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[Luis Luján presenta] Leyendas urbanas: El fantasma descalzo
Escribe: Prof. Luis Luján
Desde muy chico mi madre me educó dentro de la fe cristiana, y desde entonces siempre creí que cuando una persona deja este mundo, su alma busca esa otra dimensión del más allá, ya sea en el ansiado Paraíso terrenal, en un supuesto purgatorio, o en el mismo infierno, pero lo cierto es que esas almas no andan penando aún en este mundo, con nosotros.
Después de muchas lecturas u opiniones encontradas, ya de adulto, comencé a cuestionar cuáles eran los ámbitos más propicios para que esas almas morasen cuando abandonasen nuestros cuerpos. Sin embargo, tanto el cielo como el infierno son espacios simbólicos, productos de nuestra fe.
No obstante, toda creencia de fe, pensamientos religiosos y mitos del más allá, se derrumbaron cuando oí el suceso acaecido en una humilde vivienda en el barrio San Martín, de la ciudad cordobesa de Balnearia, en el Departamento San Justo, en la década de 1970.
Se trataba de un matrimonio con más de veinticinco años de casados. Cierto día de un mes de agosto, el esposo falleció de muerte súbita. Dejó cuatro hijos, dos de ellos mayores de edad, varón y mujer, y dos mujercitas adolescentes.
Al año siguiente de la pérdida irreparable del padre de la casa, el hijo había contraído matrimonio y convivieron un tiempo prolongado con su madre. Cuando nació su primera hijita y sus padres la llevaron a la casa, la abuela observó que detrás de su hijo había ingresado otra persona del sexo masculino, e hizo caso omiso a eso.
Varios minutos más tarde cuando la mujer se dirigió a su hijo preguntándole por ese hombre que los había acompañado, aquél manifestó que sólo ingresó a la vivienda su esposa con la niñita y él. Esto sí llamó abiertamente la atención a la mujer porque ella juraría que vio a una cuarta persona ingresar detrás de su hijo.
A la tarde de aquel día, la esposa, flamante madre primeriza, acomodaba a su bebé en la cuna junto a su cama matrimonial mientras oía la canción que provenía del televisor encendido en su habitación. Cuando giró la cabeza en dirección al aparato encendido, se sorprendió sobremanera al contemplar la figura de un hombre, de espalda, con traje negro y sus pies descalzos, que miraba plácidamente el programa televisivo.
La mujer se asustó, alzó su hijita, y salió apresurada del dormitorio, y a los gritos. Rápidamente todos acudieron a su ayuda y, tras oír sus dichos, se dirigieron con cautela hacia esa habitación, pero no hallaron a nadie.
A partir de ahí, otros hechos muy extraños sucedieron a éste. Por las noches los integrantes de la familia observaban una sombra que cruzaba siempre desde la cocina hacia el baño, donde se encendía la luz y se abría la ducha.
En otra ocasión, el perro de la casa ladraba mucho a las tres de la mañana, y para no molestar tanto a los vecinos, le permitieron ingresar a la casa. El animal se dirigió directamente hacia el ropero de la viuda, y rasguñó sus puertas. Esto se repitió por varias noches.
A la semana siguiente, las puertas del ropero comenzaron a abrirse solas y toda la ropa de su interior se caía fuera del mismo, pero, curiosamente, apilada como si un ente invisible lograra tal propósito.
A los treinta días de esos sucesos, toda la familia estaba sumamente angustiada por todas situaciones inexplicables. Tal fue así la desesperación de ellos que desarmaron ese viejo ropero y le prendieron fuego
.
A partir de eso, los hechos sobrenaturales cesaron por un tiempo, y la familia guardó celosamente ese secreto. Pero el silencio se rompió vertiginosamente. Cuando la niñita cumplió seis meses, una sobrina de la dueña de la casa fue a visitarlos y se quedó a pasar el día. Cuando todos los miembros de la familia, por diversos motivos, tuvieron que salir de la casa, la joven visitante se quedó sola, desconociendo totalmente el enigma que pesaba en esa familia.
Como la tarde iba llegando a su fin, la muchacha decidió levantar toda la ropa que había tendida en un largo alambre en el patio de la casa. El bulto era tan grande que a la joven le impedía directamente la visión, por lo que se dirigió hacia el interior de la casa contemplando solamente el suelo. Pero cuando intentó ingresar, advirtió que un hombre le impedía hacerlo.
Rápidamente creyó ella que se trataba de su primo que le jugaba una broma, por lo que le solicitó que se hiciese a un lado porque se le iba a caer parte del bulto de ropa limpia que llevaba.
Ante la falta de respuesta por parte de la otra persona, ella levantó sus manos con el bulto en ellas para contemplar a su primo y pedirle una explicación a su actitud, y se sorprendió al observar los pies descalzos de un hombre que vestía pantalones negros, y lo más curioso de todo, fue que los miembros inferiores levitaban en el aire a unos diez centímetros del suelo.
Rápidamente, y sin pensarlo dos veces, arrojó el bulto que llevaba en sus manos, corrió en dirección opuesta a la casa, saltó la tapia, muy a pesar de su baja estatura, y quedó tendida en la casa de un vecino con un ataque de nervios que derivó en una internación en el hospital regional.
Dicen por ahí que el hijo de la viuda intentó en vano traer a un espiritista para que se comunicase con ese ente fantasmal, pero su madre se lo impidió siempre. Otros dicen que es el espíritu del esposo de la mujer no puede descansar en paz porque su muerte tuvo un responsable que jamás se develó.
Lo cierto es que aún hoy, después de treinta años, los hijos y nietos de aquel matrimonio que levantaron la casa con sus manos, continúan sintiendo la presencia de ese ente fantasmal que siempre anda descalzo.
Muchas veces, algunos vecinos manifestaron haber visto la figura de ese hombre entrar o salir de la casa, o simplemente, a través de la ventana observando los indiscretos que deambulan por las altas horas de la noche.
Lo curioso de todo, es que cuando falleció el dueño de la casa, lo sepultaron con un traje negro y sin calzados, pero jamás imaginaron que su fantasma se vería exactamente igual.
Curiosidades. ¿Cuestión de fe? ¿Mitos del más allá? O tal vez, un relato más que conforman el sin número de leyendas urbanas de una ciudad que conserva sus tradiciones.