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Historias Mínimas: Crema del cielo

Escribe: Germán Giacchero

-¿Todavía viene el de crema del cielo?

-Sí, claro, me respondió la chica detrás del mostrador multicolor de los helados.

Cuando era chico, una de las pocas salidas en familia era ir al centro, caminar un poco, sentarnos en la plaza y tomar un helado con mis papás y mis hermanas.

Mi preferido era esa crema fría de color celeste que alguien había bautizado usando una metáfora digna de un escritor en ascenso.

Crema del cielo.

Un sabor que no tiene la vigencia ni la fama de antaño, pero aún cautiva a algún que otro paladar. Hoy, las tentaciones heladas se multiplican y las ventas de las bochitas celestiales vienen en picada.

Tomás, mi hijo, prefiere el de dulce de leche. Y yo, también voy por ese lado.

Nunca más volví a pedir crema del cielo como en esas noches cálidas de verano infantil. Es un gusto para niños, dicen los mayores, que supuestamente lo saben casi todo.

Aunque, en noches estrelladas como estas, te digo la verdad, me encantaría tomarme uno de esos con mi papá.

Y sentarme en ese banco de la plaza, mirando las estrellas, con una bochita de crema del cielo en la mano, y una sonrisa de agradecimiento que resuma, como entonces, toda mi felicidad.

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