La Municipalidad de Villa María, a través de la secretaría...
En el marco de diversos patrullajes y controles antinarcóticos realizados...
La municipalidad de Villa María recuerda que se registrarán temperaturas...
El gobernador Martín Llaryora promulgó la Ley de Ficha Limpia,...
La municipalidad de Villa María informa que este jueves abrirán...
El intendente municipal Eduardo Accastello presentó el Festival de Peñas...
[Luis Luján presenta] Leyendas urbanas: La chica del andén…
Escribe: Prof. Luis Luján
Si uno lee un poco de historia nos enteramos de que Villa María, como tantas otras ciudades, es hija del riel. El ferrocarril fue su origen y este ámbito cordobés fue creciendo desde 1867, fecha en que llegó la primera locomotora a esta región uniendo la localidad de Fraile Muerto, hoy Bell Ville, con lo que aún era Villa Nueva.
Desde entonces ha sido el ferrocarril quien ha dividido el centro de la ciudad en dos, y hoy se conocen sus barrios como Centro Norte y Centro Sur. Si bien este segundo ha dado origen a los primeros asentamientos, la ciudad progresó hacia el extremo opuesto.
Se ha escrito mucha literatura respecto al ferrocarril y a su recordado túnel, medio de ingreso a la estación de trenes. Pero existe otra literatura que se ha conservado en la oralidad de sus habitantes, también relacionada con estos espacios comunes, como lo es el tren, la estación, y el mencionado túnel.
A fines de la década del ochenta existía un hotel de pasajeros en la avenida Hipólito Yrigoyen, entre las calles Entre Ríos y Mendoza. Hacía tres meses que se hallaba alojado allí un empleado de una importante firma comercial que estaba realizando ciertas tareas en la ciudad. Sus funciones finalizaban a las veinte horas, y retornaba a ese alojamiento a los fines de asearse para después salir a cenar.
En una de las tantas noches, decidió ir a comer pizza en un local situado frente a la estación de trenes. Como hacía mucho calor, tomó asiento en una de las mesas que estaban en la vereda y ordenó su cena. Al rato, un fuerte viento, seguido de un aguacero, obligó al caballero a ingresar al local, y se sentó junto a la vidriera.
Al rato, un fuerte viento, seguido de un aguacero, obligó al caballero a ingresar al local, y se sentó junto a la vidriera.
Si bien el tránsito por la avenida era fluido, su atención se centró en una joven que caminaba solitariamente el andén de la estación sin importarle que la lluvia torrencial golpeara sobre su cuerpo. El hombre sabía bien que a esas horas no había ningún servicio ferroviario, por lo tanto, esto atrajo más aún su atención.
Terminó su cena y decidió dirigirse hacia la estación de trenes para conocer a esa dama y ofrecerle algún tipo de ayuda. Así lo hizo. Entabló una conversación con la señorita, la que no tenía más de veinticinco años, quien le comentó que estaba muy sola, con mucho frío, y no tenía dónde alojarse esa noche. No se acordaba dónde vivía ni el motivo por el que estaba deambulando en el andén.
El caballero, muy amablemente, se quitó su camisa con la intención de darle abrigo. La invitó a trasladarse hasta el hotel en el que se alojaba para que se secase y después tratar de brindarle la colaboración necesaria para que recordase su domicilio, o para localizar a algún familiar.
La mujer aceptó la invitación. Ambos, dama y caballero, ingresaron por la recepción. El hombre saludó al encargado, y éste le contestó el saludo sin hacer ninguna acotación al respecto, y se dirigieron a la habitación.
Él intentó ahondar en la vida de la mujercita, pero ésta esquivaba el diálogo. Después de mucha insistencia logró recordar el cementerio La Piedad, por lo que ambos dedujeron que ella podría vivir en el barrio lindante a la necrópolis.
Después de mucha insistencia logró recordar el cementerio La Piedad, por lo que ambos dedujeron que ella podría vivir en el barrio lindante a la necrópolis.
También hacía referencias a un lugar oscuro y frío, y el joven enseguida creyó que la mujer vivía en un hogar muy humilde, en una condición paupérrima de vida. Tal vez haya sido ése el motivo por el cual ella no quería recordar pasajes penosos de su existencia.
A pesar del calor de la habitación, la muchacha se mantenía fría y su tez muy pálida. Entonces el caballero le ofreció el baño para que se diera una ducha de agua bien caliente, y ella aceptó. Como toda su ropa estaba mojada, cubrió su cuerpo con la sábana de la única cama que había allí.
Cuando salió del baño parecía otra persona. El hombre hubiese jurado que hasta el color de sus cabellos eran distintos. Su piel estaba bien rosada y sus ojos tenían un brillo muy llamativo. Estaba totalmente desnuda y la perfección de su cuerpo sedujo la pasión del hombre. Ella abrazó la humanidad del galán y lo besó con ansias, como si fuese ésa la última vez que la mujer besara a un hombre, pero la piel de la dama continuaba helada.
Cuando lo soltó, el muchacho dejó caer su cuerpo en la cama, mientras que la extraña se dirigió hacia la puerta, la abrió y, en esas mismas condiciones de desnudez, abandonó la habitación.
Rápidamente el joven la persiguió para evitar que la chica abandonase el hotel totalmente desnuda, pero, curiosamente, la perdió de vista. Corrió hasta la recepción e indagó al encargado si había visto pasar a la joven que ingresó con él. El empleado del hotel no entendía lo que el otro le preguntaba.
Rápidamente el joven la persiguió para evitar que la chica abandonase el hotel totalmente desnuda, pero, curiosamente, la perdió de vista.
Entonces volvió a expresar lo mismo, y éste le preguntó si se sentía bien porque en ningún momento el otro hombre ingresó acompañado por alguien, sino que lo hizo solitariamente, y que ninguna persona había abandonado el hotel en la última media hora. Al regresar a la habitación no halló la ropa de la mujer.
El huésped del hotel intentó explicarle varias veces sobre la mujer que había ingresado con él, pero eso jamás había sucedido. Al día siguiente, la dueña del hotel le puso en conocimiento que ésa no era la primera vez que sucedía un hecho de esas características, pues, ella sabía de otras ocasiones en que hombres solitarios acudían a la ayuda de una misteriosa joven que camina el andén de la estación por las noches.
Según se comentó tiempo después, la descripción de la dama coincide con la de una muchacha que a principios de la década del setenta se arrojó al paso del tren por un desamor que no pudo soportar.
Desde entonces, su espíritu vaga en el mismo andén por las noches de verano, solicitando tan solo un minuto de amor.