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[Tiempo Loco] Un recuerdo escalofriante: ¡Platos voladores en un pueblo de la región!
Procedente de Ojo de Agua, avanzaba con su camión cargado de carbón Eugenio Douglas, quien debido a la lluvia había tomado por la ruta 11 a fin de acortar camino. A las 20.30 horas, del 17 de octubre de 1963, cuando ya había sobrepasado Monte Maíz (a 300 km de la ciudad de Córdoba), notó que en sentido contrario se desplazaba otro vehículo, con luz alta.
Escribe: Mag. Hernán Allasia
Llamó su atención que se tratase de un solo haz y no de dos, como hubiese sido lo normal; disminuyó entonces su velocidad, pero aquella luz le quemaba. Sintió arder sus ojos, y el camión se tumbó contra la cuneta.
Douglas salió como pudo del rodado, confundido, encontrándose con una sorpresa aún mayor: ante sí había una máquina ovalada, de unos 10 metros de diámetro, con cabina.
Por una puerta descendieron tres seres de “aspecto semejante al de los robots”. Su estatura era “quizás de 4 ó 5 metros”; su rostro como de cera, sobresaliendo dos grandes ojos oscuros. Lucían cascos, de los cuales surgían un par antenas “semejantes a las de un caracol”, y llevaban una vestimenta pegada al cuerpo, blanco-brillante, a manera de “caparazón de yeso”.
Ellos lo iluminaron con haces de luz roja, que hacían en su cuerpo el efecto de aguijones de fuego.
Al sentirse quemado, temblando y a punto de enloquecer, el camionero preguntó desesperado: “¿Qué quieren?, ¿qué quieren?”.
No obtuvo respuesta, y al recordar que llevaba consigo un revólver para el caso de ser sorprendido por asaltantes, lo extrajo efectuando cuatro disparos contra ellos. Pero los tiros rebotaron. Optó por huir a pie y lo hizo a campo traviesa, para llegar a Monte Maíz.
Cuando entró al pueblo, las luces del alumbrado público se tornaron primero violetas, luego verdes, y comenzaron a despedir una especie de gas. Los vecinos consultaron a la usina local, donde se informó que uno de los motores había comenzado a fallar.
En una casa, donde se efectuaba el velatorio de un tal Rivas, los deudos y amigos notaron en, la luz eléctrica y velas de la capilla ardiente un proceso similar, debiendo salir, medio asfixiados.
Toda esa gente, así como la familia Monocchio, que volvía de una fiesta, vieron a Eugenio Douglas correr gritando por las calles en demanda de auxilio.
A lo largo de toda su carrera, aquellas luces rojas lo habían perseguido, hostilizándolo tenazmente.
Conducido al consultorio del Dr. Francisco G. Dávalos, éste comprobó quemaduras en su rostro y manos, como así también raros puntos rojos en la piel.
El facultativo dijo que las lesiones habían sido producidas por “elementos no determinados, que podrían ser rayos ultravioletas o al menos semejantes a ellos”.
El motor del camión quedó con los cables quemados y, borradas en parte por la intensa lluvia caída, se descubrieron en el lugar extrañas huellas de aproximadamente 45 cm de largo.
Los parecidos a robots se dirigieron nuevamente hacia la aeronave. Luego se introdujeron en ella, que dejo oír un ruido de motores muy potentes y se elevó en zig-zag para perderse en el espacio.
Cuando el destello de luz que había quedado en el lugar terminó por esfumarse.
Fue necesario serenarlos recurriendo a calmantes. Uno de los médicos escribió en su informe: “Nunca he atendido a pacientes con un shock emocional tan agudo”.
Fuente: dokumen.pub/historia-de-los-platos-voladores-en-la-argentina.html
Crédito: Visión OVNI
Foto principal ilustrativa