[Historias mínimas] La cama elástica

Escribe: Germán Giacchero

“Uy, ¿tres metros de diámetro tiene? Es enorme”, fue lo primero que dije.

“No va a entrar en el patio”, fue lo segundo.

Unos días después, la cama elástica que Tomás tanto nos pedía, ocupaba el centro de la escena en el patio. Por no decir, medio patio.

A la derecha, la pileta, que ya de por sí, se lleva una gran porción del espacio verde. A la izquierda, la tapia gris acordonada de plantas y flores.

“Donde la pongas, no te va a crecer más el pasto”, me anticipó un amigo. “Qué buena noticia”, pensé sin emitir una palabra y con un gesto de resignación.

Pero, no era solo eso. Tapaba gran parte de los arbustos del fondo y desentonaba con el resto del paisaje que habíamos logrado construir.

Además, era un fastidio moverla algunos centímetros cuando había que regar, poner unas sillas o cortar el pasto.

No me agradaba mucho cómo se veía en el patio de casa ese trampolín con red de contención sobre el cual mi hijo saltaba, hacía piruetas y pateaba pelotas. Aunque, a veces, eran dos, o tres, o cuatro los pibes brincando ahí adentro.

Ensayé algunas protestas en voz alta y otras por lo bajo.

Hasta que me di cuenta que ya no quiero regalarla, o que se vuele en medio de una tormenta, o se pierda, o se la lleven en dos patadas luego de verla publicada para su venta en las redes.

No quiero que se mueva de donde está por nada del mundo. Que se quede para siempre allí. O, por lo menos, algunos años más.

“¿No te molesta que esté la cama elástica en el medio del patio?, me preguntó un amigo de visita en casa, mientras disfrutábamos de las bondades gastronómicas que permite el verano.

La respuesta salió en el acto.

“¿Sabés que no? Antes me pasaba eso, pero ya no”.

Desde que entendí que el patio se vería mejor sin la cama elástica, sí, pero que eso no me haría más feliz.

Desde que me di cuenta que su ausencia, sería la ausencia también de mi hijo, de sus risas, de sus saltos, de sus aventuras imaginarias jugando en soledad o de sus atajadas con la pelota que yo le tiraba desde afuera y las protestas cuando algunas veces le metía un gol. Ni hablar si eran dos o más.

Desde que supe que, si la cama no estaba más ahí, rompiendo la armonía natural, era porque él había crecido y de su infancia solo quedaban los recuerdos, los portarretratos y la nostalgia.

Un patio lindo deja de serlo, si no hay con quien compartirlo. O no podés hacerlo con quien tanto querés a tu lado.

Por eso, dejame con esa enorme cama elástica en el medio del patio. Aunque no resulte tan estética, ni menos, funcional.

Aún no estoy preparado para que se vaya del todo.

Y si está ahí es porque aún hay saltos que no se dieron, risas que no se contagiaron, atajadas que no se hicieron, aventuras que no se vivieron, goles que no se gritaron o que no se sufrieron…

Y, a pesar de que ya nos dimos millones, también, hay abrazos que aún nos debemos.

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