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La otra cara de vivir conectados: El trastorno que asusta y preocupa, FOMO o el “Miedo a Perderse Algo”
Junto con los beneficios de la conectividad y la abundancia de información, también han surgido nuevos desafíos psicológicos y pedagógicos. Uno de estos desafíos es el trastorno FOMO, un acrónimo de «Fear of Missing Out» (Miedo a Perderse Algo), que se ha convertido en una preocupación creciente para educadores, padres y estudiantes.
Escribe: Lic. Ana Paula Moreno
En la actualidad, nos encontramos inmersos en una era digital en la que la tecnología y las redes sociales han transformado la forma en que vivimos y aprendemos. Sin embargo, junto con los beneficios de la conectividad y la abundancia de información, también han surgido nuevos desafíos psicológicos y pedagógicos.
Uno de estos desafíos es el trastorno FOMO, un acrónimo de «Fear of Missing Out» (Miedo a Perderse Algo), que se ha convertido en una preocupación creciente para educadores, padres y estudiantes.
El trastorno FOMO se basa en una excesiva necesidad que tienen las personas de estar siempre conectados por temor a sentirse excluidos de un acontecimiento interesante o emocionante; en otras palabras, sienten que están perdiéndose experiencias relevantes o significativas que otros están disfrutando.
En la era de las redes sociales, donde cada momento de la vida puede ser compartido y expuesto al mundo, es común que muchas personas se sientan presionadas para mantenerse al día con lo que otros están haciendo.
El FOMO es un problema común entre los adolescentes y los jóvenes adultos. Un estudio realizado en 2017 por la Universidad de Pittsburgh encontró que el 70% de los adolescentes y el 80% de los jóvenes adultos experimentan FOMO con regularidad.
FOMO y aprendizaje
El impacto del trastorno FOMO en el aprendizaje es preocupante. Uno de los aspectos más perjudiciales es la distracción constante que provoca en los estudiantes.
Durante las horas de estudio, los dispositivos móviles y las redes sociales se convierten en una tentación, llevándolos a revisar sus feeds en busca de actualizaciones, lo que interrumpe su atención y afecta negativamente su capacidad de retener información importante.
Además, el trastorno FOMO puede generar una constante comparación social negativa. Los estudiantes pueden sentirse inseguros y ansiosos si sus logros no se comparan favorablemente con los de sus compañeros, o si no se encuentran experimentando situaciones ideales o emocionantes.
Este sentimiento de “estar en desventaja” puede afectar la autoestima y motivación para aprender, desencadenando bajo rendimiento académico.
Otra cuestión importante es el tiempo que los estudiantes destinan a las redes sociales en detrimento de sus estudios. La reducción del tiempo de estudio es una consecuencia inmediata de pasar tanto tiempo delante de la pantalla.
Según estudios recientes, se estima que los jóvenes adultos pasan más de dos horas al día en plataformas de redes sociales, lo que suma un promedio de más de 700 horas al año. Esta cantidad significativa de tiempo podría emplearse de manera más productiva en actividades de aprendizaje o desarrollo personal.
Por último, no hay que olvidar el “costo emocional” del FOMO. El miedo de perderse algo o quedarse atrás, puede generar ansiedad y estrés en las personas. El estrés excesivo puede afectar además del rendimiento académico, la salud mental en general.
¿Cómo abordar la problemática?
El impacto negativo del trastorno FOMO en el aprendizaje, nos plantea ciertos interrogantes a tener en cuenta:
- ¿De qué manera los educadores pueden abordar el tema del trastorno FOMO en el aula, previniendo a adolescentes y jóvenes?
- ¿Cómo pueden los padres y tutores ayudar a sus hijos a desarrollar habilidades para manejar el FOMO y concentrarse en su crecimiento personal?
- ¿Deberíamos incluir programas de concientización sobre el uso responsable de las redes sociales y sus efectos en la salud mental y el aprendizaje, dentro del currículum educativo?
En principio, es necesario reconocer que quizás sea necesario ampliar el acompañamiento pedagógico que se les da a los adolescentes y jóvenes, ofreciéndoles herramientas de gestión de tiempo y de organización personal para evitar distracciones durante los momentos de estudio.
Además, es fundamental reconocer que el trastorno FOMO no es simplemente un problema individual, sino una cuestión social y cultural.
Es tarea de todos los involucrados en la educación – padres, educadores, instituciones educativas y la sociedad en general – poner a reflexionar a los estudiantes para que tengan la capacidad de rebelarse frente a ciertos imperativos de nuestra época, que no los conducen a alcanzar su máximo potencial.
Los educadores pueden desempeñar un papel esencial al integrar la tecnología de manera constructiva en el aula, fomentando la conciencia crítica sobre el uso de las redes sociales y proporcionar recursos para mejorar la alfabetización digital y la inteligencia emocional de los estudiantes.
Los padres y tutores también pueden ayudar creando límites saludables en el uso de dispositivos y alentando actividades extracurriculares que fomenten el crecimiento personal y el bienestar, tanto físico como mental, de sus hijos.
A modo de cierre
El trastorno FOMO representa un desafío significativo para el proceso de aprendizaje en la era digital.
Sin embargo, al abordar esta problemática con empatía y enfoque colaborativo, podemos crear un entorno educativo que nutra el pensamiento crítico y la autenticidad de nuestros estudiantes.
La principal reflexión que les podemos dejar a los adolescentes y jóvenes es que no tienes que hacerlo todo o estar en todas partes para ser feliz y exitoso.
Tengamos presente la importancia de conducirlos por un camino de crecimiento personal y académico, y ayudarlos a enfrentar el mundo digital con confianza y equilibrio.