[La infancia de los líderes] Ernesto “Che” Guevara: El estratega

Escribe: Prof. Luis Luján

El pequeño “Tete”, como lo llamaba cariñosamente su criada, primer apodo que recibió el niño en su vida, no dejaba de toser.

El purrete sufría de un mal que los médicos no pudieron dilucidar en un primer momento la causa ni el diagnóstico certero, debido que a sus tres años dijeron que tenía neumonía, mientras que dos años más tarde, en 1931, los síntomas indicaban que sufría de una aguda bronquitis asmática, lo que se tradujo tiempo después en asma bronquial.

Esto último trajo como consecuencia que sus padres tomasen la decisión de trasladarse desde San Isidro, en la provincia de Buenos Aires, en 1933, a la localidad de Argüello, en la provincia de Córdoba.

Pero el peregrinar de su familia no culminó allí. Se vieron obligados a reubicarse en la región serrana de Alta Gracia, en donde vivieron en un hotel por poco tiempo.

Debido a los problemas económicos del padre de Tete, se mudaron a una casa más barata dentro de la misma localidad, conocida como Villa Nydia.

Allí el pequeño pasó muchas horas de sus días postrado en la cama en virtud del delicado estado de salud. El niño observaba con recelo a sus hermanos jugar y corretear por los montes y cerros, mientras que él sólo los apreciaba a través de los cristales.

Ni siquiera tuvo la oportunidad de acudir a la escuela, sino hasta su tercer grado. Mientras sus amiguitos jugaban a la pelota, y a otras actividades que requerían esfuerzo, Tete solamente practicaba el ajedrez. Pero el pequeño no desperdició las tantas horas dentro de su hogar.

Si bien aprendió las primeras letras de su madre, no claudicó jamás frente a su enfermedad. Leyó casi todos los libros que poseía su familia en su extensa biblioteca. Aprendió de los clásicos la literatura universal, historia, filosofía, psicología, arte.

Introdujo a sus saberes conocimientos sobre aventuras, obra de Marx, Engels y Lenin, aunque algunos de esos ejemplares estaban en francés.

Cuando en su hogar sus padres realizaban algunas reuniones con sus amistades, el niño Tete recitaba de memoria los versos de su poeta preferido, el chileno Pablo Neruda. Era considerado un adelantado, un niño prodigio.

Tal vez esa pasión por la lectura contrarrestó tantas horas de angustia y sufrimiento. Con el paso del tiempo la salud de Tete fue mejorando notablemente. Cuando iba a cumplir ocho años sus padres, con la prescripción médica, tomaron la decisión de enviarlo a la escuela por primera vez.

Este niño, que jamás había sido escolarizado, poseía tantos conocimientos que asombró a toda la comunidad educativa

Lo curioso, para sus compañeros, fue que este niño que jamás había sido escolarizado, poseía tantos conocimientos que asombró a toda la comunidad educativa. Tal vez fue por influencia de su padre que Tete comenzó a seguir todos los eventos referido a la Guerra Civil Española cuando Franco se rebela contra la República, en 1936.

Su progenitor, de profesión ingeniero, funda un comité de apoyo a los españoles republicanos, convirtiéndose Villa Nydia en un centro de seguimiento de los acontecimientos que sucedían en la península hispánica.

Debido a esas circunstancias, su padre recibe de huésped a un médico exiliado, junto a sus hijos, por su pertenencia al partido republicano. Ya con esas personalidades en su hogar, el niño Tete se entusiasma tanto con los pormenores de la guerra civil española, que decide colgar en su habitación un mapa con banderitas de diferentes colores que marcaban las posiciones de las tropas en pugna en aquel país ibérico.

El pequeño se había apasionado de tal manera con aquella disputa que comenzó a invitar a su casa a sus compañeritos y amigos, para jugar con ellos a una batalla bélica en donde tenían como principal objetivo la defensa de Madrid.

Si bien aquéllos sólo deseaban jugar a los indios y a los pistoleros, Tete los obligaba a formar parte de esa guerra contemporánea. Cierta tarde los aventureros conformaron dos bandos bien diferenciados: republicanos y franquistas.

El hermoso y ejemplar jardín de pastos y flores se había convertido en poco tiempo en una réplica del campo de batalla, con trincheras y defensas artificiales

El hermoso y ejemplar jardín de pastos y flores, que con tanto anhelo había construido su madre con sus sufridas manos, se había convertido en poco tiempo en una réplica del campo de batalla, con trincheras y defensas artificiales.

Tete era el general al mando de las tropas republicanas que liberarían a la capital española. Trazó un mapa de batalla y dispuso a su tropa de manera tal que la victoria era inminente.

Alzó su espada de madera y ordenó a sus seguidores a poner fin a la resistencia. Cuando avanzaron a toda prisa, jamás esperaron que los franquistas hicieran caer sobre los republicanos, al mando de Tete, una lluvia de piedras que puso fin a las pretensiones estratégicas de ese pequeño general.

Uno de los proyectiles impactó en una de sus piernas y lo inmovilizó durante dos semanas. Otros niños sufrieron heridas y contusiones en todo el cuerpo. Los padres de los menores arremetieron contra la familia de Tete por permitirle a sus hijos jugar deliberadamente con elementos cortantes y contundentes.

La madre de Tete, cuando vio su jardín convertido en ruinas, producto de la defensa de Madrid, confinó al estratega del juego a su dormitorio por el término que demandara la reparación de patio.

Quizás la Guerra Civil Española duró más tiempo que el castigo de Tete, pero aquel fallido intento por recuperar la ciudad de Madrid jamás quebró el espíritu aventurero y combativo del niño que perdió su primera batalla en el jardín de su casa.

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