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“¡Me importa tres carajos!”: Milei y el peor ejemplo de las atrocidades verbales de nuestros políticos
Los exabruptos nunca pasan de moda. Es más, se multiplican. Se propagan al ritmo de la precariedad institucional y de la intolerancia y la irresponsabilidad de nuestros dirigentes políticos y de toda clase. Pero, también bajo el paraguas de la naturalización que hacemos como sociedad de esos deslices verbales que nos alejan cada vez más de una convivencia democrática sin vicios. Milei, es una buena síntesis de este fenómeno. Pero, no es el único.
Escribe: Germán Giacchero
Desbocados e irresponsables.
Milei, sí, pero muchos otros que lo antecedieron también.
Y, a este paso, quienes lo sucederán no prescindirán de los terribles exabruptos discursivos de cualquier político argentino promedio.
Decir que fue solo una torpeza de un presidente que porta el sello de hablar a boca de jarro o de cualquier funcionario de turno, o que resultó un comentario “muy desafortunado”, es de alguna manera minimizar la problemática que se replica entre dirigentes de toda clase, ideología o color partidario.
Los integrantes de nuestra dirigencia, o buena parte de ellos al menos, poseen doctorados en exabruptos y acumulan posgrados en metidas de pata discursivas.
Algunas más espontáneas, dichas sin pensar, producto de un rapto de furia, odio o de un arrebato irracional; otras, con clara intencionalidad de provocar daño o dolor.
Muchos fans del jetón de ocasión son propensos a justificar lo injustificable cuando el caído en desgracia es de los suyos, pero resultan ser los primeros dispuestos a incinerar en la hoguera al bocón que forma parte de la otra trinchera.
Jetones & jetonas
Javier Milei, es una usina generadora de insultos e improperios de toda clase.
El presidente libertario viene generando un oceánico vocabulario de groserías desde su época de panelista televisivo hasta su pretendida condición de líder mundial del universo libertario.
“Me importa tres carajos”, haciendo referencia al veto que aplicaría a la movilidad jubilatoria en caso de convertirse en ley por el desplante de la casta legislativa, es una de las más recientes delicadezas lingüísticas con las que se despachó. Pero, claro, ni por asomo es lo peor que ha dicho.
No lo vamos a repasar ahora, pero existe un largo listado de atrocidades verbales acumuladas en la acotada historia política de del autoproclamado “León”, como lo hay a lo largo de la historia política de nuestro país.
En los últimos años se replican como sismos imprevisibles, que llegan de un momento a otro.
La mayoría de estos personajes jetones ocupan altos cargos, ostentan alguna cuota de poder o reconocimiento social, y su coeficiente intelectual aparenta responder a los más altos estándares, aunque estas cualidades no se condigan con el padecimiento de una incontinencia verbal congénita que desata una catarata de agravios, insultos o ataques lingüísticos.
Los exabruptos no son privativos de un hemisferio ideológico en particular. Oficialismo y oposición se cruzan al ritmo de estas incorrecciones del lenguaje y se acusan entre sí por utilizarlos.
Esta lamentable práctica cotidiana entre nuestros dirigentes es la peor pedagogía para construir ciudadanía, participación y una sociedad menos violenta.
Esta peligrosa tendencia viene desde hace rato, la pedagogía del exabrupto hace escuela. El lenguaje grosero, la guarangada discursiva, el ataque verbal sin sentido se han transformado en hábitos comunes entre nuestra clase dirigente. Pero también ha hecho metástasis en hogares, calles y colegios.
Y la agitada lengua del presidente es el mejor ejemplo de lo peor en la materia.
Con la pedagogía del exabrupto, de la violencia simbólica y concreta, del mal ejemplo, no vamos a aprender nada. Nadie puede justificarlo, haya argumentos más válidos o no para sostenerlo.
Claro, que peor que lo dicho, podrían ser los hechos en sí. Si causa preocupación lo que afirma un dirigente, por caso Milei, imaginemos lo que realiza, ejecuta o hace en términos concretos.
Alarmémonos por los frutos de su lengua filosa, pero estemos en alerta por las decisiones que tome y las consecuencias que tengan en la realidad.
A veces, perro que ladra no muerde. Pero, no dicen lo mismo quienes conocen de cerca los colmillos desgarrando su piel.
Pasos peligrosos
El exabrupto es minimizado, justificado como algo anecdótico, que dio para la risotada y nada más. Eso también es lo peligroso. De la intolerancia al autoritarismo no hay más que un solo paso.
Las disculpas, si es que llegan, se escudan bajo esas tres palabras. Fue un exabrupto. Un improperio, un insulto, una salida de cadena o una frase desubicada producto de un rapto de locura, incontinencia verbal, ira desbordante, intolerancia ideológica, adversidad política, impotencia, bronca acumulada o la razón que fuere.
Con el agravante que se reproduce millones de veces a través de los medios y por lo general solo trasciende esa frase desbordada y nada se sabe de los efectos, de sus consecuencias, pero van quedando en el inconsciente colectivo.
Aceptar cualquier exabrupto, que la agresión verbal se convierta en una cuestión de rutina, es el primer paso para admitir mayores niveles de violencia que quedarán enquistados en nuestra vida cotidiana.
De ahí al escrache, al atentado contra la vida humana, no habrá más que un solo paso.
Y, como alguna vez lo advertimos, estamos muy cerca de darlo.