La foto que duele: Hipocresía, impunidad y decepción

Escribe: Germán Giacchero

Poco después del atardecer del domingo 31 de enero pasado, cuando falleció Abigail Jiménez, escribimos una nota titulada “La muerte de Abigail: cuando las excepciones son solo para algunos”.

Hoy, debemos insistir: Las excepciones son para unos pocos.

Abigail era la niña de 12 años que se había hecho conocida cuando se viralizó un video junto con su papá, que tuvo que llevarla en andas durante 5 kilómetros para ingresar a su provincia, Santiago del Estero, en medio de un tratamiento oncológico por el cáncer que padecía.

Un oficial de policía no los dejaba ingresar desde Tucumán, cumpliendo órdenes de sus superiores. Tal cual sucedió y sucede en otras provincias, donde las medidas anticoronavirus suelen atentar contra el más elemental sentido común y las normas de convivencia.

Algo similar había pasado con Solange, una joven con cáncer residente en Alta Gracia, que murió sin poder ver a su padre que había viajado desde Neuquén visitarla. No le dieron permiso para ingresar a la provincia de Córdoba.

Hipocresía e impunidad

Por entonces, había excepciones para unos pocos privilegiados, amigos del gobierno, del poder. Lo peor fue comprobar con el paso del tiempo que los integrantes del propio gobierno violaban las normativas sanitarias bajo la impunidad ocasional que otorga el poder de turno.

Fue el caso de las sucesivas visitas a la Quinta de Olivos, entre ellas, la que explotó esta semana: el cumpleaños de la primera dama Fabiola Yáñez con una decena de amigos invitados y un anfitrión de lujo, el presidente Alberto Fernández.

El festejo fue en julio de 2020, cuando en el país regía una cuarentena estricta y no solo se obligaba a los ciudadanos a estar bajo siete llaves, también se los amenazaba con acciones penales y se les prometía la cárcel si incumplían el aislamiento.

Fernández y Fabiola fueron anfitriones de una celebración de cumpleaños cuando estaba prohibido de manera estricta.

Las excepciones también se habían mostrado con los funcionarios y amigotes Vip que recibieron la vacuna contra covid sin esperar el turno, en un momento de extrema escasez de dosis en el país.

Muchos de estos hechos fueron negados de manera sistemática o, al menos, minimizados. Incluso se ensayaron excusas de las más absurdas.

Pero, esta vez al presidente que había tratado como tontos a los transgresores de la cuarentena no le quedó otra que admitir el error y pedir disculpas. Es válido, pero no alcanza.

No alcanza para las miles de familias que estuvieron aisladas durante mucho tiempo sin contacto, con ausencias de afectos que desencadenaron todo tipo de problemáticas de salud, hasta incluso la muerte.

No alcanza para las miles de familias que no pudieron abrazar a sus seres queridos mientras estaban vivos, ni acompañar a sus enfermos, ni despedir a sus muertos.

No alcanza para quienes cumplieron la cuarentena a rajatabla o de la forma que mejor pudieron, y la pandemia, la gestión que se hizo de ella, y la crisis económica agudizada terminó destrozando trabajos, proyectos y sueños.

No alcanza, porque nuestros gobernantes tienen la obligación ética, moral y cívica de predicar con el ejemplo. No con la hipocresía, el cinismo y la impunidad del poder.

Es la imagen que nadie hubiera querido ver, la que muchos deseaban que estuviera trucada porque no podían creerlo. Es la postal de lo que no debería ser, pero que lamentablemente es: un estado de excepción para unos pocos, un estado de decepción para muchos y un estado que no tiene nada de excepcional.

Excepción y decepción

Hoy, como hace unos meses, debemos reiterar las palabras de aquel entonces.

Vivimos en un estado de excepción, no en un estado excepcional como sería el deseo de la mayoría.

Y rima mediante, aunque no exista nada de poesía en esta condición, podríamos decir que vivimos en un estado de decepción.

Estado de excepción promovido por los más altos estándares políticos y las jerarquías gubernamentales. La misma que hace las excepciones, la que transgrede las mismas normas que quiere que el resto de nosotros cumplamos.

La que debería actuar con mayor responsabilidad y ética ante sus conciudadanos.

Porque las excepciones son solo para algunos. Cuando les conviene, donde les conviene y para quienes les conviene.

Porque no hubo excepción con Abigail y su papá; tampoco con Solange y su papá. Ni con los formoseños que tuvieron que esperar semanas enteras en el límite geográfico sin poder acceder a su tierra o los que fueron aglomerados a la fuerza, en la turbiedad de los centros de aislamiento.

Porque no la hubo para todos aquellos “infractores” sin antecedentes, que después de mucho cumplir las normativas por el aislamiento, tuvieron necesidad de reencontrarse con sus familias, o de socorrerlas, de ayudarlas, por los motivos que fuera.

Porque no hubo excepción para todos aquellos que cometieron mínimas infracciones y fueron sancionados, multados, detenidos y hasta encarcelados. Por no usar barbijo, por ejemplo.

Es un estado de decepción, de hipocresía, con una sensación de tristeza y amargura que nos invade por todas estas muestras de excepcionalidad que parecen gratis, pero que en verdad nos cuestan vidas.

Precisamente, lo que siempre se dijo que se iba a cuidar.

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1 comentario en “La foto que duele: Hipocresía, impunidad y decepción”

  1. Me pregunto si el Señor Presidente, siguiendo con el verso de que «La culpa la tiene el otro», seguirá exigiendo y queriendo dar ejemplos. Se le hundió el barco con este hecho que muy campante se lo indilgo a su pareja. Por dignidad debería renunciar e irse ante tanta barbarie, si otros fueron sancionados por incumplidores él y ese grupo de irresponsables que aparecen en la foto también deberían serlo, pero ya, ahora y no después o nunca, como seguramente va a ocurrir.
    En política y en justicia dos más dos no es igual a cuatro. La leyenda continuará…

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