la palabra, como previendo ya los rasgos de un futuro poeta. Pero la inquietud del espíritu de este pequeño iba más allá de lo imaginable.
También de niño sintió cierta inclinación hacia la música y, ante la insistencia de Eraclio, sus padres le permitieron que aprendiera a tocar la guitarra con el maestro Santiago Aicardi, y allí descubrió ese llamado del destino que lo marcó con fuego en esa corta infancia.
Y en su mundo de fantasías, Eraclio sintió la necesidad de comunicarse con el mundo real, muy distante de su tierra. Como carecía de los medios para hacerlo decidió comenzar a escribir cartas a las personalidades que conocía a través del medio radiofónico, pues, la magia de la radio había llegado ya a su hogar.
Fue así como el niño le solicitó a su padre que cuando fuese al almacén de ramos generales, le comprase mucho papel para escribir cartas y sobres para poder enviarlas al correo. Desde entonces, en las compras mensuales, siempre llegaban los materiales solicitados por Eraclio.
Entonces, cada tarde antes de que cayera el sol, ya que por las noches eran alumbrados por un mechero de escaso efecto lumínico, el pequeño escribía cartas dedicadas a esos personajes radiales para contarles su vida, sus sueños, sus anhelos.
También deseaba que ellos conocieran sus primeros versos y sus poemas. Lo curioso de todo eso es que jamás llegó una sola carta al correo. Cuando Eraclio llegó a su adolescencia tenía en su poder cientos de cartas escritas. La guardaba como un recuerdo de su infancia con la esperanza de enviarlas algún día.
La niñez iba quedando atrás y otras pasiones despertaban en él. Quizás ninguna fue tan profunda como las que despertó esos ojos verdes que cruzaron su mirada aquel domingo en la iglesia. No supo entonces qué era ese extraño sentimiento que ahondó su pecho y clavó espinas en su estómago. Tal vez fue un arrebato de la pasión que movió las fibras más íntimas de su espíritu. Quizás se había enamorado. Por primera vez el amor había golpeado su alma y no supo qué era aquello. Regresó a su humilde hogar y a partir de allí comenzó a escribir la carta más larga de su vida, escribió hasta que el tintero extinguió su última gota de tinta.
Desde entonces, cada tarde escribió una carta de amor. Volcó todas sus pasiones y sus deseos más íntimos en ellas, aunque tampoco llegar al correo, sólo durmieron en el baúl que guardaba bajo su catre.
Tal vez el tiempo le dio la revancha y conjugaron las palabras con la guitarra, las que jamás salieron de su Alto Verde querido, pueblito humilde del litoral.
Prefirió de niño callar al poeta para que de grande no calle el cantor.
Horacio Guarany –Eraclio Catalín Rodríguez -1925/2017 (cantor, compositor y escritor argentino – Ganador del Premio Konex)