Ni tarifazo, ni inflación, ni inseguridad: Mentiras y chamuyo, el lenguaje del poder

El lenguaje es un instrumento maravilloso. Nos sirve para comunicarnos, para cantar verdades y para desnudar sentimientos y emociones. Pero, también es utilizado para mentir, falsear, ocultar o, simplemente, negar la realidad. Así lo demuestran muchas acciones de nuestros gobernantes.

Escribe: Germán Giacchero

La inseguridad no existe. Es solo una sensación.

Igual que la inflación. Es pura ilusión. Una extraña ocurrencia de algunos locos sueltos y sectores interesados.

La intolerancia política, por favor, nada más lejos de la realidad. La iniquidad social, es solo un espejismo del pasado, qué va.

La injusticia de la justicia, valga la redundancia, un mero relato mediático. Si me beneficia es independiente; si me perjudica, un partido judicial cooptado por el poder real.

Y los tarifazos ya no se llaman así: se denominan, según la lógica oficialista, “redistribución de subsidios y de ingresos”.

En los tiempos de la Grecia antigua, con la Retórica, “el arte de hablar bien”, el lenguaje era empleado para deleitar, persuadir o conmover a propios y extraños. Sin querer o sin tener plena conciencia de ello, la mayoría de los mortales usamos recursos lingüísticos o retóricos, como la metáfora, por ejemplo, para convencer a los demás, tejer tramas o fabular historias en plan de levante o chamuyo rompecorazones; pedir fiado o justificar una llegada tarde, a casa o al trabajo.

Pero, los profesionales de la palabra con alta responsabilidad social, como políticos, funcionarios y dirigentes de toda clase, conocen muy bien su uso.

Artificios poco sutiles

Dicen los que saben que en materia de psicología una de las principales herramientas para afrontar un problema es verbalizarlo. Balbucearlo, convertirlo en palabras, reconocerlo y enfrentarlo.

De modo curioso, es la situación inversa la que impera entre nuestros gobernantes. Pero, no se trata de un caso para el diván, es más bien una decisión tomada, una especie de apostolado que pareciera indicar que aquello que no se puede solucionar o no figura entre las prioridades, simplemente no existe o es otra cosa.

De las varias que se podría citar, la inseguridad y la inflación son dos cuestiones de estado que permanecen veladas, confundidas, ocultas o simplemente negadas. Son de los más variados los artificios del lenguaje a los que recurren altos funcionarios de los gobiernos que supimos conseguir en plan de aportar elegancia o sutileza discursivas a las sistemáticas negaciones o tergiversaciones.

Un argentino tipo no se desvivirá por acudir a la Real Academia Española para hallar el significado del término inflación, definido como “la elevación notable del nivel de precios con efectos desfavorables para la economía de un país”. Su sentido está impreso en el imaginario colectivo y en la inapelable realidad de los precios en las góndolas y los bolsillos.

Sin embargo, este flagelo criollo no dejó de ser negado o encubierto por el discurso de los vozarrones de los gobiernos de turno. “Reacomodamiento de precios” y “dispersión de precios”, fueron solo algunos pincelazos del maquillaje lingüístico.

La inseguridad es definida hasta por un diccionario de bolsillo como la falta de seguridad, entendida esta como “certeza, conocimiento seguro y claro” de algo. Pero, de igual modo que con la inflación, siempre nos quisieron hacer creer que no existe o que se trata de otra cosa. “Sensación de inseguridad”, es el eslogan más adoptado.

Del incremento tarifario ni hablar. Los mismos que se quejan o reclamaban por los tarifazos del gobierno de signo partidario o ideológico contrario, son quienes promueven elegancias estilísticas onda “redistribución de subsidios y de ingresos”.

Bastaría repasar solo la historia política de los últimos años para disponer de un disparatado inventario de metáforas para no reconocer las problemáticas reales.

Ni hablar de ajustes, recortes ni tijeretazos de presupuestos en áreas y sectores sensibles.

Así las cosas, los eufemismos son moneda corriente: “Expresar con suavidad ideas cuya recta expresión sería muy dura”.

Los circunloquios también: “Enunciar con un rodeo de palabras lo que pudo haber sido dicho con menos o una sola”.

Pero, claro no son nada comparado con algunos recurrentes sofismas: “Argumentos con el que se quiere defender lo que es falso o imposible”.

Desinflados, seguros y redistribuidos

La situación es muy compleja. Claro que tanto oficialistas como opositores practican un reduccionismo espantoso de la problemática de la seguridad. Para ellos solo se rebaja a lo relacionado con los hechos policiales, con delitos contra la persona o la propiedad.

Mientras desde un sector se la ningunea bajo el mote de “sensación”, desde el otro, se la suele fogonear para desatar paranoia. Otro extremo que también nos aleja de una definición real de los problemas a los que debemos afrontarnos.

Vivimos en un mundo inseguro. La seguridad es un problema de todos, todos los días. La inseguridad social aún margina y condena a la miseria a miles de argentinos; la inseguridad jurídica no garantiza la igualdad ante la ley ni el cumplimiento de los contratos suscriptos; la inseguridad laboral aqueja y estresa.

Estas incertidumbres no figuran en la agenda política, aun en tiempos electorales. Es la inseguridad de la que nadie habla. Ni  siquiera los grandes medios.

Desinflados, seguros y redistribuidos, así estamos desde la lógica discursiva con rasgos de perversión del poder de turno. Claro que más allá de que nos mientan, tergiversen o falseen la realidad, el problema es que sigamos creyendo.

Por eso, urge más que nunca llamar las cosas por su nombre. Será el primer paso para reconocer un problema y dar los primeros pasos hacia su solución definitiva.

¿Estaremos tan lejos de lograrlo?

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