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[Argentinadas] Siga, siga, siga… Que no te atrape el viejazo
Escribe: Raquel Baratelli
Así es la cosa, viejo, hoy estamos y ¿mañana?… vaya uno a saber, pero que la vida sigue, sigue. Más allá de los pesares primaverales, electorales, emocionales, escolares, políticos, o de bolsillo, el ciclo de la vida continúa.
Un día pum para arriba, otro día ¡paf! para abajo… Nuestra vida argenta es un eterno devenir de tires y aflojes, pero, ¡mientras haya salud…!
Siempre habrá tiempos mejores y cosas peores y siempre se podrá salir adelante o hundirse hasta lo más profundo. Según cómo se mire, la cosa va de mal en peor o puede que mejore.
Sin embargo y a fuerza de meterle presión a la olla, cada año que pasa se siente peor. Nos vamos poniendo viejos, chicos, y un halo de mala onda o mala vibra empieza a merodear la neurona.
Se nota en la cara, el ceño fruncido, la caída de la comisura de los labios, una sombra bajo los ojos y la necesidad de esquivarle al espejo va tomando más fuerza.
A cierta edad, los avatares de la vida se te trepan a los hombros y te agachan la cabeza; los humos, que una vez se te subieron a la cabeza, se te estancan en la panza; los recuerdos te tiran para atrás y la nostalgia por los años mozos se te instala en las córneas.
Las ansias de juventud, tinte tras tinte, te van volando las champas; el pergamino gestual te surca la cara, tu agilidad se trabó bajo las rodillas y “donde músculo hubo, flacidez queda”.
Así es la vida, los años pasan y van pasando factura, la cosa es saberlos llevar, darse cuenta de que “a mala vibra, buenos pensamientos”, entender que la sonrisa levanta el ánimo, que el espejo sólo muestra la cáscara, que los buenos recuerdos cobijan el alma y la nostalgia te atasca.
A cierta edad, la experiencia es tu aliada, el buen ánimo desarrolla una mejor vida, la empatía tu mejor argumento y el optimismo, tu mejor arma.
En estos tiempos modernos, a esta altura del año cuando todo parece caducar, la risa es el antídoto, creer fehacientemente que lo mejor está por venir, que la sabiduría llega con los años y que viejos son sólo los trapos, es la actitud.
Y si en cada conversación repetís las frases de tus abuelos, tu vocabulario se reduce al refranero popular, te volvés rezongón y te enojan los decires y “haceres” de la juventud, estás en el horno, el viejazo te llegó y no habrá nada que logre estirarte el ceño ni sonrisa que te levante la estantería.