[Opinión] Bahía Blanca, la inundación y la suma de todas las tristezas

Escribe: Cristina Pablos

Los alertas previos se difundieron.

Nadie tomó dimensión de la catástrofe, ni aun los mismos meteorólogos.

De pronto, detrás de los truenos y los relámpagos, se desató la lluvia, interminable.

Horas esperando el final de una tormenta que no amainaba. Todo al borde de la nada.

Detenidos en el centro de una noche sin final. Los habitantes de Bahía Blanca veían que el agua tapaba sus muebles, sus autos, arrasaba con los recuerdos, llevando fotos, cartas, libros, ropa, alimentos… la nada absoluta tomaba forma.

El agua se confundía en una línea con el horizonte.

Después de varias horas de lluvia el cielo dejó de llorar sobre la ciudad y los campos. Solo quedó el asombro ante la tragedia.

El silencio cortaba el aire. Las palabras se negaban a ser dichas. Los habitantes eran invadidos por la suma de todas las tristezas, a orillas del silencio. Esos rostros, esos gestos, esos surcos que dejan las lágrimas en las mejillas.

Lo peor fue el día después. Los muertos. Los familiares, desesperados, buscando a sus seres desaparecidos.

Era difícil caminar por el suelo embarrado y aceptar todo lo perdido. ¡De cuántos dolores están hechas nuestras vidas!

Solo quedaba esperar la ayuda de un pueblo solidario que ya se había puesto en movimiento.

Pero, a pesar de la ayuda, todos sabían que tenían que comenzar de nuevo; rehacer lo destruido. ¡Tamaño esfuerzo!

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